Hoy que nos encontramos frente a nuevo amanecer, al parecer quedarnos dormidos es el mayor golpe de suerte para evadir la realidad. Religiones e ideologías que a través de los tiempos han discriminado a unos y otros, fácilmente colapsan frente a un diminuto enemigo letal que en un abrir y cerrar de ojos, nos muestra que hoy somos los discriminados. Hoy no existen fronteras, ni países con políticas de excepción de odio por razas o color.
Nos dicen que no podemos ir afuera, en realidad no hay mayor necesidad en estos tiempos de ir adentro de nuestras mentes y corazones y hacer una pausa, tomar un tiempo de una realidad en la cual solo se persigue una vida a través de relaciones sociales divididas por una pantalla. Hoy padecemos no poder estar físicamente cerca a nuestros seres queridos, cuando tal vez ya hace tiempo los habíamos olvidado, habíamos perdido el sentido de familia, y ya habíamos puesto grandes distancias, dándole a la vida un falso sentido de proximidad y presencia con unos cuantos y otros tantos mensajes en alguna de las redes sociales. Ya la distancia social existía en nuestros corazones.
Hoy, cuando el cambio climático nos grita a mil vientos que debemos parar, que la naturaleza y el mundo nos necesita. Hoy, en donde no podemos seguir afuera a producir los altos niveles de contaminación mundial, nuestro mundo toma un aire y se recupera, y nosotros debemos usar máscaras, aunque gracias a la benevolencia de la naturaleza, aun podemos seguir respirando.
Es esta una oportunidad que la vida nos imparte para darnos cuenta que alguien más respira a nuestro alrededor, que alguien al otro lado de la calle necesita ayuda, que no estamos solos y que solos no podemos seguir, y que el tiempo, que con el correr de nuestras rutinas ni siquiera ya valoramos y que hoy añoramos pase rápido para sanar este caos mundial, sea realmente apreciado, y lo usemos para hacer el bien.
Es entonces, una pausa para ayudar a nuestros semejantes a surgir, a darle la mano a un mundo que día a día hemos despeinado con nuestro ego, es momento de ponernos de rodillas y reflexionar quienes realmente somos pues un diminuto enemigo letal nos tumba al piso y nos damos cuenta lo frágiles que somos.
En un mundo en el que el dinero maneja nuestras vidas, en una sociedad basada en la productividad y el consumo egoísta y desbordado, el cansancio incesante se apodera de nuestros días que hasta hoy no nos han permitido siquiera sentarnos a compartir con nuestros seres amados; hoy los hijos pueden volver a ver a los ojos a sus padres, y cuidarlos.
Hoy nos podemos rencontrar con nuestro al rededor, valorar nuestra naturaleza pues bastante estamos en deuda con el universo y sus leyes, nos estamos dando cuenta de ello, aunque estemos pagando un precio muy caro.