El poder del rumor

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Todos los seres humanos en grado significativo somos susceptibles de ser influenciados. La labilidad de las personas permite un enorme rango de manejo que puede convertirse por ejemplo en un efecto de manipulación de la opinión pública o la posibilidad de generar una tendencia. En el Siglo XXI es un fenómeno vigorizado por el poder de la comunicación informal a través de todas las gamas del Internet y los medios electrónicos.

Desafortunadamente estas posibilidades son más empleadas por quienes tienen algunas falencias personales, no gustan del juego limpio, son facilistas o apelan a falacias. Esto lleva a un fenómeno comunicativo que esparce un mensaje (generalmente distorsionado), a través de las epidemias sociales. Son comentarios que a alguien se le ocurrió hacer tal vez de mala intención, buscando dañar la imagen de una persona que a lo mejor tiene atributos o es una “amenaza” para sus intereses. O simplemente no soportan su éxito o relevancia social.

Son situaciones que ocurren más con los personajes reconocidos sometidos al escarnio público, especialmente en política. En estos casos son riesgos obligatorios que hay que tomar por cuenta de la “popularidad” o de pasar por célebre. Lo malo es que esa información circulante se convierta en “falsa” verdad, una tendencia creída por la mayoría de receptores. Es lo que comúnmente se llama un rumor que toma tanta fuerza que contagia a una mayoría y se vuelve incontrolable.

Un rumor como epidemia social puede ser imparable. Los casos más frecuentes se dan en las contiendas políticas especialmente por cuenta de los candidatos con más carencias. Aquellos con escasos argumentos serios y convincentes para debatir, que apelan al chisme para reducir al oponente. Claramente no es juego limpio, pero son las vicisitudes con las que hay que lidiar en el trajín electoral.

En todas partes hay casos, particularmente en época electoral. En regiones como Cauca y Nariño (y seguramente en todo el país) hablan de unos candidatos con grandes cualidades y bien respaldados. Pero el comentario general, es que no despegaron. Afirman que fulano como candidato se volvió monótono, monotemático y no despierta emociones ni a favor ni en contra. Esto a pesar de todo, puede desmoronar a un aspirante incluso por bueno que sea, ya que el poder epidémico de un rumor (chisme malintencionado), es patológico y a veces “mortal”.

Un aspirante puede ser prestante, de buenas condiciones profesionales y personales, tener un gran respaldo que ofrece garantías puede ser demolido por un comportamiento epidémico popular más que catapultado por liderar una encuesta. Cuando en el medio prospera y crece un rumor “es que fulano se estancó” y no pegó, puede ser determinante en una campaña electoral. En Colombia los grupos polarizados son expertos en hacerse daño con esas nocivas estrategias.

A Peñalosa en Bogotá por ejemplo le inventaron que era dueño de 5000 taxis, socio de Transmilenio, que vendía buses, y era enemigo del Metro. Estos chismes de alguna manera contribuyeron para que perdiera al menos tres elecciones en línea incluyendo los dos intentos anteriores por volver a la alcaldía de Bogotá. Cuando un rumor crece, así no sea verdad y se lo demuestre, hace mucho daño. Pero también existe la otra cara de la moneda.

Es decir, que este fenómeno de las epidemias sociales también tiene otra connotación, producto de importantes estudios sociológicos que han logrado exitosa aplicación en la construcción de modelos de ciudad y sociedad. Un gran ejemplo es el científico social. Malcom Gladwell quien ha demostrado cómo un evento aislado, sembrado en el contexto social correcto, bajo las condiciones adecuadas, se convierte en un fenómeno mundial, rebasando fronteras y clases sociales. Será tema de un próximo artículo.

Apostilla: Es mejor ir primero en los rumores que dan el ganador, que encabezar encuestas , hoy totalmente desacreditadas.

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