Una cadena de fracasos

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 Por: Juan Pablo Torres-Henao

Decenas de asesinados, entre ellos, firmantes del Acuerdo Final de Paz que es visto con desdén por tantas personas; miles de desplazados de manera forzada que nuevamente han tenido que abandonar aquel territorio que llaman hogar; otros más aun con paradero desconocido, reflejando la difícil situación que atraviesa un Catatumbo que es epítome de una cadena de fracasos.

A diferencia del presidente, no creo que la crisis humanitaria que hoy vive la subregión del Catatumbo sea evidencia de un fracaso de la nación, o más bien, no creo que responda solo a eso. Hacerlo, es decir, señalar que esto que está ocurriendo -y que contiene el germen de reproducirse en todo el país-, se debe a una ficción, en tanto toda nación es una comunidad imaginada que establece un nosotros y un otros, dilata en el tiempo fracasos más presentes, o más bien, inmediatos, tales como: la implementación del Acuerdo Final de Paz, la Paz Total, la reconversión de economías ilegalizadas y, en suma, la forma Estado en el territorio que llamamos Colombia.

El Catatumbo es epicentro de una cadena de fracasos que deben ser reconocidos cuanto antes para reparar el daño causado. Fracasa la implementación del Acuerdo Final de Paz que se concibe de manera fragmentada. Fracasa la apuesta de Paz Total que pasados más de dos años desde la posesión del presidente Gustavo Petro no cuenta con un documento de política pública que guíe el quehacer en esa materia y sus vasos comunicantes con la política de seguridad. Fracasa la reconversión productiva de economías ilegalizadas porque en esta región -como en Nariño- pese a que se hicieron muchas promesas, aun se encuentran a merced de los violentos. Fracasa el Estado porque no ha logrado llegar a todo el territorio nacional y cuando lo hace lo hace solamente como ahora acurre en el Catatumbo -y por tanto tiempo le ha ocurrido al pacifico nariñense-, a través de la bota militar.

La nación colombiana lleva fracasando más de doscientos años. Todo intento de imaginarla ha tendido a la exclusión. Indígenas, negros, campesinos, mujeres, jóvenes, entre otros, siempre han quedado por fuera, incluyendo aquellos territorios que son la periferia de la periferia, las “zonas rojas” que no admiten inversión social, la Colombia profunda que se nos escapa en el aire y entre trinos.

La actual cadena de la violencia en Colombia se encuentra muy bien eslabonada. Su lógica se ha transformado por completo así discursivamente sus actores recurran a argumentos no tan nuevos. Hacerle frente a esta realidad pasa por la inclusión de los territorios histórica y sistemáticamente excluidos como el Catatumbo, pasa por reconocer de una buena vez por parte de todos y todas, que las y los firmantes del Acuerdo Final de Paz son nuevas ciudadanías que a través de una voluntad colectiva de paz han decidido entrar a nutrir nuestra frágil democracia y a contribuir en la inclusión económica y social de aquellos territorios.

El fracaso deviene del resultado adverso de algo que se esperaba sucediese bien, así que no es justo con la población del Catatumbo argüir que la crisis que actualmente sobreviven se debe al fracaso de la nación. Se debe a sendos errores cometidos en esta administración. Reconocerlos y empezar a enmendarlos contribuirá, en la práctica, a imaginar una nueva comunidad donde la única excluida sea la violencia.

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