Por: Omar Raul Martinez- Guerra
Con la intención de informarme mejor para saberlo, me propuse buscar la lista de los 10 municipios más bonitos de Colombia. Encontré en una de las listas más reconocidas, 2 en Boyacá, 2 en Antioquia, y uno, respectivamente, en Santander, Bolívar, Norte de Santander, Quindío, Cundinamarca y Caldas. No constituyen ninguna sorpresa y es de presumir que los colombianos estarían de acuerdo, cosa siempre difícil, en que en esa lista están los que lo son, salvo ciertas variaciones muy ajustadas a la hora del orden de las preferencias:
- Barichara (Santander)
- Aguadas (Caldas)
- Monguí (Boyacá)
- Playa de Belén (Norte de Santander)
- Villa de Leyva (Boyacá)
- Mompox (Bolívar)
- Salento (Quindío)
- El Jardín (Antioquia)
- Jericó. (Antioquia)
- Guaduas. (Cundinamarca)
Según los gustos, el orden puede variar, pero no afecta los factores. Los 10 municipios más hermosos de Colombia entre un total de 1.104 registrados por el DANE y ninguno de Nariño, no porque no nos quieran, sino porque no lo tenemos.
Ojo, no lo tenemos entre los 10 primeros. Entonces me propuse buscar entre los principales 25: en la página Zank You tampoco lo encontré, entre una exposición de 25 pueblos de calles empedradas, casas rupestres, portones coloniales, paredes entintadas por la sombra tropical del arco iris, pueblos construidos en décadas por labradores de ensueños, muchos años antes de que la economía capitalista se inventara los planes de desarrollo municipal, hoy ese súmmum de promesas y ficciones y su sartal de capítulos y subcapítulos, de cifras y de gráficas, mamotretos precedidos de misiones, visiones, justificaciones, cronogramas, anexos y costos, bautizados con llamativos nombres como “ La ciudad que soñamos”, “ La ciudad de todos”, “ Para un Vivir mejor”, “ La gran Capital”, adobados con sugestivos lemas consagrados al progreso, al empleo, a la seguridad y por sobre todo a la peor de las apariencias creadas por la economía neoliberal: la transparencia. Salvo, claro está, cuando los planes son cosa bien hecha y mejor ejecutada.
Todo un discurso en donde tantas veces, las obras se negocian con quienes financiaron sus campañas, sin que al finalizar sus constreñidos periodos de gobierno se vea mayor cosa significativa de lo que ya existía el primer día, y una que otra obra adicional.
La selección de Zank You parece haberse hecho con criterios lindantes con la belleza primigenia, en donde la estética de las formas y figuras, los tonos y tamaños les otorgan a sus pueblos elegidos un carácter de quimera, son bellos porque sí y nada más. Pero hay otras páginas web, aparentemente derivadas de la selección del Ministerio de Comercio y Fundeter, entre ellas Politika, Infobae y El cronista, que coinciden en que en la lista de los 25 más hermosos se encuentra en el lugar 18, ¡Sandoná!, tierra de encantos inéditos.
Sandoná saca la cara entre los 25 no necesariamente más bellos, pero sí muy distinguidos por factores que los vuelven atractivos. Y está con méritos, gracias a la industria manufacturera de sus preciosísimos sombreros de paja toquilla, su espectacular catedral gótica, la caña de azúcar, su café, el clima saludable, la industria panelera, su gente magnifica.
Hace un par de años visité El Tambo, en donde la cuadra en el ala lateral de su iglesia milagrosa existe un edificio de colores amarillos y rojo escuro, perteneciente a un colegio, que parecía calcada de uno de esos villorrios de la España mágica; antes, hará 6 años, pasé por esa calle principal y única a la vez bordeada de casas y edificios de La Unión, tierra famosa de liberales decentes, mujeres bonitas y cuna del más grande entre los grandes, Aurelio Arturo. Iba por razones de trabajo camino hasta San Pablo, en donde el hotel era una casa colonial, balcón hacia su plaza y por atrás la imagen imperdible de un rio límpido, que en sus afueras habitaba el tesoro llamado Santuario de Nuestra Señora de la Playa. Me faltó tiempo para conocer La Cruz, un pueblo de antología para quienes lo recomiendan, inmerecidamente expuesta por años largos a la injusticia de vías de comunicación en abandono, que le alejan de los ojos que escudriñan los sitiales emblemáticos de la belleza terrenal.
Pueblos magníficos que padecieron la miserable violencia de las guerrillas insurgentes hasta hace dos décadas, orates de camuflado que destruían todo a su paso en búsqueda de la justicia social ausente, que ellos, jactanciosos, guardaban entre sus cilindros y metrallas.
Ricaurte, Piedrancha y Barbacoas en la dirección hacia esa perla preciosa de Tumaco. Túquerres, Guaitarilla, Guachucal en la infinidad de su sabana. Ipiales, bajo la quimera de sus nubes verdes, la puerta de entrada a Colombia. A un lado, Puerres y El Contadero, Samaniego, Potosí, Cumbal, separados por el rio Guaitara. Consacá y la Florida, en las espaldas del Galeras. Un puñado memorable- imposible de nombrarlos todos y si se quiere, injusto- entre 64 municipios, todas con sus virtudes, sus fortalezas y también sus debilidades.
Un problema o el primero de ellos está en descifrar las razones por las que existen municipios bellos, y porque estos son una minoría, entre ese gran total de 1104 municipios colombianos. Quienes conozcan Barichara, en Santander, Villa de Leyva en Boyacá o Ciudad Jardín en Antioquia saben que son lugares apacibles en la tierra, bordados por artesanos laboriosos en los que el amor por su terruño debió ser la primera bendición. Un amor que ha trascendido las exclamaciones patrioteras. Un amor culminante por hacer las cosas bien, por pintar sus casas, sembrar árboles, empedrar sus calles, cuidar sus ríos y sus bosques, fundar sus emblemáticas iglesias, limpiar sus espacios, atiborrar de plantas de colores, erigir sus parques con sus bancas, sus prados, sus andenes, sus estatuas inmortales. Pequeños paraísos para hacer felices a sus gentes. Y a sus visitantes.
Y tanto como pocos los bellos, muchos los municipios intrascendentes y los feos, aquellos que a la entrada ofrecen panoramas grises plenos de infalibles lotes encharcados como parqueaderos de carros tanques y camiones, cercados entre láminas de púas o rejas oxidadas, vallas con la foto desvanecida y vieja del candidato a la alcaldía, a la cámara, al concejo, a la asamblea; servicios de monta llantas rústicos, y un entorno empalagoso y anarquizado, trémulo, tedioso, por callejuelas mugrientas, casetas maltrechas, polvo de los caminos o barro de chircales en tiempos de aguaceros. En la hermosa Ciudad Sorpresa, Pasto, nada menos, está también una sorpresa diciente, el entorno que rodea el remodelado estadio Libertad, un espacio malogrado que a ningún alcalde ni consejo les ha importado. Espacios urbanos que decepcionan. Es también, la desidia hecha costumbre, la pobreza imaginativa de sus sus dirigentes, la fantasía estrecha, la pobreza de espíritu cívico
Nariño tiene tesoros naturales suficientes para encausar retos memorables. Posee los lugares construidos con las manos heroicas de contingentes cuasi anónimos, siendo Las Lajas su emblema ante el mundo entero. Es Nariño poseedor de gentes privilegiadas en una de las inteligencias múltiples descubierta y explicada por Howard Gardner en “Las Estructuras de la Mente”, conocida como la Inteligencia espacial, que se expresa en la exquisita sensibilidad en las artes visual- espaciales y la asombrosa habilidad para recrearla en procesos de arte, como lo son las obras de artesanía del barniz de Pasto. Gracias a las redes sociales, encontramos termales, lagunas y otros secretos de encanto natural. Y circulan los paisajes más inéditos de sus vistas panorámicas y de fabulosos accidentes geográficos que estuvieron siempre en el anonimato nacional.
¿Podrá el departamento de Nariño institucionalizar un programa que reconstruya sus valores culturales, que recupere sus ancestros, que cimiente su autoestima, haciendo uso del amor por lo propio sin desprecio ni recelos tontos por lo del vecino?: ¿Podrá valerse de la imaginación, la creatividad y sobre todo de su capacidad de trabajar en un proyecto que abriría horizontes para mejorar su calidad de vida, a partir de lograr que sus municipios transformen sus ecosistemas, su urbanismo y sus ambientes?
Boyacá tiene hace más de 20 años un programa destinado a estimular el pueblo más lindo, por ello no es gratuito que cuente con los de mayor desarrollo turístico. Lo mismo en el eje cafetero, en donde Quindío con Salento, Finlandia y Quimbaya sobresalen. ¿Porque no Nariño? Crear un programa similar al boyacense no es del otro mundo, pero requiere del concurso de la Asamblea Departamental con una ordenanza que le dé vida institucional. De una Gobernación que nos haga creer en un Nariño integrado y jamás partido en dos como se hizo sospechar; y de la Secretaría Administrativa de Turismo en llave con la de Cultura en el diseño y ejecución del programa. Establecer unos criterios de selección con el apoyo de arquitectos, urbanistas, ecólogos e historiadores independientes es el principio. Sensibilizar a los alcaldes constituiría una gratísima noticia, ténganlo por seguro; constituir comités municipales con participación ciudadana, y destinar los recursos financieros son tareas al alcance de la administración actual.
Y lo más importante, convencer a sus gentes de un sí se puede, como consigna que ayude a dejar atrás esa pesada y nefasta carga cultural que nos atribula sobre las espaldas, como víctimas sin cura ni remedio de un abandono del poder central, desde el momento mismo en que la historia decidió que hiciéramos parte de Colombia.
Bogotá, octubre 8 de 2024