La poeta tumaqueña que honró a los negros, Blanca Ortiz de Sánchez, es El Personaje 10

 Por: Rosa Isabel Zarama Rincón

Blanca Ortiz de Sánchez Montenegro (Tumaco, 1908-Bogotá, 1977), brilló en Pasto y en Bogotá por sus sólidos conocimientos literarios, la calidad de sus escritos y su jovialidad.  Diafanidad, su libro de poemas fue dedicado a diversas temáticas de Tumaco y de sus alrededores, en donde describió a las personas, a los paisajes de la costa y nombró algunas costumbres de su amada isla. La lectura Diafanidad unida a su poema: “Puerto de romances” permiten concluir que aunque salió muy joven de su ciudad natal, las experiencias y emociones que vivió en Tumaco se impregnaron en su alma y siempre la acompañaron. El título en mención se editó en Bogotá en 1938, posiblemente, es el primer libro publicado por una mujer nariñense; aunque, en las décadas iniciales del siglo XX, poemas de otras damas se difundieron en diversas revistas del departamento.

Foto: Rosa Isabel Zarama Rincón

En la foto se observa que los ochenta y cuatro años de vida del libro dejaron su huella: la carátula de un vivo azul perdió su color original; sin embargo, el dibujo de la portada conserva su vigor al representar a un pequeño velero dotado de una gran vela que se encuentra entre las olas del mar y el viento. Ese dibujo cuyo autor se desconoce, transmite la esencia de la autora.

A los 18 años contrajo matrimonio con el intelectual tuquerreño Víctor Sánchez Montenegro (Túquerres 1902, Bogotá 1985), quien fue abogado de la Universidad Nacional, escritor, editor de revistas, docente, poeta, traductor, animador cultural y miembro del partido conservador; quien en los años cuarenta, se desempeñó como profesor del Liceo de la Universidad de Nariño y secretario de Educación de Nariño. Las profundas inclinaciones que Blanca y Víctor tuvieron por la cultura los unieron y les permitieron apoyarse. En 1928, en el Teatro Imperial de Pasto participaron en la obra teatral: La Pasajera escrita por Sánchez, cuya principal protagonista fue su cónyuge. De acuerdo con Carlos Uribe, Blanca fue lectora de los escritos de su esposo, además de su crítica implacable. Por su parte, Víctor estimuló y publicó el trabajo de su consorte en varias de las revistas pastusas en donde trabajó; a él, está dedicado Diafanidad.

La pareja no tuvo hijos. En los treinta estaban radicados en Bogotá, regresaron a Pasto en 1935. En los años cuarenta a la poeta la nombraron gerente de la sucursal de la librería Voluntad, posteriormente, fue fundadora y propietaria de la librería Victoria; ubicada en el antiguo Seminario de Pasto, esquina de la calle 19 con carrera 24, hoy Centro Comercial Sebastián de Belalcázar, detrás de la librería había un apartamento en donde residían. Es posible, que fuera la primera mujer pastusa gerente de una sucursal de una editorial y propietaria de otra librería.

Ortiz combinó las actividades comerciales con la escritura de poemas que fueron publicados en medios impresos, entre ellos: la Revista de la Biblioteca del Centenario. El número 3 salió a la luz en agosto de 1945, en donde divulgó la foto de la escritora y un corto texto que acompañan este artículo; allí, se comunicó que la escritora con su inagotable inspiración figuraba entre las mejores poetisas de Colombia y traspasaba sus fronteras, al ser elegida socia honoraria de un centro cultural en Buenos Aires. El escrito concluye con la siguiente frase:  “[…] lo cual prueba que nuestra gran poetisa es un honor para las letras patrias”. En esa ocasión, se publicaron los poemas: “El marinero loco” que forma parte de Diafanidad, junto con dos poemas inéditos: “El barco de Simbad” y “La niña se está pintando”.

Aproximadamente, en 1952 retornaron a Bogotá, vivieron en un apartamento en el barrio Teusaquillo. En esa ciudad, Blanca fue profesora en varios colegios. A partir de las publicaciones que se localizaron, se deduce que entre 1930 y 1948 fue muy prolífica; posteriormente, hay un vacío en su producción que se debió a varios factores: a que poco le gustaba figurar, a la artritis y a las dificultades para publicar o vender libros en Colombia. El poeta Eddy Torres asegura que un segundo poemario titulado: Puerto de 1romances fue publicado en Bogotá en 1942 y que se agotó rápidamente; no obstante, hasta la fecha, resultó imposible localizarlo en las principales bibliotecas públicas y universitarias del país.

El abogado y escritor Vicente Pérez Silva, amigo de la pareja, rememora que a la tumaqueña la debilitó una fuerte artritis, hasta el punto de postrarla en cama durante largos años, acompañada de dolores intensos.  Su esposo sufrió esa tragedia familiar, quien intentaba mitigar su dolor al asistir a tertulias en donde departía con intelectuales y diplomáticos.

Entusiasmaría saber que las actuales generaciones pudieran disfrutar del trabajo de la poeta que le escribió al mar, a su gente y también a los niños. Por lo tanto, es necesario la publicación de nuevas ediciones de sus creaciones. Mientras ello se cristaliza,  se adjuntan los poemas: “Puerto de romances” que trata sobre la relación de Blanca con Tumaco, este material fue posible publicarlo gracias a la gentileza de Vicente Pérez Silva. Entretanto, en el poema “Costaneras” que forma parte de Diafanidad, se identifican elementos cotidianos de la selva pacífica nariñense como: la marimba, la chonta, o el vinete de Chucunés.

Puerto de romances

¡Puerto de los romances,

dulce puerto querido,

donde pasó mi infancia

en donde fue mi nido!

Bebí tus horas buenas

con sin igual cariño

envueltas en nostalgias

como si fuese un trino.

A cantar me enseñaste.

Ese fue mi principio

que se hizo diamante

azul de mi destino.

Cuando salí de ti,

bajo cielo tranquilo

cual perla de la ostra

te traje en mi camino.

Te canto porque siento

que su amor se hace lirio,

esencia de blancuras

con sangre de prodigio.

¡El amor me condujo

a otros campos floridos,

donde algunos laureles

darnos la vida quiso,

más todos los ofrendo

a ese paraíso

orgullo de la patria

que te llena de olvido!

Mi laurel se hizo canto

que en mi Sur ha vivido.

Hoy mi mar es romance

que para ti ha tejido

mi voz que se hace música.

¡Música! ¡ Qué prodigio!

Como el amor es ala

que impulsa un igual ritmo,

anhelo que me dieras

la otra, y con deliquio,

los dos iremos juntos

salvados del abismo,

para llevar indemnes

al pie del infinito

Costaneras

Canto lejano de la marimba,

donde la raza morena llora;

en donde el negro con su cachimba,

hoja por hoja su alma desflora.

Suenan cunucos al compás bronco

del puño sobre la piel extraña.

Entonces brotan del hueco tronco

las hondas quejas de la montaña.

Salta el moreno de talle esbelto

sobre aquel piso de tierra negra,

y su sonrisa de coco alegra

El ritmo loco del baile suelto.

Al punto surge la compañera.

¡Qué movimiento del dorso duro,

qué convulsiones de la cadera

y qué luz mana del cuerpo oscuro!

El turno toca de los cantares,

con desafío de ardiente verso,

bajo la sombra de los palmares,

que es un oasis del clima adverso.

El bunde sigue como delirio,

trenzando siempre sus contorsiones,

al son huraño de esas canciones

que son al mismo tiempo, martirio.

Llega la ronda. Tienden los brazos;

se forman arcos de ébano vivo;

y las mujeres con gesto esquivo

provocativas rompen los lazos.

Viene el bambuco: guitarra y canto,

que con su alegre pena africana,

Desde las sombras a la mañana

Nos entretiene con risa y llanto.

Y las parejas entrelazadas,

o que se sueltan de vez en vez,

piden con voces entrecortadas

vinete negro de Chucunés.

Cuando la aurora se desmadeja,

siguen danzando con el cununo;

hasta que al cabo, uno por uno

sale del rancho con su pareja.

En tanto el dueño que el gasto afronta,

ya fatigado de la marimba,

se va a su lecho de dura chonta,

y apaga el fuego de la cachimba.

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