Por: Piedad del Carmen Figueroa Arévalo
Docente de la Fundación Universitaria Juan de Castellanos.
La racionalidad centrada en el conocimiento positivo de la ciencia occidental que predominó en el siglo XX, encerró la escuela en sus paredes y en los libros. Ahora, en el siglo XXI y más en este momento de la historia, se ve abocada a abrir sus puertas y ventanas al universo a través de las nuevas tecnologías. Quizá el salto obligado que ocurre de un momento a otro, ha dejado al desnudo, las bondades pero también las falencias, dificultades y por qué no decirlo, los errores de la escuela que hasta hoy se resiste a la transformación y al cambio. En este escenario es preciso mirar que para dar ese paso, aún se necesita un contrapeso destinado a hacer el equilibrio para la inmersión en las relaciones primarias de la vida, en lo que se ha llamado el anclaje a la matriz de vida.
Esta experiencia que para nuestras generaciones es completamente nueva, nos ha llevado a reconocer que como seres vivientes formamos parte de la naturaleza y que en ella diariamente realizamos las funciones vitales de respirar, alimentarnos, saciar la sed, vestirnos, protegernos, descansar, crear, soñar; para lo cual necesitamos producir, transformar y consumir lo básico y todo lo hacemos en relación con el lugar que habitamos: el territorio, parcela, municipio, región, país, mundo; en donde se inscriben las interacciones que ejercemos en los ecosistemas a los cuales pertenecemos: familia, comunidad, escuela, ciudad.
El aislamiento de alguna manera nos ha limitado y a la vez enseñado que es preciso pensar la vida de otras maneras, de otras formas, que sin duda nos invitan a la reflexión y nos impulsan a encontrar nuestros orígenes, en donde saltan a la vista un sin número de preguntas que ameritan buscar urgentes respuestas como lo evidencia la nueva dinámica de las redes sociales.
Como maestros y maestras, en este momento de la historia, necesitamos hacer memoria y reflexionar sobre la dinámica de cambios y permanencias que han marcado la vida, la historia y en particular la educación. Entre las permanencias que definitivamente son y serán elementos esenciales de la educación, nos encontramos, por ejemplo, con el lenguaje en sus diferentes formas y manifestaciones como mediador del acto educativo y aunque surjan medios como los audiovisuales, virtuales y en general los tecnológicos, éstos permanecen anclados al lenguaje oral y escrito; de igual manera, la necesidad humana de socializar y vivir nuestros sentimientos y emociones en el intercambio cotidiano de reencontrarnos y reconocernos con nuestros semejantes y con el entorno natural y sociocultural que implica la contextualización y pertinencia de los procesos educativos, se mantienen como componentes primarios de la educación aunque las formas de realizarlas cambien de acuerdo con el momento histórico; además, la función vital del maestro no podrá ser reemplazada por una máquina que por mucho que se parezca, no será quien brinde el afecto que es esencial para un buen aprendizaje y se podría enumerar muchos más pero quizá los ya mencionados son los de más relevancia.
No obstante las permanencias, los cambios, sin lugar a dudas, van a darse o tienen que darse. Cada vez es más urgente dejar atrás la vieja escuela por sus secuelas de frustraciones y olvidos, un sistema educativo que hoy más que nunca debe ser replanteado en su profundidad, pues no se trata de cambiar la forma tradicional del “dictar” clases presenciales para continuar atiborrando de información y sumiendo a los estudiantes y sus familias en prácticas que no dejan más que cansancios, deserción y frustración. Claro está y es justo rescatar y reconocer el esfuerzo, la dedicación, el trabajo y la creatividad de un sin número de maestros y maestras que, a pesar de todos los problemas suscitados como la falta de conectividad acorde con las necesidades del momento, de la imposibilidad de muchas familias para acceder a un plan de datos, entre muchas otras debilidades del sistema, han dedicado lo mejor de sí mismos, para no dejar a sus estudiantes a la deriva.
En las circunstancias por las que estamos atravesando es necesario encontrar una base firme para anclar esos cambios en lo que se puede llamar matriz de aprendizaje como ya se planteó desde el municipio de Pasto en el proyecto Educativo Municipal para los Saberes y la Alternatividad PIEMSA, en donde se postula que si los contenidos curriculares no se contextualizan al territorio para mirar desde allí lo universal, si no se inscriben en el momento histórico, en las necesidades del estudiante, sus familias y la sociedad, carecen de sentido y son un salto al vacío.
De igual manera, las estrategias de evaluación que permean todo el quehacer educativo y que aún prevalecen, como las pruebas escritas y otras tantas que no han superado la acción de calificar y clasificar siguen marcando la pauta, ¿será que tienen el mismo peso? la velocidad con que el estudiante conteste una prueba, ¿será un parámetro claro y preciso de la evaluación? En este momento, es urgente orientar la evaluación como un proceso continuo de investigación que impulse a mejorar los aprendizajes y por ende la calidad educativa. Hoy, cuando la familia se ve abocada a retomar su papel como centro de la formación y de la educación en época de crisis, necesita que repensemos los procesos desde un contexto diferente al aula de clase, son otros espacios que se nos ofrecen para replantear el acto educativo.
Vienen a mi memoria estos planteamientos inscritos en PIEMSA que quizá se adelantaron a su momento, cuando se habla de pertinencia, de contextualizar los contenidos curriculares, del uso pedagógico de las Tic, de mirar el universo partiendo del territorio, de repensar la evaluación, de darle una significación más profunda a nuestro ser del sur, de acatar las normas de una manera crítica y reflexiva, de volver nuestra mirada a los orígenes no para quedarnos allí sino para apropiar lo mejor de ellos y continuar el camino, entiendo que dichos planteamientos, hoy más que nunca parecen adquirir una validez inusitada, por cuanto allí se podrían encontrar luces para este nuevo momento de la historia, cuando necesitamos impulsar la búsqueda de una educación alternativa, fundamentada en los saberes propios que es precisamente desde donde se pueden asumir los saberes universales.