Muchos procesos de resistencia al conflicto armado se convierten en iniciativas para la re-existencia. Esta resiliencia no solamente frena el despojo y la des-territorialización. También redefine las formas de existencia a través de movimientos emancipatorios y la reinvención de sus identidades, sus modos de pensar, y sus modos de producción y de sustento. Así lo conceptúa Arturo Escobar. En resumidas cuentas estas poblaciones no solamente han perseverado, se han reafirmado a través de reinventar su existencia cultural.
En Colombia los nuevos paradigmas sobre los significados y requerimientos de la paz los han construido los pueblos, las comunidades y distintos sectores de la población civil durante las últimas tres décadas. Innumerables ejemplos hay en Colombia y también en el departamento de Nariño, uno de los territorios más golpeados por la violencia. Los paradigmas no han sido generados desde teorías académicas y hallazgos de la investigación para la paz, sino desde las propias vivencias y la necesidad urgente de enfrentar los desafíos de distintas expresiones de violencia como la pobreza, la exclusión, la marginalidad y el conflicto armado.
En un contexto de presencia de la expresión violenta, el abordaje de los acuerdos locales de paz y formas de tramitación de conflictos, inspiradas en principios de buen vivir, configuran expresiones auténticas y autónomas de construcción territorial o tejido de paz desde las comunidades resilientes y abiertamente contrarias a la violencia. Toman forma de alternativas al desarrollo. Así lo representa la iniciativa del pacto local de paz de Samaniego Nariño y los desminados humanitarios de la Minga.
En un artículo publicado en 2015 denominado Territorios de paz en Colombia: Las experiencias de resistencia civil de dos comunidades afectadas por la guerra, se determina que uno de los movimientos de resistencia civil más consolidado es el de Samaniego Nariño, con liderazgos reconocidos y la participación y compromiso de gran parte de la población, lo que le permitió alcanzar más logros, que en las Mercedes Santander. Según las investigadoras Idler, Garrido y Mouly, expresan que las estrategias locales se fundamentaron en la organización comunitaria, la comunicación y el liderazgo, bajo principios de no violencia e imparcialidad. Las relaciones entre comunidad y actores armados también jugaron un papel fundamental.
De todo este proceso de resistencia nace la expresión de que el pacto local de paz de Samaniego es una forma de jiu-jitsu político. El término de defensa sin armas en artes marciales japoneses, es analizado con precisión política en la experiencia de pacto local de paz. Para las investigadoras en mención, lo que ha ejercido la comunidad de Samaniego en tres momentos históricos diferentes, ha sido un proceso de resistencia ante el conflicto armado, en donde la violencia ha rebotado en favor de la vida de las personas y sus territorios.
Por otra parte las investigadoras hacen uso de la palabra inglesa backfire. Expresa un concepto de mayor acumulación de poder ciudadano en defensa de la paz y en contra de la guerra, siendo el rebote del fuego o escudo contra la violencia. Proceso también donde los grupos armados ilegales pierden poder y legitimidad de sus acciones políticas, expresadas en formas violentas, las cuales son rechazadas categóricamente por la comunidad.