José Luis Chaves López
La noche del 7 de abril de 1822 marcó nuestras vidas combatiendo al lado de nuestro general presidente. La oscuridad se iba cerrando sobre el campo de batalla y Bomboná parecía más un cementerio que otra cosa. Perdimos miles de nuestros compañeros que fueron muertos o heridos o desaparecidos. Los pastusos, al darse cuenta de nuestra inferioridad, suspendieron la batalla y se retiraron del campo y eso nos salvó la vida a muchos de nosotros, pues estábamos agotados por la caminata desde Popayán, además de que llegamos enfermos y no conocíamos el terreno.
El general no participó de la batalla. Se mantuvo a buen resguardo alejado del combate, en una colina alejada como a tres cuadras de distancia y custodiado por su guardia personal. En un momento en que nuestro ejército hacía retroceder a los realistas y mientras veía la lucha desde una gran roca, cuentan quienes estaban cerca que lleno de euforia exclamó: “qué bien entra mi gente”. Pero, otro oficial de su Estado Mayor le contestó: “Si, mi general, pero no sale”. Y, eso fue verdad, los muertos se contaban por cientos y ninguno hubiera terminado vivo si los pastusos no deciden suspender el combate.
Ante este panorama de muerte y dolor vi a los realistas dejar el campo. Entonces, el coronel Sanders, al observar que el ejército enemigo se retiraba, deja también la batalla para informar al general sobre esta situación. Después de confirmar lo dicho por Sanders, él se acerca al campo y comprueba la cantidad de nuestros soldados que yacían muertos o heridos. Agobiado por esta visión se sienta desolado en una roca. Pero, se repone prontamente y reclama, levantando su espada, la victoria en esta batalla. Su Estado Mayor lo mira sorprendido y él les recrimina diciendo: “quien queda en el campo gana la batalla”. Esto si es verdad, nuestro ejército quedó en el campo, pero con los soldados muertos o heridos o se perdieron en medio de la oscuridad y con la ignominia de haber perdido sus estandartes.
En cuanto amaneció, Bolívar le escribe a Santander manifestándole su alegría por la victoria y conminándolo a que escriba en el periódico oficial: “Espero que usted nos llene una bella gaceta de bellas cosas, porque al fin la libertad del sur vale más que el motivo que inspiró aquello del hijo primogénito de la gloria. Se entiende por lo que respecta a Pasto, que era lo terrible y difícil de esta campaña. No puede usted imaginar lo que es este país y lo que eran estos hombres; todos estamos aturdidos con ellos. Creo que, si hubieran sido jefes numantinos, Pasto habría sido otra Numancia…”
Esta es la versión oficial, pero Bolívar, que conocía la realidad de lo acontecido en Bomboná, nunca pudo olvidar, ni superar lo que le sucedió y en su mente siempre estuvieron rondando las tinieblas de la venganza. Como sabía de lo peligrosos que eran los pastusos, rápidamente organizo la retirada y en el hospital que levantó en Consacá dejó casi 300 de sus soldados que se encontraban heridos o enfermos. Y, qué ironía, le solicita al comandante realista García que los cuide, incluso le deja $2.000 para que los atienda en su convalecencia. Esto parece otra versión de la parábola del Buen Samaritano, pero en el fondo lo que le interesaba era alejarse de Bomboná lo más pronto posible. A su coronel Antonio Obando le da el encargo de defender la retirada. Esta solicitud fue interpretada por este coronel como una estrategia para deshacerse de él y así lo narra en su Autobiografía. “La víspera de emprender la marcha en retirada el Ejército, me llamó el General Bolívar y me habló de esta manera (palabras terminantes):
– Coronel: es necesario conservar a todo trance los Cuerpos mejores; por consiguiente, usted con su división sostendrá la retirada del Ejército.
Fue lo mismo que decir:
– Con tal que me salve yo y los míos, aunque usted se pierda, nada importa”.
Así era Bolívar contado por sus propios oficiales, entonces ¿qué podría esperarse de su comportamiento con sus enemigos?
¿Por qué odiaba tanto Bolívar a los pastusos que lo llevó a pelear contra ellos? Él suponía que debían estar del lado de la causa libertadora y como no era así, no podía soportar este desprecio. ¿Cuál fue, entonces, la coyuntura para los sucesos trágicos que se dieron en esta región?
Pasto es el punto intermedio entre Popayán y Quito y, si bien, la idea libertadora ya existía entre los Pastos (es oportuno recordar lo sucedido con los hermanos Rodríguez Clavijo en Guaitarilla y Túquerres), había una gran diferencia con Quito o Popayán. A los españoles no se los veía como quienes subyugaban, si no como amigos con los que se podía compartir y de los cuales aprender.
En consecuencia, Pasto sufre por ambos frentes: por el sur con el ataque desde Quito. Estos ejércitos asaltaron a Pasto en 1802, robando y destruyendo los templos y llevándose arte, joyas y dinero para poder financiar la “campaña libertadora”. Y, posteriormente, diez años después, llega la campaña libertadora del norte, en 1812, con Antonio Nariño a la cabeza.
Todavía estaba fresco en la memoria pastusa el asalto a sangre y fuego y los robos y saqueos de los quiteños y ahora aparece Nariño, enviado por Bolívar, a cometer las mismas barbaridades. Entonces, las preguntas que rondan en el espíritu pastuso son: ¿nos quieren libertar o nos quieren desaparecer? ¿Asesinar, destruir, robar, violar es lo que constituye una campaña libertadora? En conclusión, Bolívar –como en tantas otras decisiones respecto a Pasto– se equivocó al enfocar su “propósito libertario”. Sólo le interesaba el dominio del territorio por ser un lugar estratégico para conseguir la realización de sus planes. Sin embargo, esto no se logró, como si en otros lugares, enfrentándose a los españoles en un combate. En Pasto este proceso se dio con una invasión violenta que nada tiene que ver con la guerra.
En vista de estas arbitrariedades la reacción de los pastusos sobrevino. Surge Agustín Agualongo y su liderazgo atrae campesinos y mujeres y con ellos logra organizar un “ejército” para enfrentar primero a Nariño, a quien se toma prisionero y luego, tontamente, se le perdona la vida y más tarde a Bolívar. Después se le unen algunos militares españoles y, ahora sí, se organiza un ejército para enfrentarse a los invasores (uso esta expresión a propósito) mas no libertadores, en condiciones apenas similares. La mayoría de los “soldados” pastusos eran campesinos y mujeres y sus “armas” eran instrumentos de labranza. Pero, como hay una historia oficial acomodada que difiere de la historia verdadera, Agualongo es vilipendiado al juzgarlo como servidor de la corona española en contra de las propuestas libertarias. Nunca fue esta la intención al resistir a Bolívar y sus ideas, pero él no le interesaba comprender nuestras relaciones con la corona.
En Pasto no existía una junta de gobierno tan fuerte o exigente como la había en Popayán o Quito. Se manejaban las relaciones con los españoles de una forma amigable y tranquila. Y, como Pasto siempre ha sido un territorio muy productivo pagaba buenos tributos al rey Fernando VII y, por supuesto, nos iba muy bien con la Corona. Pasto pagaba y por esta razón el rey daba libertad y privilegios para esta región. Con la llegada de la campaña libertadora todo esto se iba a perder. Por eso, Agualongo entra a formar parte de quienes quieren mantener esos privilegios y lucha para no perderlos. Él no sólo habitaba en este territorio, si no que vivía y trabajaba con españoles, por eso organiza una fuerza con muy pocos, pero aguerridos “soldados” para defenderse de los usurpadores. Los arengaba recordándoles que Pasto ya había pasado por esto y que no nos habíamos dejado dominar por los incas y este recuerdo es el aliciente para enfrentarse a cualquiera, Bolívar incluido.
El 7 de abril de 1822, Bolívar al enfrentarse a este “ejército” pierde la batalla de Bomboná. Agualongo arenga a su ejército gritando frecuentemente: “un palo al jinete, otro al caballo y chuzo al estómago”. Dolido por esta derrota, ordena a su querido amigo, Antonio José de Sucre, al mando del batallón Rifles, tomarse a Pasto. Buscaba desquitarse de la humillación sufrida y por eso le ordena “borrarlo de la memoria de los pueblos”. Sucre, para cumplir la orden, le da libertad a sus hombres de hacer lo que quisieran durante 3 días. Esto incluyó violaciones, muertes de ancianos y niños, quemar y saquear los templos de las Congregaciones más antiguas de Colombia y robarse las joyas sagradas. Esa fue la venganza de Bolívar, pero cobardemente, no lo hizo él.
Esta fase de su personalidad no la reconoce la historia. Y tengamos en cuenta que, en ninguna narración o reseña consta que él, espada en mano o cargando con una pistola luchara en alguna batalla.
Con una premeditación malévola, y tratando de justificar sus acciones, para conseguir su propósito, Bolívar se va en contra del Tratado de Berruecos con el que se había logrado acordar un armisticio entre Popayán y Pasto: “no más sangre, no más fuego, no más muerte de pastusos”. Pero, su mente maquinó otra cosa y por eso incumple el tratado que él había acordado. Y, el 24 de diciembre de 1822, la calle se volvió colorada y a pesar de los años que han pasado ese recuerdo trasciende generaciones y parece que está inmerso en nuestra genética. Si Bolívar no podía olvidar, los pastusos tampoco. Por su mala actitud, su vida siempre fue caótica e iba de dolor en dolor y de humillación en humillación.
No puede dejar de pensar que cuando envió a Antonio Nariño y este llega a Pasto fue derrotado por las mujeres pastusas. Está presente en su memoria lo que sucedió en la batalla de los Ejidos de Pasto (el 9 – 10 de mayo de 1814) y sus consecuencias, pues con la derrota y captura de Nariño se puso fin a la campaña del norte. Esa espina se mantenía clavada en su espíritu y requería causar el máximo de dolor y humillación para calmarlo y tranquilizarlo, pero no encontraba cómo hacerlo. Lo que rebosó la copa de su odio fue la derrota en Bomboná.
Sin embargo, para entender esto es necesario volver atrás en el tiempo. Nariño llega a Pasto bordeando el cerro Tacines, cerca al volcán Morasurco, con un gran y poderoso despliegue militar. La ciudad se encuentra desprotegida ya que no teníamos ejército porque no se pensaba que sería necesario defenderse de los propios compatriotas. Como no se tenía armas se requirió utilizar las herramientas del campo. Los hombres eran muy pocos y mientras ellos pelean, las mujeres sacan en procesión por la ciudad a las imágenes de Santiago, San Andrés y San Sebastián, junto con la Virgen de las Mercedes. Esto le llama la atención a Nariño y le sorprende porque “ve ejércitos andando por la ciudad”.
A medida que los hombres que están enfrentando a Nariño en Tacines mueren o son heridos, las mujeres se van vistiendo de hombre, toman las armas y siguen atacando hasta lograr vencer a este ejército que emprende la retirada. Los soldados, en su huida, dejan abandonado a Nariño. Palabras más, palabras menos: las mujeres lo derrotaron. Cuando Bolívar recibe esta información, esta cala profundamente en su ánimo misógino.
Para completar su dolor, los pastusos, en ese momento y en los años siguientes, le hacen un gran reconocimiento a nuestras “gualembas” en lenguaje indígena. Más tarde este vocablo se transformará en “guaneñas”, que significa “mujer fuerte y aguerrida”. Después de esta victoria sobre Nariño, en Pasto se celebró por primera vez, y luego durante los siguientes años, una fiesta que recordaba el valor de las guaneñas. Este fue el primer “día de la mujer” en el mundo. Esto no lo sabe el resto de Colombia y, por supuesto, la historia no lo ha reconocido. Pero, a este olvido ya estamos acostumbrados.
Y, después de leer esta historia, algunos personajes todavía preguntan: “¿Por qué Bolívar no es querido en Pasto?”