Por: José Arteaga
(Twitter: @jdjarteaga)
Ha empezado la construcción de un proyecto esperado y del que se ha hablado en varias ocasiones en esta columna. Es el Centro de Ciencias de la Universidad de Nariño para la Apropiación del Conocimiento de las Ciencias Astronómicas y Espaciales en el Departamento de Nariño. Su ubicación, la loma del barrio Centenario. Una idea del científico y docente Alberto Quijano Vodniza.
Los recursos salieron de la OCAD Región Nariño, Sistema Nacional de Regalías, y aunque este inicio estaba pactado para enero de 2022, su presupuesto sólo fue aprobado hasta marzo del año pasado: 26.916 millones de pesos. Será esta administración, pues, la que se lleve la gloria de su realización. Es una de las cosas que siempre suceden. Aunque el trabajo lo hayan hecho otros, es el que corta la cinta quien sale en la foto y pasa a la historia.
Ahora la Alcaldía quiere que este Centro de Ciencias haga parte de un plan de rehabilitación de la loma del Centenario. En otras palabras, la idea de Quijano ha servido para desarrollar otros proyectos. Es lo que solemos decir: el emprendimiento individual y comunitario siempre debe ser tenido en cuenta para el progreso de la región, porque es una pena que tantas ideas magníficas fracasen por la falta de atención gubernamental.
Nariño es un semillero de ideas innovadoras: emprendimiento para limpieza de residuos subacuáticos, desalinizadores solares para conseguir agua potable, tomografías volcánicas para acercarnos a la realidad del Galeras, desmociladores para preservar el balso blanco y utilizarlo en la panela. En fin, muchas cosas que no siempre están en la Universidad o en las secretarías de la Gobernación.
Pensando precisamente en ello, Quijano Vodniza ha ido más allá y ha planteado el Centro como una fuente de conocimientos dividida en dos factores: el primero es la investigación, por supuesto. La joya de la corona es un telescopio de un metro, con un alcance superior al de cualquier otro del país, y que cuesta cerca de un millón de dólares, que fue diseñado en California y que se está haciendo allí. A su alrededor, un observatorio «con todas las de la ley».
Y el segundo factor es la formación. Desde que la idea de Quijano nació hace tres lustros, se quería tener un observatorio aficionado para niños y que sea parte de un entorno cultural. Las artes y las ciencias deben estar unidas para construir el futuro. El presente se puede arreglar, pero trabajar con niños a largo plazo asegura un futuro rico en posibilidades culturales y científicas. Descubrir una vocación temprana o inculcar un conocimiento nuevo son parte esencial del desarrollo.
Solemos creer, porque así nos lo han metido en la cabeza, que los científicos están locos, que son seres asociales incapaces de bailar o de tomarse unas copas. Nada más lejos de la realidad. Estamos rodeados de físicos nucleares en potencia, de astrónomos, ingenieros acústicos, geofísicos, biólogos o químicos. Y seguro que hay niños que quieren ser codificadores, robóticos o blockchainers. Y si alguien les dijera que es posible ser Medical Science Liaisons o coordinadores de informática clínica, seguirían ese camino.
Por eso es importante saber quienes son y aprender de ellos, y apoyarlos y mostrarlos a nuestros hijos como ejemplos a seguir. Y que maravilla sería verlos trabajar en proyectos concretos, haciendo que este Centro de Ciencias sea nuestro Silicon Valley particular.
Necesitamos reactivar la ciencia, de la misma manera que necesitamos poesía, novela, teatro, humor, títeres, pintura, escultura, artesanía y música más allá del mainstream. Necesitamos personas que sean o puedan ser anticuarios, reparadores, curadores de arte, grabadores o diseñadores en todos los campos.
Otro asunto es el de la visibilidad. Un Centro como este permite organizar congresos científicos internacionales y encuentros de diferentes especialidades. Eso supone mover en la ciudad otros sectores como la hostelería, el turismo, el transporte y demás. Hace que Colombia tenga un contacto directo con la ciencia en un escenario pastuso. Eso es increíble.
Con mayor modestia, por supuesto, este tipo de efectos de visibilidad los ha generado el Festival PastoJazz, Músicas del Mundo, pues cada año nos visitan figuras internacionales de la música. El solo hecho de formalizar una invitación implica una gran concentración de miradas hacia Pasto y eso es extraordinario.
Hace varios años tuve el sueño de llevar a Pasto a Berklee School of Music, el mayor centro de educación musical del mundo. Siendo como es una ciudad-semillero de talentos musicales, era importante que la gente de Boston lo supiera. Pero sin apoyo fue imposible continuar. Quizás algún día.
Quijano Vodniza ha superado todo lo imaginable. Ha construido un Berklee de la ciencia en una ciudad que para el resto del mundo «está lejos». Un mérito que no tiene precio.