7:15 p.m. y la función aún no comienza. Cerca de 500 personas esperando pacientemente a que las puertas del Teatro Imperial se abran para poder alegrar la velada al son del Jazz, que en estos días es el género predilecto de la ciudad de Pasto.
Por fortuna la noche es cálida, pareciera existir un bohemio ambiente de encuentro entre viejos amigos.
En la fila de cuadra y media de larga, las damas esperan con sus mejores bufandas, tacones altos y abrigados sueters. Algunas personas ya están sentadas en los andenes, otros tantos vociferan a regañadientes la tardanza del evento “porque nos tienen esperando si ya compramos todas las boletas”. Pero nadie se atreve a romper filas. Aquí no hay protestas, plantones o cacerolazos, nos resistimos a rebelarnos, sino que caminamos paso a paso a medida que disminuye la fila.
7:40 p.m. por fin pudimos entrar. El teatro en su interior estaba a reventar. Me ubico delicadamente en la planta más alta de este. Metafóricamente hablando, casi podría alcanzar el candelabro que como si fuere un gigante observador de la escena, se dedica el mejor sitio para sí mismo. Al fondo, el escudo de la Universidad de Nariño: 4 leones silenciosos, el castillo y una arboleda pobre de vida, se distingue entre la abrumada multitud.
A mi alrededor toda una farándula criolla; fotografía con los amigos, compartiendo estados en facebook, susurros y algunas personas leyendo la orden de la noche.
7:57 p.m. una voz delicada se amplifica en el teatro “por favor apagar sus celulares o vipers”. ¿Un sacrificio quizá? Cómo íbamos a grabar, cual sería la cámara que corroborara la presencia pastusa en las notas del artista! Nos sentíamos algo reprimidos, pero firmes, escriturando la silla como un tesoro, pendientes que el telón se abriera.
8:00 p.m. Inicia la función. En las tablas figura un chico joven, con una presencia tan arrolladora que aplacó los susurros del público. Al parecer tenía 100 manos, extraordinariamente la percusión que tocaba confundía el sentido común y explotaba en júbilo los aplausos al ver la inquietante pasión y carisma que sin decir una palabra el músico expresaba. Fabio Ortiz, orgullosamente nariñense y vocero del talento, humildad y energía sureña. Aquí todo comienza…
Acto seguido, tres brasileros nos cautivan con sus notas, sus sonrisas y puesta en escena. Nada de uniformes ni grandes protocolos, mostraron su energía simple y pura a través de sus instrumentos. El Trío Corrente motivaba a que los pies del espectador se movieran al son del piano y la batería, imaginando ingenuamente que quizá estamos en los bares de New York con largos vestidos de lentejuelas bailando una pieza con el galán de cine del momento.
¡Qué plus, que romance!, como si la guaneña y el son sureño se evaporara de nuestros mestizos poros y nos atrapara el noble y acogedor Jazz.
Y aquí aparece el caballero, de porte alto, pantalón negro y camisa de flores. Como si fuese la sala de su casa nos saluda y como si estuviéramos tomando el café nos sentamos a contemplar su obra. Sus movimientos y la fusión tan absurda en tarima emocionaron a todos. Con tanta suavidad tomaba el clarinete y el saxofón, que estos en respuesta a su pasión cantaban, lloraban y mimaban a todo aquel que las escuchara.
Para complacer a Colombia, después de 20 años de ausencia Paquito D Rivera interpretó varias piezas musicales, algunas tan simples como la creada mientras viajaban en las giras, otras tan jubilosas como las que se compone entre amigos y otras tan nostálgicas y emotivas como la que dedicó a su madre.
Quien lo diría, el cubano de camisa hawaiana tocando al pie del Galeras, algo de frio le hacía, no hay duda, pero el calor que irradiaba levantaba aplausos y uno que otro halago.
Su presencia denotaba tranquilidad, su alegría nos contagiaba a todos, parecíamos expertos en el género y nuestra mirada jamás se separo de él. Valió la pena la espera, Paquito nos conmovió con su don prodigioso, nos transmitió su pasión y sobretodo animó las esperanzas en estos momentos de crisis.
Al final de la función se reunieron dos viejos amigos, dos artistas veteranos de las notas musicales: Paquito D´Rivera y Eddy Martinez. Cada uno cómplice en el acto, abrazados bajo unos instantes pálidos, entonaron una melodía, acompañados de un piano y un saxofón transformaron el teatro en una manifestación de amistad, gratitud y hermandad.
Porque tardaste tanto Paquito! Vuelve pronto a Colombia, y transforma con tu arte las discusiones absurdas en verdaderos encuentros culturales. Queremos artistas y obras inspiradoras. Hoy la ciudad vibró, la mente creativa se despertó y alegró la calida velada anunciada.