La lengua española

Me preguntaba una periodista mexicana hace poco respecto a un libro que mi editorial publicó (Música con Nombre Propio): ¿porqué hacen libros ahora que la gente no lee? Me defendí como pude porque no tenía cifras a la mano para rebatirla, pero según la Federación de Gremios de Editores de España, en los últimos 10 años los índices de lectura han aumentado 5,7 puntos; y en América Latina según el CERLALC, los índices de lectura también han crecido, especialmente en Argentina y Chile. No así la cantidad de libros leídos por persona.

Esto se debe a que la lectura se puede encontrar en cualquier plataforma tecnológica: leemos redes sociales, leemos reseñas y resúmenes de películas. Siempre estamos leyendo, tanto es así que una aplicación de mensajes como WhatsApp desplazó a la llamada tradicional telefónica como medio de comunicación. Por tanto el uso de la lengua también ha crecido, pues no sólo está el público que lee una información, sino las personas que la redactan.

En fin, que es una lucha continua, pero que sigue su proceso natural. Otra cosa es preguntarse cómo lee la gente hoy en día, y eso es algo que se ha debatido en el noveno Congreso Internacional de la Lengua Española, una cita trianual que se acaba de celebrar en Cadiz. «Hay un abandono de la normativa y pérdida de calidad» en el español en las redes sociales, han dicho los académicos. Y esto, claro, no es sólo inherente a la lengua española sino a todos los idiomas. El Diccionario de la Lengua Española, el Diccionario de María Montesori y hasta los manuales de estilo de los diarios están con una espada de Damocles encima porque en las redes se escribe de cualquier manera.

No se habló mucho de la influencia de otros sectores del lenguaje como la música, porque la Academia entiende la cultura urbana como un encuentro de jergas callejeras y dichos populares. Pero también porque siendo sinceros, nunca le ha prestado especial interés a la música. En este caso, el reggaetón también se salta las normas «a la torera», pero todavía a nadie parece importarle.

Por el momento la defensa de la lengua española se plantea como la lucha de la tierra contra el cambio climático: titánica. Las medidas pasan por reforzar la regulación y poner el Diccionario de la Lengua Española online. Pero esto suena a antigüedad. La tecnología va a mil por hora y estas instituciones a diez. Si la inteligencia artificial supone el siguiente cambio a futuro del mundo, como predice Bill Gates, esa distancia de velocidad será aún mayor. Y claro, los chicos de hoy en día conducen a la velocidad de la tecnología, no de la Academia.

Este, sin embargo, no es el único sector que se enfrenta a los cambios continuos. Fijémonos, por ejemplo, en el derecho de autor. La velocidad de reacción de las sociedades protectoras de derechos como SGAE en España o Sayco en Colombia, es lentísima. Tres cuartos de lo mismo para sectores legislativos y judiciales. Muchas veces el recurso es poner freno, pero el freno se puede entender como censura, ante lo que en la calle se actúa con rechazo.

En fin, que uno de los malos hábitos que tienen este tipo de instituciones como la Real Academia de la Lengua es ver lo nuevo como algo invasivo, como una especie de enemigo; como cuando apareció la radio, la televisión o internet, que fueron declarados enemigos de la lectura antes de su comprensión definitiva. La redes sociales no son un enemigo, sino un espacio para aprovechar, un terreno lleno de oportunidades de educación y de creación. Los académicos no se meten de lleno en el mundo digital porque los supera y entonces anteponen un crucifijo o dientes de ajo.

¿Un ejemplo? La Real Academia de la Lengua llegó a la conclusión que el portuñol (español mezclado con portugués) y el spanglish (español más inglés) ya son formas de hablar (lo que decíamos del reggaetón). ¡Pero esto, señores, se ve desde cuando la salsa se convirtió en los años 70 en un género musical del Caribe urbano! Ha llovido mucho desde entonces como para que apenas ahora abran los ojos ante el fenómeno. Y mientras en Amazon se venden cientos de libros y publicaciones en portuñol y spanglish, en el congreso de Cadiz apenas están preocupados si de aquí «saldrán nuevas lenguas con reglas propias».

Otra cosa es, y en esto si que ha sido acertada la reflexión del congreso, el papel del español como lengua universal. Ya sabemos sus virtudes, las maravillas de nuestra lengua y lenguaje, su riqueza infinita y la enorme posibilidad de variantes que da el uso de sinónimos. Pero en términos de importancia sigue detrás del inglés. ¿Porqué? Por muchas razones históricas, geopolíticas y lingüísticas, pero en mi humilde opinión, sobre todo porque el inglés se posicionó como la lengua tecnológica por excelencia, y vivimos en la era tecnológica.

Quien quiera aprender informática (que es otro lenguaje, por cierto) debe tener un nivel de inglés. Silicon Valley está en un país angloparlante y las sedes de las grandes empresas tecnológicas en Europa igual. Pero al mismo tiempo la tasa de natalidad de América Latina alcanzará su tope en el año 2058, que está a la vuelta de la esquina; y aunque la natalidad está a la baja en todo el mundo, los países que en el futuro inmediato tengan mayor población verán mayores caminos de desarrollo gracias a la emigración.

Es decir, que los países europeos necesitarán no sólo mano de obra llegada del exterior, sino mantenimiento de la fecundidad. Entonces países como Perú y Bolivia, que tienen tasas muy altas, recibirán estímulos para emigrar. Y eso significa que personas hispanohablantes se convertirán en ciudadanos de Alemania o Suiza o Países Bajos. Ya sucede, pero este índice será mucho mayor dentro de poco. Así que ese es un punto que hay que aprovechar en esta batalla por el fomento de la lengua española.

Es una pena que, de todas formas, estos congresos estén marcados por «el politiqueo», entendido no como la injerencia de los ministerios en las actividades de la lengua, sino como la actitud de los directores de instituciones a sentirse dueños de la verdad y dar partes de victoria donde no se necesitan. Y es una pena porque lo importante está en la acción sobre el lenguaje.

Darío Villanueva, profesor de la Facultad de Filología de la Universidad de Santiago de Compostela, se manifestó preocupado por lo políticamente correcto (que fue tema de esta columna hace algunas semanas), y dijo: «En Irlanda acaba de prohibirse para los alumnos El Viejo y el Mar, de Hemingway, porque se ha dicho que puede alterarles». Ese es un gran tema a atajar y da la medida de como la Academia debería anticiparse a los problemas y no esperar a que estos lleguen. Villanueva ha mirado algo que sucede en el inglés y lo traslada a lo que puede suceder en el español. Ahí está una de las claves de todo esto.

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