Carmen Adriana era a sus siete añitos una niña como tantas aparentemente feliz pero sobre todo llena de ilusiones a pesar de las precarias condiciones en que vivía y de lo cual seguramente aun no tenía conciencia. Quería aprender a nadar, patinar y jugar baloncesto, pero especialmente le pedía al Niño Dios que en Navidad le regalara una bicicleta para jugar con su independencia corporal y desahogar su energía.
Infelizmente el Niño Dios que le había tocado era pobre de allí que la mayor parte de sus sueños eran solo eso y como la mayoría de niños tenía que resignarse en Navidad a aceptar la melodía lamento de Oswaldo Oropeza:
“Mamá dónde están los juguetes que el Niño no los trajo. …será que no vió tu cartica que pusiste en la noche sobre tus chancleticas.
Mamá hoy me siento muy triste, el Niño no me quiere; …será que tú hiciste algo malo y el Niñito lo supo por eso no los trajo.
Mi amor ya no te sientas triste si a tu lado me tienes y así esperaremos juntas, rezaremos al cielo hasta el año que viene…..”
La frustración e impotencia de tantos niños en Navidad que terminan engañados y golpeados por una sociedad injusta no puede tener tolerancia ni indulgencia. Es jugar con los sentimientos más puros y más humanos. Pero el caso de Carmen Adriana fue aun peor y profundamente triste.
Un día pocos meses después de cumplir sus siete años salió como tantas veces con su padre y su madre, los tres en una vieja moto, herramienta de trabajo del jefe del hogar. Pero lo fotuíto y fatal les tocó aquel 12 de octubre al ser víctimas de un absurdo accidente con resultados graves y nefastos. El padre falleció y las dos quedaron heridas con el agravante de que la extremidad inferior izquierda de la niña estaba destruida y no hubo otra opción más que la amputación de su pierna con las graves consecuencias de la discapacidad para alguien que apenas empezaba a conocer y disfrutar de la libertad en el movimiento.
Huérfana de padre con su madre sola y sin trabajo debió enfrentar una durísima realidad en medio de la extrema pobreza. Con el paso del tiempo Carmen Adriana aprendió por la fuerza de la vida ha superar sus enormes dificultades. Para sobrevivir y poder estudiar vendía dulces y galletas en el colegio, así logró terminar su bachillerato. Su madre ha realizado un extraordinario esfuerzo para sacarla adelante, ha sido una heroína.
Cuando tenía 13 años, recibí de Adriana el más bello mensaje de Navidad plasmado en una lindísima tarjeta que ella misma diseñó, pintó y elaboró a mano donde además intentaba resumir nuestro trabajo. Por su alto valor la transcribo textualmente:
“Dr. Arévalo:
Deseamos para Ud. y su familia una Navidad feliz llena de regocijo por la satisfacción de la labor cumplida, muchas gracias por la felicidad que Ud. ha dado a muchos niños, gracias por el apoyo y ayuda que me ha brindado, me ha hecho sentir que no tengo ninguna discapacidad, así me falte mi pierna; que Dios solo sabe de su trabajo honesto y de gran responsabilidad; que él lo bendiga y lo ayude. Con mucho agradecimiento: Carmen Adriana”
Historias como esta nos obligan a tomar medidas de convivencia y fraternidad iniciando por las celebraciones cautas, prudentes y la reflexión sensible sobre nuestro legítimo proceder en esta época en la búsqueda del verdadero Niño Dios para todos.
Apostilla: “Si ayudo a una sola persona a tener esperanza no habré vivido en vano” (Martin Luther King).