1.103 asambleas constituyentes

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Por: Juan Pablo Torres-Henao

La democracia es la peor forma de gobierno excepto todas las otras que se han intentado de vez en cuando

 

Winston Churchill

 

En realidad, las emociones colectivas son como el agua: cuando encuentran un bloqueo en su flujo natural abren nuevas vías, frecuentemente torrenciales, hasta anegar los exclusivos espacios del orden establecido

 

Manuel Castells

Hace poco más de un mes la revista Semana tituló su portada -con la imagen del nuevo Ministro del Interior Juan Fernando Cristo de fondo- “La constituyente de los políticos”. Este titulo fue acompañado de una corta leyenda que hacia énfasis en el origen del político norte santandereano, la tarea encomendada a él: modificar la Constitución Política de 1991 por parte del presidente y su pretensión de buscar el respaldo de la clase política tradicional en ese propósito. Nunca pensé que luego de su inclinación vertiginosa hacia la derecha y su distanciamiento del periodismo de investigación iba a estar tan de acuerdo con esta publicación.

Y es que, en estricto sentido, Semana en su portada no hacia otra cosa que comentar la realidad, explotando, eso sí, un tema que, como lo caracterizó acertadamente el profesor Francisco Toloza -recientemente nombrado vocero de paz en los diálogos de paz entre el Gobierno Nacional y la Segunda Marquetalia- resulta un fantasma que espanta por igual a izquierda y derecha: la idea de una Asamblea Nacional Constituyente, sazonada en este momento histórico por los medios masivos de comunicación como la fachada del presidente para impulsar las reformas estructurales que hacen parte de su programa de gobierno y que no han sido respaldadas por el Congreso de la República y su búsqueda de la reelección.

Más allá de las reacciones apasionadas a la propuesta de una Asamblea Nacional Constituyente, considero fundamental partir de una premisa y señalar algunos elementos que pueden contribuir a prestar mayor atención al proceso más que al momento, lo cual explicará, espero, el porque al toparme con la portada de Semana me sentí identificado.

Lo primero a precisar será la premisa de la que parto, la cual encierra una paradoja, al menos en su componente político: vivimos una crisis institucional y de legitimidad que nos corroe como sociedad. En el plano económico somos el país más desigual de América Latina, en el campo de la justicia hay un adagio popular que ha hecho carrera y es que esta solo es para los de ruana y en el político el Congreso de la República, de acuerdo al Latinobarometro, genera poca o nula confianza debido a sus escándalos de corrupción y a la lógica clientelar que lo rige. Entonces, en términos generales podríamos afirmar que hay razones suficientes para pensar en la necesidad de una nueva Constitución Política y por consiguiente en una Asamblea Nacional Constituyente como paso previo necesario.

No obstante, se pierde de vista algo más relevante: la dinámica y el proceso constituyente, entendido este último como “(…) el ascenso de la potencia transformadora de los sectores excluidos” y su capacidad de cristalizar sus reivindicaciones en la Carta Política. Antes de entrar en detalles valga señalar que a la izquierda no organizada le da pavor una Asamblea Nacional Constituyente porque dan por sentada una derrota, mientras que la derecha organizada teme al proceso constituyente porque se sienten más cómodos en el poder constituido, es decir, en el Congreso de la República, dado que manejan a la perfección sus entresijos. Ahora, desde mi punto de vista lo fundamental en este momento histórico es interrogarnos si en efecto nos encontramos o no en un proceso constituyente abierto y de ser negativa la respuesta imaginar qué debemos hacer para desatarlo.

Desde una perspectiva histórica creo que en efecto asistimos a un proceso constituyente abierto desde inicios del siglo XXI que, como lo han reflexionado los profesores Jairo Estrada, Sergio De Zubiría y Victor Moncayo y la profesora Carolina Jiménez, encuentra sus iridiscencias en la formación de movimientos sociopolíticos como la Marcha Patriótica y el Congreso de los Pueblos; la movilización sostenida y propositiva como lo fue la MANE y la Cumbre Agraria y pactos políticos trascendentes como el Acuerdo Final de Paz suscrito entre el gobierno de Juan Manuel Santos en representación del Estado colombiano y las extintas FARC-EP. Sin embargo, creo que actualmente ese proceso se encuentra en reflujo pese a que hace poco experimentamos el llamado “estallido social” y actualmente se encuentra en la presidencia una propuesta política alternativa y, creo ademas, que existe un altísimo riesgo de que el proceso se anquilose por el error al homologar ser gobierno con ser poder.

Siempre he puesto en entredicho el mito fundacional de la Constitución Política de 1991. Sinceramente me cuesta mucho creer que todo el establecimiento colombiano se doblegara a las pretensiones de los estudiantes que impulsaron la séptima papeleta. Me resulta más verosímil que la clase dominante en Colombia se vio obligada a sintonizarse con los lineamientos emitidos desde el Consenso de Washington y que por consiguiente era necesario un nuevo pacto político que tuviera como base el libre mercado. Creo firmemente en la necesidad de un nuevo pacto político, fundamentalmente por los nuevos desafíos que actualmente tenemos como sociedad, particularmente la crisis climática, así como aquellos que constituyen un lastre para erigir una Nueva Colombia, tales como el acceso y goce efectivo de los derechos fundamentales y la configuración de una estructura estatal que trascienda el neoliberalismo y hunda sus raíces en la construcción de paz con justicia social en y desde los territorios. Eso sí, un nuevo pacto político que no se reduzca a un mero ritual jurídico ni niegue, como lo plantea el profesor De Zubiría, la posibilidad de que la multitud se exprese como subjetividad colectiva.

Me opongo a la constituyente de los políticos tradicionales. Esta no puede ser más que la neutralización del poder constituyente. Apoyo la pretensión de desatar un proceso constituyente plebeyo en todos los municipios de Colombia, después de todo, las revoluciones no se hacen, se organizan.

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