Con motivo de la conmemoración del bicentenario de la Batalla de Bomboná (7 de abril del 2022), he dedicado algún tiempo a pasar y repasar las páginas y publicaciones periódicas que dispongo en mi biblioteca, relacionadas con la investigación y divulgación de dicho acontecimiento. Nada tan gratificante a la memoria, como volver al discurrir histórico de la humanidad; de manera primordial, en cuanto atañe al apego de ciertos episodios que han dejado huellas de notoria significación y trascendencia en nuestro territorio. Con especial interés y satisfacción, me he detenido en las obras y escritos de nuestros autores nariñenses: José Rafael Sañudo, Leopoldo López Álvarez, Sergio Elías Ortiz, Nemesiano Rincón, Ignacio Rodríguez Guerrero, Emiliano Díaz del Castillo, entre otros tantos.
En esta ocasión, veamos el cometido que inquieta nuestra curiosidad: saber cuál es el origen y el significado de la palabra Bomboná. Al hacer este recorrido, nada nos ha llamado tanto la atención, al percatarnos que en ninguna de las obras y publicaciones consultadas, se menciona la fuente de la nombrada palabra y su correspondiente significado que, al instante, nos lleva al lugar en donde se libró la más cruenta batalla de nuestra Independencia. Brevemente, conviene recordar que Bomboná es también el nombre de la Hacienda de San Antonio de Bomboná, cuya denominación se remonta al año de 1702, según consta “en la escritura de venta de la hacienda que hace Jerónimo del Castillo al comisario Francisco Caicedo”. Casona que, además, sirvió de cuartel general del ejército libertador, durante la actuación de la recordada batalla.
Es de extrañar, sobre manera que, en los escritos especiales dedicados al relato histórico de la referida hacienda, tales como el titulado Hacienda de Bomboná de Luis Carlos Aljure, que hace parte del muy pintoresco y hermoso libro Las haciendas del café (Bogotá, 1997); ni en la consagrada y fundamentada Cartilla Cultural Escolar, que tiene por título Consacá Historia y Sociedad (2017), no se haga, en una, ni en otra, alusión alguna a tan deseado origen. Tampoco se vislumbra, en la amena y erudita obra Biografía de las palabras (Bogotá, 1957); del franciscano Efraín Gaitán Orjuela.
Menos, mucho menos, registra la palabra Bomboná y su respectiva acepción el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, en su edición del tricentenario del año 2014; que se limita a sus significados de redoma, vasija o garrafa, al igual que otros tantos de la Lengua Castellana; y, algunos de carácter específico, tales como, el Diccionario Geográfico de Nariño de Marceliano Márquez; el titulado Los nombres originales de los territorios, sitios y accidentes geográficos de Colombia (1995) del instituto Agustín Codazzi y el Diccionario de Americanismos.
Ante el fracaso de este empeño, en un acto de pálpito instantáneo, encamine mis ojos hacia el voluminoso Diccionario Hispánico Universal, Enciclopedia Ilustrada en Lengua Española (Colón, Republica de Panamá, Junio de 1967). Y válgame Dios, cual mi inesperada sorpresa que allí me topé con la renombrada palabra, con estas dos acepciones:
Bomboná: Vasija utilizada en filipinas. Especie de tinaja o garrafa de vidrio.
Bomboná: Bot. Planta de la familia de las pandémeas. Sus hojas, cortadas en tiras, se utilizan para fabricar objetos de Jipijapa. Es originaria de las regiones tropicales de América.
Bombonaje: igual texto anterior, en el Nuevo diccionario Ilustrado Sopena de la Lengua Española.
Jipijapa: Pueblo del Ecuador. América. Paja fina, flexible y de larga duración, que se emplea para tejer sombreros, petacas y otros objetos. Sombreros de Jipijapa.
No sobra advertir que dicha palabra Bomboná, aparece sin la acentuación aguda, con la que tradicionalmente y, desde lejanos tiempos, se pronuncia. Y es preciso reparar que dicha transcripción debió tener algún asidero, para no incluirla en vano, en el citado Diccionario Hispánico Universal. Para desentrañar esta aseveración, nada más indicado que acudir al registro de las 20.000 especies botánicas, nada menos, obra extraordinaria acometida por la Expedición Botánica, en el transcurso de dos décadas. De lo contrario, contentarnos con la expresión utilizada por Isabel la Católica, cuando acudía a don Francisco de Vargas, alcalde de corte, para que le resolviera alguna dificultad: ”Averígüelo Vargas”.
En estos aprietos andaba, cuando de pronto, y como por ensalmo, un santo de mi devoción en achaques de la búsqueda de tesoros bibliográficos, puso en mis manos el muy interesante estudio que tiene por título: Apuntes Lexicográficos del español hablados en Nariño. Al final aparece el nombre de Hugo R. Albor. Universidad de Nariño. Pasto. Colombia. Por la extrañeza de este apelativo, confieso que ignoro si corresponde a la realidad, o si no se trata de un seudónimo. Sea lo que fuere, estamos ante una pondera investigación realizada con las gentes de los municipios de Pasto, Túquerres, Ipiales y Sandoná.
Del considerable número de voces de origen quechua, correspondientes a la letra B, únicamente se registran estos tres vocablos: Bamba, Biche y Bomboná. De este último escribe:
Bomboná: De/puma/león/puna/”serranía”. En esta localidad, situada en las márgenes del rio Cariaco, libró Bolívar, el 17 de abril de 1821(Sic), una sangrienta e infructuosa batalla contra los españoles. Etimológicamente, Bomboná quiere decir Serranía del León.
Respecto de las voces Puma y Puna, dicho Diccionario de la Real Academia de la Lengua, las registra con los siguientes significados:
Puma, Quechua: felino americano de unos 180 cm. De longitud, de color rojizo o leonado uniforme que vive en serranías y llanuras.
Puna, Quechua: Tierra alta, próxima a la cordillera de los Andes.
En fin, gracias a la referida investigación de Hugo R. Albor, divulgado en la revista Thesaurus del instituto Caro y Cuervo, correspondiente al núm. 3 de 1975, logramos saber en sentido etimológico de la que parecía una palabra enigmática: Bomboná serranía del león. Entre paréntesis, intuyo que la equivocación histórica no es propiamente de un investigador raizal.
Qué casualidad, la historia no registra en parte alguna, ni por asomo, que en tierras de Bomboná, las huestes patrióticas al mando de Bolívar, se hubieran visto frente a un felino; sino que, al contrario arremetieron contra el ejército realista, al mando de don Basilio García, con la fiereza y el ímpetu de unos leones.
Ante semejante episodio, la historia nos remonta al lejano año de 1559, cuando el rey Phelipe de Castilla, expide la “Real Cedula, por la cual se concede escudo de armas a la villa de San Joan de Pasto”; que en su parte pertinente dice: “que haya tenga por sus armas conocidas un escudo que en medio del esté un castillo de plata, y a los lados del cuatro leones de oro…”.
En buen romance, una Real Cedula, premonitoria y simbólica.
Bien sabemos que, desde la más remota antigüedad, renombrados autores han tenido al león, “por el rey de los animales siendo el más fuerte y animoso de todos… que significa la fuerza del cuerpo y del espíritu… que duerme con los ojos abiertos y por esta razón es emblema de la vigilancia y de la custodia… que su cabeza es símbolo del hombre terrífico que con su aspecto severo pone espanto y horror”. En fin, que muchos príncipes y señores, en sus escudos de armas esculpen la figura del león en diferentes posturas. Y como dato curioso, Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana, registra once Papas con el nombre del León.
Y sin ir más lejos ni más lucubraciones, ni qué decir de la aventura de los leones, espantosa hazaña librada por don Quijote:
Y es de saber que llegando a este paso el autor de esta verdadera historia exclama y dice: “¡oh fuerte y sobre todo encarecimiento animoso don Quijote de la mancha, espejo donde se pueden mirar todos los valientes del mundo, segundo y nuevo don Manuel de León, que fue gloria y honra de los españoles caballeros!”
De aquí surge el motivo en el cual al cabo de cuatro siglos, se apoya la Leyenda de los Leones (Pasto, 1959), de nuestro recordado amigo, historiador y humanista, y, por añadidura poeta, Alberto Quijano Guerrero, de la estirpe de Alonso Quijano, el bueno. Tema apasionante, éste de la leyenda, que constituye, “la relación de sucesos que tienen más tradiciones o maravillas que de históricos o verdaderos”. Con sobrada razón, se ha dicho que “el pueblo la ha elegido, distinguiendo con su simpatía a las que se hecho acreedoras por sus cualidades de valor, abnegación y sacrificio”. En el prodigioso ámbito de la leyenda y la tradición, es preciso deslindar la diferencia que existe entre la fantasía de un relato popular y la exactitud de la historia. En otras palabras, saber a ciencia cierta, donde termina la realidad y comienza la leyenda; o, donde acaba la leyenda y comienza la realidad.
Concluida la misión que nos hemos propuesto, es preciso concluir; no sin antes expresar un motivo que nos inquieta en torno a la ancestral palabra Bomboná; y, con ocasión de esta conmemoración bicentenaria: la batalla de Bomboná, la más sangrienta y mortífera, que reconoce la historia, y nos estremece el ánimo, no obstante el tiempo transcurrido.
A un lado de las diversas concepciones e interpretaciones de la historia, analítica, critica, controvertida y controvertible, novelada; sin perder de vista las omisiones, exageraciones y tergiversaciones en que se incurre; en nuestro caso concreto, la Batalla de Bomboná. Todo esto, sin caer en ciertos hechos ya sabidos y que pertenecen al bizantinismo de la historia; es preciso que doblemos la hoja, y reflexionemos en la inteligencia, la altivez, el coraje y la valentía del pueblo nariñense, el de ayer, y el de hoy, dispuesto a enfrentarse, como si fueran leones, a las batallas de otra índole, que ahora discurren día a día, cuando parece, realmente, que ya vivimos en un estado permanente de guerra mental y material. No sé si nos equivoquemos al decir que los fatídicos signos del presente, y, no solamente entre nosotros, sino en el mundo entero, nos hacen entrever más, mucho más, la destrucción que la supervivencia de la especie humana.
Desde las hondonadas de la inmortalidad, surge en el eco, la voz convencida y certera, de Doramaría Chamorro, recordada académica de prestigio: La Historia somos nosotros. Ciertamente, la historia somos nosotros, los nariñenses, los pastusos y todos los demás.
Sí, La historia somos nosotros. ¿Se habrá dado una definición que entrañe el augurio de mejores días y el alcance de halagüeñas realidades? Con esta convicción, aceptemos el postulado que convoca nuestras voluntades. El momento apremia, y por nada, nos permite claudicaciones. Con la entereza que nos caracteriza, forjemos nuestra historia a la altura de grandes ideales. Pero, además, forjemos un futuro lleno de promisorias actuaciones y realizaciones.
Así lo deseamos con todo el ímpetu y la fuerza del alma.
VICENTE PÉREZ SILVA
Angasnoy (Refugio del cóndor), 20 de marzo del año 2022