La “inmadurez” del conflicto armado en Nariño (parte I)

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Por: Juan Pablo Torres-Henao

La literatura especializada en investigación para la paz y resolución de conflictos nos habla sobre la “madurez” en el desarrollo de un determinado conflicto armado. Si de por sí ha sido escaso el análisis de este concepto para reflexionar sobre el conflicto armado en Colombia, es casi nulo este ejercicio a la hora de pensar las políticas de paz desde una perspectiva regional, en nuestro caso en concreto, para el departamento de Nariño.

Para que hablemos un lenguaje común, el concepto de “madurez” nos remite a una situación idónea para entrar en negociaciones para una salida política a un conflicto armado. La situación idónea supone, entre otras cosas, “un cambio de mentalidad de las partes para que, en vez de buscar la victoria, persigan la conciliación” (Rios, 2022; 286), en el marco de factores estructurales y de agencia que hagan evidente un “estancamiento doloroso” que de sostener la violencia puede conducir “a una situación de ‘catástrofe mutua inminente’” (Ibidem; 287).

A partir de esta premisa, quiero ofrecerles en esta entrega -dividida en dos partes-, una aproximación a la manifestación del conflicto armado en nuestro departamento, para que a partir de ahí reflexionemos sobre las decisiones que en materia de construcción de paz se están tomando, tanto por el gobierno departamental como nacional. Pero antes de adentrarnos en una radiografía de la manifestación actual del conflicto armado en Nariño, debemos remontarnos hasta la década de 1980 para contar con una perspectiva histórica que nos de cuenta del carácter estratégico de nuestro departamento para el despliegue de los proyectos nacionales de los distintos actores armados irregulares que en el tienen presencia.

Uno de los recuerdos que tengo más marcados de mi infancia, un tanto difuso por la distancia que con el me separa, es el haber visto, luego de una persecución en la vía panamericana hacia el norte del departamento, de la mano de mi padre, a mis escasos seis u ocho años, dos cuerpos sin vida en el platón de una camioneta. Decenas de personas se atribulaban en torno al carro que cargaba los muertos, múltiples carros detenidos uno tras de otro conformaban sin saberlo la caravana fúnebre de dos desconocidos. Yo, entre los resquicios que quedaban entre las figuras de los adultos, solo alcance a divisar cómo las extremidades inferiores de los cadáveres colgaban estáticas, mientras bajo sus pies la carretera se inundaba de sangre. De esta manera conocí de la violencia en nuestro departamento.

Y es que a finales de la década de 1990 Nariño dejaría de ser un territorio de paz. La pasividad de las insurgencias: FARC-EP y ELN, presentes en el departamento desde mediados de la década de 1980 -más con fines de refugio y acumulación que de despliegue, llagaría a su fin al iniciarse una disputa territorial entre ellas y posteriormente, al despuntar el siglo XXI, con el Bloque Libertadores del Sur, integrándose militarmente de esta manera al conflicto armado a nivel nacional. Esto ocurrió de esta forma, a muy grandes rasgos, en virtud del coletazo que recibió nuestro departamento por la implementación del Plan Colombia en el hermano departamento del Putumayo: los cultivos de coca se incrementaron en Nariño, con ello la disputa de los territorios y las rutas del narcotráfico y por consiguiente, la victimización de la sociedad civil, especialmente las poblaciones indígenas, afrodescendientes y campesinas.

En este orden de ideas, la integración militar del departamento de Nariño respondió fundamentalmente a la disputa estratégica que en el tuvo lugar entre las extintas FARC-EP y el Estado durante el periodo de reacomodamiento que tiene lugar tras el fracaso de los diálogos en San Vicente del Caguán. Esta disputa seria acompañada por dos actores de reparto que actualmente adquieren mayor protagonismo tras la firma del Acuerdo Final de Paz y la reconfiguración del paramilitarismo, el ELN y el Bloque Libertadores del Sur, respectivamente.

En gran medida, las razones que condujeron a la integración militar del departamento no solo continuan vigentes sino que han tendido a agudizarse, subsistiendo a la variación de los grupos armados irregulares, tanto en forma como en fondo. De ahí la necesidad, como lo intentaré hacer en la próxima entrega, de reflexionar sobre las oportunidades y las limitaciones de construir paz en nuestro departamento.

Bibliografía consultada

  • Rios, Jerónimo e Hidalgo, Manuel (2022). Entre la lucha armada y la paz: una aproximación a la madurez del conflicto armado colombiano (1982-2016)

 

  • Medina, Carlos (Ed.) (2011). FARC-EP Flujos y reflujos. La guerra en las regiones

 

  • Aponte, David y Vargas, Andrés (2011). No estamos condenados a la guerra. Hacia una estrategia de cierre del conflicto con el ELN

 

  • CNMH (2023). “Todo el mundo sabían que eran ellos”: el BCB en Nariño, Putumayo, Caquetá y los llanos orientales

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