Por: Juan Esteban Chingal Rosero
Próximo a culminar mi formación como profesional en Relaciones Internacionales y Estudios Políticos, considero imperativo reflexionar sobre la situación diplomática actual entre Colombia y Estados Unidos. Este momento exige una análisis desapasionado que privilegie la racionalidad sobre el caos, evitando caer en posturas polarizadas. Es crucial enfocar nuestras energías en soluciones que beneficien a la población colombiana, principal receptora de los efectos —positivos o negativos— de las decisiones políticas.
Como afirma Hedley Bull en “The Anarchical Society” (1977), las relaciones internacionales son intrínsecamente dinámicas, moldeadas por el contexto histórico, geopolítico y económico. En este sentido, los vínculos entre Estados Unidos y Colombia, si bien han sido tradicionalmente estrechos y estratégicos, requieren una revisión crítica que permita adaptarlos a las necesidades y retos contemporáneos. Esta evaluación no debe interpretarse como un rechazo a los beneficios mutuos obtenidos en el pasado, sino como un reconocimiento de la necesidad de renegociar los términos de la cooperación bilateral para garantizar mayor equidad y respeto.
Colombia, como país en desarrollo, se ha beneficiado significativamente del apoyo económico y político de Estados Unidos. Al mismo tiempo, nuestra nación ha sido un proveedor clave de recursos que sostienen sectores cruciales en la economía estadounidense. Sin embargo, la persistente asimetría en esta relación plantea interrogantes sobre los límites de la soberanía y la dignidad nacional. Como señala Robert Keohane en “After Hegemony” (1984), la cooperación internacional debe ser gestionada sobre la base de principios recíprocos que eviten la imposición de intereses unilaterales
Este escenario actual representa una oportunidad para que Estados Unidos reflexione sobre el trato hacia sus aliados y reconozca que las actitudes coercitivas no son compatibles con un sistema internacional crecientemente interdependiente. La diplomacia, como herramienta central en la gestión de relaciones internacionales, debe orientarse hacia la construcción de alianzas basadas en el respeto mutuo y la justicia.
Por otra parte, los diplomáticos y servidores públicos colombianos tienen la responsabilidad de promover un discurso que no implique subordinación, sino colaboración entre iguales. La construcción de una relación bilateral más equitativa debe fundamentarse en principios como la protección de los derechos humanos y la dignidad nacional, valores que, como indica Amartya Sen en “Desarrollo y Libertad” (1999), son esenciales para el progreso sostenible de las sociedades.
En síntesis, el fortalecimiento de las relaciones entre Colombia y Estados Unidos debe basarse en un modelo de cooperación equitativa que promueva el bienestar de ambas naciones. Solo así podremos avanzar hacia un futuro en el que la solidaridad y el respeto prevalezcan como pilares fundamentales del sistema internacional.
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