Por: Omar Raúl Martínez Guerra
Por alguna razón de la vida, volví a vivir en Bogotá a finales de los años 80, para trabajar en un Programa del Ministerio de Educación con el Fondo de las Naciones Unidas para la prevención del consumo de sustancias psicoactivas en los jóvenes colombianos. Todo me resultaba bueno y novedoso, excepto la inefable conducta del equipo de profesionales: serios, circunspectos, sobrios, parcos, discretos, consagrados, prudentes, reflexivos, juiciosos; en su mayoría vivían con la bocina del teléfono a la mano, en tanto escribían en sus libretas asuntos del oficio. Al margen de los diálogos de diaria obligación, había algo que empecé a advertir con temprana inquietud: nadie reía. Eventualmente no lo hubiera notado, de no ser porque había trabajado unos años en Pasto, en donde la gente armonizaba sin esforzarse laborar con empeño con la gracia de aflorar el humor irrremediable.
El humor colmado de ingenio y gracia ha sido desintegrado en el ser humano por las mismas ciencias, así como separaron impunemente la física de la biología, la medicina del derecho, la arquitectura de la filosofía. Entre académicos, el humor no deja de ser una manifestación extravagante. Nadie concibe a un respetado científico soltando un chiste para sustentar una tesis. Y si acaso lo hiciera, no habría auditorio alguno que lo entendiera. Por muchísimos años, los sentimientos y las emociones del ser humano, dentro de las que cabe el humor, han sido considerados asuntos de menor condición, y de pronto, de ninguna. La alegría es para la hora del recreo y el cariño para la casa. Por siglos ha perdurado la prevalencia del cerebro, el pensamiento, la razón y el conocimiento, por encima del corazón, el sentimiento y la emoción. Razón nunca le faltó al sabio antioqueño Estanislao Zuleta, para decir que la educación comenzaba con “una noción que ya es una terrible división del trabajo; ya en la escuela aprendemos que hay dos cosas: una aburridora y útil, la clase; otra, inútil y maravillosa, el recreo…En la clase, uno se aburre, pero es necesario, se aprende, sino pierde el año; en cambio, en el recreo uno goza, pero eso no sirve para nada”.
Gabriel García Márquez le hizo creer al resto del mundo que mamar gallo, (una expresión que en México algunos la consideraban grotesca) era una virtud de Colombia, cuestión que es en gran medida cierta. A pesar de ser idea del Nobel, no parece que la Academia Colombiana de la Lengua Española lo haya tomado en serio, es decir, haya dedicado ingentes esfuerzos filológicos, epistémicos y semióticos para profundizar si se refería a tomar del pelo, a aparentar una cosa y hacer otra, o, a hacer lo que le venga en gana.
Puesto que Colombia no es sino una extensa agrupación de culturas, cada una con su acervo de hábitos, costumbres, lenguajes y acentos, las expresiones del humor son distintas, al extremo de suceder que los chistes ingeniosos en una región parezcan sermones tediosos en otra. Un chiste contado por boyacenses en Cartagena está expuesto a un seguro fracaso. Probablemente, los antioqueños tienden a ser exitosos por donde vayan; ellos han logrado unir el tono vernáculo del recio montañero, siempre dominante y con frecuencia arrabalero, con la habilidad fluida de sus imaginarios causantes de broma y celebración, caricaturizando al extremo los hechos. No han perdido esa propiedad, al contrario de los cachacos bogotanos, con generaciones esplendorosas de un ingenio brillante, que desaparecieron bajo los embates tormentosos de un desarrollo cosmopolita sin compasión por nada.
El chiste pastuso, por supuesto, constituye un referente más de ese espíritu nacional conformado por múltiples rasgos de tantas culturas esparcidas en uno de los territorios más diversos y hermosos sobre el planeta tierra. Como tal, el chiste pastuso es objeto de variadas lecturas: la más remota de ellas sostiene que tuvo origen en la rebelión bélica y sangrienta del pueblo pastuso contra la independencia de España comandada por Simón Bolívar, por lo cual fueron estigmatizados por las castas balsámicas de Santafé: su pecado y delito, escoger al rey de España como su legítimo gobernante , en tanto éste les garantizaba la propiedad sobre las tierras y el derecho fundamental a vivir aislados y felices sin que nadie los joda, en lugar de entregarlas a los letrados patriotas y convertirse así en desposeídos peones de blancos, como finalmente ocurrió. A la luz de una historia sensata, los realistas pastusos todo lo eran, menos, pendejos.
Ello no descarta una siguiente lectura sobre el origen del chiste pastuso, asociada a la ingenuidad propia del lugareño que pasa su vida alejado de las áreas de desarrollo socioeconómico frente al citadino, quien, por gozar de prerrogativas como el acceso a la educación y al empleo que da la ciudad, se ha creído un ser superior. Una ingenuidad manifiesta en dialectos y acentos bucólicos propicios para la burla de sus semejantes. Sobre el particular, Armando Montenegro , en una obra que no me canso de citar (Pasto y Colombia, una historia en contravía), propone tres elementos de análisis: primero, el contenido del chiste, que se burla del rezago de un grupo humano frente a un país en pleno progreso; el segundo, el origen del chiste, causado en quienes han salido del atraso y utilizan la burla como mecanismo para sortear su inseguridad por venir del rezago- por cierto una pragmática hipótesis para estudiarse a la luz del psicoanálisis, muy visible en movilidad social en los estratos urbanos, que cuando ascienden del estrato 2 al 4 no se soportan ni así mismos – y, el tercer elemento, definido por Montenegro como el objeto del chiste, los pastusos, explicable solamente a partir de las características de un pueblo y de una tradición de desencuentros con el resto del país.
Con el correr de la historia, el impacto social del chiste pastuso puso a prueba una versión curiosa: el resto de los colombianos parecieron descubrir que los auténticos inventores del chiste pastuso eran ni más ni menos que los mismos pastusos. Era tal su vocación sardónica, eran tales sus habilidades cognitivas, tal su forma de poner el mundo al revés, su perspicacia para encontrar la gracia escondida en sí mismos y en sus semejantes, que lograron desatascar ese velo recóndito con el que el común de la humanidad se arropa para esconder sus miserias, sus taras y sus carencias. Es decir, encontraron a través del chiste pastuso la capacidad de reírse de sí mismos, un desafío envidiable del que se halla desprovista gran parte del denominado mundo civilizado.
La capacidad para reírse de sí mismo puede considerarse como un destacado indicador de resiliencia, esa facultad especial de las personas para enfrentar las dificultades de la vida causantes de daño y sufrimiento. Un divertido meme que circuló a mediados del 2012, cuando el famosísimo Santafé disputaba el título de campeón de fútbol con el Deportivo Pasto en el estadio El Campin, registraba el coro de dos sencillos labriegos pastusos de alpargata y sombrero entonando su emblemático himno de guerra:
Si ganamos ganaremos
Si perdemos perderemos
Pero nunca dejaremos
El hablado que tenimos…
Tiempos más, tiempos menos, dieron lugar a la aparición del chiste reivindicativo, una peculiar forma de cambiar el rol del pastuso de victima a héroe, en donde el perdedor en una trama pasaba a ser el bogotano o el antioqueño, y el ganador siempre el pastuso. Pero esta tendencia popular fue acompañada del uso de la burla a las normas convencionales de la métrica usual en los versos. El dueto Roserito y los trovadores de cuyes, ha logrado una exitosa audiencia nacional e internacional con su estilo diferente a todas las formas populares de los chistes colombianos. Una versión de sus originales actuaciones en la televisión nacional despertaba reacciones entre risas y desconcierto por sus trovas del absurdo, que consiste en sorprender a los oyentes con los disparates de la imaginación incoherente:
Ayer pase por tu casa
Y me tiraste un ladrillo
Y yo lo recogí
Porque estoy construyendo.
Las ocurrencias agraciadas basadas en los cuentos o chistes pastusos acuden con inusitada frecuencia a conquistar la risa mediante las estrofas o los mensajes, muchas veces con una simpleza tan absoluta como desconcertante para quienes esperan del chiste un cuento urdido desde la lógica narrativa:
- Papi, papi, ¿me das permiso para ir a fumar marihuana con mis amigos?
- Claro que si mijo, pero tendrá cuidado con los carros…
La vida militar ha sido un escenario ideal para extrapolar la condición de perdedores por vencedores. Los chistes pastusos hacen parte del cambio, como en el siguiente caso, el del capitán a gritos a su pelotón, evaluando:
- A ver, Pastuso Rosero: ¿Cuál es el primer paso para limpiar el fusil?
- ¡Mirarle el número, mi capitán!
- ¡No se bruto, Rosero, ¿cómo así que mirarle el número?
- ¡Claro mi capitán, no sea que termine uno limpiando el de otro guevon!
La vida cotidiana para vivir con alegría elige su primera semana en el año para su explosión quimérica, dedicada a la fiesta grandiosa del Carnaval de Blancos y Negros, espacio y lugar de jolgorio sin límite pleno de simpatía, una realidad posible por la integración armónica del poder creativo, la imaginación esotérica, la alegría contenida, el buen humor a rienda suelta, esa energía que navega entre serpentinas flotantes y atrae gentes de adentro y de afuera.
Empero, se ciernen sobre la sabiduría de un pueblo que ha construido su identidad a partir de recelos y acercamientos, una amenaza contra la riqueza cultural alcanzada, proveniente de las redes sociales como instrumentos de comunicación masiva, que empiezan a mostrar los síntomas de una decadencia en el mundo de la cultura popular.
En manifestaciones tan específicas como el encanto del humor, las redes sociales logran encumbrar influencers, sujetos que se presentan en sus páginas como creativos, que cautivan sin más esfuerzo a miles de seguidores, en especial jóvenes y personas con escasos niveles educativos, a juzgar por su redacción y ortografía. Hoy surgen páginas en Facebook con el engañoso pretexto de divulgar las artes, la cultura y las tradiciones de la región, creando mensajes de una ridiculez inigualable, a nombre de la idiosincrasia pastusa y nariñense, que logran tan solo causar pesar y nada más. De seguir así, la opción que nos queda no será la del deleite por ser capaces de reírnos de nosotros mismos sino el sentarnos a llorar de la purita vergüenza.
Diciembre 28 de 2024