Nueva York, 30 de octubre 2012
Los acontecimientos ocurridos en los días pasados en la costa Este de los Estados Unidos donde el huracán Sandy dejo una estela de dolor, devastación, muerte, desolación e incertidumbre, me trajo amargos recuerdos del atentado terrorista a mi adorado Tumaco el pasado mes de Febrero.
Estos tristes eventos difieren en su naturaleza, pero en sus consecuencias los une el dolor y la solidaridad.
Se preguntaran ustedes, pero en que se parece el huracán Sandy con el atentado terrorista? Ambos son desastres, el primero de índole natural, y el segundo causado por el hombre. Y la diferencia? En que el desastre natural se convierte en éste cuando no se toman las medidas necesarias para minimizar su impacto; pero ambos truncan las vidas de muchas personas, ambos crean dolor y sufrimiento.
Lo que ha seguido a estas tragedias, cuyas magnitudes generalmente se miden a paso lento, si es que en algunos casos esto es posible, es aquel sentimiento de impotencia, confusión, incertidumbre, y ese gran deseo de salvar el mundo y apaciguar el dolor de la población afectada. De repente no solo te encuentras bajo un efecto anestésico provocado por las imágenes productos de las devastaciones, sino que te atrapa esa ansiedad de respuesta inmediata, el como hacerlo, por donde empezar, donde ir.
No importa si estas en las escenas de los acontecimientos o lejos de ellas, pero ante eventos de estas magnitudes es normal que la reacción sea el de prestar ayuda y asistencia inmediata, la cual generalmente se encamina al ‘apoyo psicológico y económico’.
De regreso al evento de Febrero del 2012, tan pronto me entere del atentado terrorista, yo no sabía como ayudar desde la distancia; las palabras no te salen, las ganas de ayudar van más allá de calmar la angustia de tus familiares y amigos. Me di cuenta que aparte de los mensajes lo único que podría hacer era contribuir económicamente a la recuperación de la vida de la población afectada. Pero pensé, esta ayuda debe tener un valor significativo, no es de meter la mano a tu propio bolsillo. El verdadero esfuerzo lo debes hacer tú; fue así como me organicé y lo logré. En ese entonces, como dice el dicho ‘el dinero no es importante pero calma los nervios’; pues ese dinero no fue mucho, pero sentí que calmó los nervios de muchos y apaciguó mi dolor y tristeza. Mi deber y misión se habían cumplido; estoy segura que el verdadero dolor saldrá cuando visite el lugar de la tragedia.
Nueva York es una ciudad con capacidad de recuperación temprana a desastres; al igual que la comunidad Nueva Yorkina tiene ese gran poder y fuerza de voluntad para olvidar estas tragedias muy rápido y concentrarse en lo que importa: la reconstrucción de sus vidas y de la ciudad. Su plan de respuesta a desastres no tiene comparación; y por todo esto se nos olvida que esta población, aunque sea momentáneamente, también sufre y nos necesita.
Entonces, aquí estoy, con la incertidumbre, y esto es lo irónico de la situación: aunque estoy cerca y en los lugares de los acontecimientos, no se como apaciguar este dolor, no se como ni por donde empezar mi contribución humanitaria. Mi sentimiento de pertenencia y obligación con mi pueblo natal, creo, lo cubrí con una donación material. Siento que esta también es mi ciudad y que igualmente tengo un deber humano; sólo que éste no es económico.
Los mensajes de las autoridades del gobierno es el de ‘hemos perdido, pero no todo’. He aquí que vuelvo al punto de partida: que hago? Por donde empiezo? Donde voy?
Como dice una de las campañas de las Naciones Unidas en la participación de ayuda humanitaria: haz algo, en algún lugar, por alguien más.
Deja una huella que ‘tu también has estado allí, presente. Hay muchas maneras de ayudar.”