E. L. N. grupo guerrillero o bandoleros criminales

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Colombia no sale de su asombro ante las terribles imágenes del Catatumbo y de otras regiones del país en las cuales el E. L. N. o Ejército de Liberación Nacional toma a sangre y fuego a su población mientras se enfrentan con otras facciones de grupos alzados en armas.
Durante mucho tiempo los colombianos idealizamos a la guerrilla y sus intentos de tomarse el poder mediante las armas. En la década de los 60 se grabaron importantes canciones en homenaje a personajes vinculados con la guerrilla, desde Camilo Torres el cura guerrillero, hasta figuras internacionales como el Che Guevara.
Los claustros universitarios eran una apología a la guerrilla, la expresión de un socialismo y un comunismo como expresión de una lucha política que culminaría en la toma del poder por parte de un pueblo oprimido y explotado.
Las Venas abiertas de América Latina se convirtió en la biblia de la Revolución. Texto que muchas décadas después fue censurado por su propio autor. Ana y Jaime le cantaban al proletario, al imperialismo, a la explotación y al deseo de una justicia social. Grupos como el M19 realizaban tomas y robos de productos populares como pollos y leche para luego entregarlos a clases populares de barrios de invasión.
Colombia en cierta medida apoyaba la existencia de una guerrilla, que le hacia frente a los desmanes de una “oligarquía y una burguesía”. Cuba con Fidel Castro al frente y la imagen de Camilo Cien Fuegos encendía la tea de las ideas revolucionarias. Todo indicaba que el futuro de Latino América era la Revolución.
Con la irrupción del narcotráfico y sus poderosos tentáculos la mirada de los colombianos toma un giro inesperado. Los grandes capos llenan la mente y los deseos de millones de colombianos, que veían en sus filas la única posibilidad de ascenso económico.
Hoy vemos una guerrilla convertida en bandoleros. Sangre, muerte, dolor, despojo y desplazamiento. Las imágenes hablan por sí solas.
Los Colombianos del siglo XXI nos preguntamos si estas expresiones aún pueden considerarse revolucionarias. Y eso nos lleva a cuestionarnos la validez de unos diálogos de paz que hacen agua por todos sus flancos. Lo mismo que la legalidad de unos diálogos territoriales que parecen no tener un norte definido.
El debate está abierto.

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