El columnista, analista, politólogo, doctorado en criminologia, Derecho y Justicia Jorge Mantilla expresa en un trino de mucho impacto un descarnado análisis de la realidad que se vive en regiones como el Catatumbo, Tibú y gran parte de la geografía nacional. Lo expresamos en columna anterior haciendo referencia a una masacre que nos obliga a profundas reflexiones y a un repensar de las políticas estatales sobre la manera de abordar las negociaciones de paz con grupos subversivos y, concretamente, en lo referente a esa Paz total que ha convocado los esfuerzos del gobierno nacional.
“Fíjense la psicología del terror que emplea el ELN en Catatumbo: prohíbe que recojan los muertos, por eso masacraron al sepulturero de Tibú y a su familia.
Al dejar un cuerpo expuesto en vía pública en estado de descomposición, muestra el destino de quienes no acaten sus imposiciones, instala el miedo sobre los lugares y prolonga el dolor de la comunidad.
Es un cuerpo expuesto, destruido, desangrado. Ya no existe lo privado, lo propio. Nada es sagrado. Todo les pertenece y su manera de controlar el territorio es rompiéndolo. Si no es de ellos no es de nadie”.
Una crónica de terror, miedo, angustia y zozobra. Navegamos en mares agitados y revueltos. Un control territorial que se expresa en esas muertes absurdas donde el miedo es el oficiante en los altares del terror.
La paz total es, quizá, la última oportunidad que los colombianos ofrecimos generosamente a las nuevas generaciones en un intento de abrazarnos en ese propósito de vida y reconciliación. Por toda respuesta recibimos la desolación de los pueblos, el asesinato de líderes comunitarios y feroces enfrentamientos entre el ELN y los denominados disidencias de las FARC.
Una cruenta realidad de una población que se encuentra confinada y expuesta a todo tipo de
Improperios. El Catatumbo es una de las zonas con mayor número de hectáreas dedicadas a los cultivos ilícitos, región de conflicto permanente en una guerra por las vías de producción y distribución de droga y todo tipo de sustancias ilegales.
Muy lejos quedó, si es que alguna vez fue real, una ideología que promulgaba justicia, igualdad y reconciliación. La lucha de clases, la dialéctica o el surgimiento de un Estado igualitario parecen cosas del pasado. Hoy se enfrentan entre militantes que promulgan su doctrina como la única verdad.
Y en medio de facciones e ideologías se debate entre agonías un pueblo que no entiende una lucha que pregona su defensa y protección.
Nos enfrentamos al total fracaso de la paz total y en consecuencia el gobierno nacional debe asumir una posición política acorde a la realidad que hoy nos embarga. La vida de los colombianos debe constituirse en una prioridad para nuestras autoridades.
¿Estamos condenados al eterno retorno de la guerra? Esa paz parece esquiva, escurridiza, medrosa y lejana. Todo indica que estamos ante un diálogo de sordos a los cuales no les interesa la reconciliación nacional.
¿Es oportuno insistir en la paz en medio de estos atroces enfrentamientos que enlutan la memoria nacional? La voz de los vivos y de los muertos parecen retumbar en las tumbas anónimas de cientos y de miles de colombianos que miran y sienten con angustia el detonar de las armas homicidas.
¿Qué camino debemos andar? La paz en Colombia se asemeja a un espejismo en el cual contemplamos la imagen de la esperanza arropada con la mortaja de la desolación.