Cita a ciegas

Hace algunos días una bibliotecaria me invitó a “una cita a ciegas con un libro”. Se trataba de pasar por la biblioteca y recoger un paquete sellado con el compromiso de abrirlo en casa para vivir la sorpresa como si fuera una cita con el autor (con el libro o los protagonistas del libro). Y claro, dedicarle algo de tiempo.

Mientras me desplazaba hacia el lugar me puse a fantasear con qué personajes de la literatura me gustaría encontrarme.

Sería muy interesante tener una cita a ciegas con Fantine, esa mujer que vendió su cuerpo, su pelo y hasta sus dientes para salvar a su pequeña hija de la desgracia. Decirle que cuando leí Los Miserables, de Víctor Hugo, su nobleza y coraje me aguaron los ojos.

Sentarme en una placita a compartir un café con Antígona para contarle que en el colegio representamos la obra, y todos enmudecieron cuando el Rey la hizo matar por haber enterrado con dignidad a su hermano.

Ir a un evento de magia con Hermione Granger, la coprotagonista Harry Potter, para hacerle saber mi admiración y pedirle que me enseñe un par de truquitos para encantar perros, sería genial.

Sería extraordinario tener una cita a ciegas en la entrada de una sala de cine con Andrés Caicedo, para salir a conversar, cerveza en mano, de Cali-calabozo y Ojo al Cine.

¿Y qué tal una charla con John Milton, el poeta inglés que escribió El paraíso perdido?  Exponerle lo que entendí de su libro y discutir con él algunas de mis apreciaciones.

–A ver, sobre qué quieres comentar–, me diría.

–Vos son tan grande como Shakespeare –le contestaría–.  Y con seguridad abriría los ojos y alzaría las cejas, como diciendo “si” para sus adentros, pero sonriendo leve para no mostrarse pedante.

–Entendí que habían dos paraísos que se perdieron: uno es el Cielo donde habitaba Satán y los ángeles rebeldes, que por protestarle a Dios son expulsados de allí por mal comportamiento; y el otro paraíso, es el Edén, donde viven Adán y Eva, que por desobedientes son igualmente desterrados.

–Pero mi libro sobre todo recoge la pregunta de por qué Dios, siendo tan poderoso permite el sufrimiento, el dolor, la muerte…

–Exacto. El hombre entiende que perdió su paraíso cuando conoce la desgracia y la muerte. ¿De dónde nació la idea de escribir ésta epopeya en forma de poema?

–Mi libro es una interpretación libre de la Biblia. Satán es un personaje trágico que decide ser rey en el  Infierno antes que sirviente en el Cielo.

–Tu Satanás es fascinante. Me lo imagino subido en una tarima tratando de convencer a los ángeles para exigirle a Dios abandonar sus privilegios y crear un Cielo donde todos tengan los mismos derechos y oportunidades.

–Satanás es un ser perverso. Primero seduce a Eva hasta convencerla de comer del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Luego, atenta contra Jesús, el hijo de Dios. Las armas de Satanás son la astucia y el engaño.

–Hay un detalle del libro que me llamó la atención. Es Eva la que come del fruto y la expulsada del Paraíso. Pero Adán, seducido por su belleza, mucho tiempo después, come de la fruta de manera solidaria para compartir el destierro con su amada. ¿Es esa la primera manifestación de amor sobre el Universo? ¿Cierto?

–No, el primer hecho de amor puro se da cuando el hijo de Dios se ofrece para convertirse en hombre y morir para redimir a la humanidad del pecado que cometieron Adán y Eva.

–Ah sí. Sí señor.

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