Edy Martínez

El Concejo Municipal de Pasto le otorgó un reconocimiento a Edy Martínez por su obra musical inigualable antes de presentarse en el cierre del festival PastoJazz Músicas del Mundo al frente de la Big Band Docentes, Red de Escuelas de Formación Musical. El Senado de la República lo condecoró hace un par de meses y PastoJazz también le rinde homenaje en el Teatro Javeriano. Esto no sólo es merecido, sino obligado. «Lo que me vayan a dar que me lo den en vida», dice la famosa canción de Tite Curet popularizada por Roberto Roena y su Apollo Sound de 1977.

Más o menos por aquel tiempo Frank Bello lo entrevistó para la revista Latin New York y fue quizás la primera vez que su nombre y su origen sonaron con fuerza en Colombia. La salsa neoyorquina estaba en su apogeo y el talento colombiano tenía una presencia a cuentagotas allí. Pero el país lo desconocía. Sólo especialistas y familiares hablaban de ese genio nariñense que era pieza vital de aquel boom. Frank Bello lo presentaba como «A Musician’s Musician».

Algunos años más tarde vino de visita al país. Entonces lo conocí. Era noviembre de 1983 y lo entrevistamos César Pagano y yo en el tercer piso de El Goce Pagano en la calle 74 con Avenida Caracas de Bogotá. Edy con un lenguaje un tanto críptico y ese tono de voz grueso tan característico, confesó que venía a experimentar con música colombiana y jazz, pero que las cosas estaban complicadas para un proyecto como ese. Y en efecto la vida lo llevaría por otros rumbos hasta que en su patria las cosas empezaron a cambiar. Para efectos de producción discográfica Edy seguía siendo un ilustre desconocido y eso que ya tenía dos Premios Grammy a sus espaldas.

Pero visto en perspectiva pienso que no era una cuestión de desconocimiento, sino de modas. El vallenato hacía furor, el merengue estaba en todos lados y la salsa que era valorada en la calle se parecía cada vez menos a la de Edy. Y claro, estaba lo del jazz, música de minorías que defendían Roberto Rodríguez Silva y Bernardo Hoyos en las emisoras de radio. Macumbia, de Francisco Zumaqué, grabado por aquel tiempo, fue un oasis en un inmenso desierto. Lo habitual era apostar por otras cosas.

Y pienso también que el propio Edy no tenía una personalidad atractiva para los productores discográficos. Su talento estaba en el teclado y en las partituras, pero necesitaba siempre una mano que oficiase de booking o de representante o de asistente. Su primera relación con Vivian fue buena en tal sentido, y su segunda esposa, Narda, también lo ayudo en ese aspecto. Hoy lo hace su hija Stella. Pero era un hombre mentalmente solo, se le notaba la introspección y la molestia de tener que pedir favores antes de realizar acuerdos.

Esa soledad interior la noté siempre que nos vimos. Fuese en la casa que arrendaba a mediados de los años 90 en el Barrio Palermo de Bogotá, o al pie de Central Station cuando acompañaba a Orlando Marín y un ensemble a comienzos de siglo XXI en Nueva York.

Los músicos no tienen porqué tener personalidades fuertes. Son artistas y el arte tiene todos los matices de la singularidad humana. Hay quienes sirven para dirigir una orquesta y hay quienes valen para interpretar de forma virtuosa un instrumento. Hay quienes hacen bien las cuentas y convierten a su banda en un negocio sostenible; y hay quienes tienen que trabajar irremediablemente para otros. En un país difícil como Estados Unidos, en una ciudad «fría» como Nueva York, donde el acceso a la Seguridad Social es complejo, muchísimos músicos sufren lo indecible con sus derechos mínimos. No todos consiguen una estabilidad.

Edy Martínez ha deambulado por medio mundo, ha buscado camino en Holanda y en Alemania, y ha ido y venido a Colombia en incontables ocasiones con intenciones de radicarse. Lo ideal habría sido que tuviera una vivienda y una renta en su país (y una pareja estable, claro). Pero no ha sido así. Por eso un gran amigo que lo conoce y lo valora como nadie, me dice: «Edy lo que necesita es una pensión vitalicia y una casa en lugar de tantos homenajes».

Yo pensaría que necesita todo eso. El calor del público es vital para la existencia de un artista. Pero claro, un calor que se extienda más allá del evento en cuestión y que sea algo más que una palmada en el hombro. «Cariño, yo quiero en vida, amores, manos amigas, no después de mi final».

En 2016 Yeimy Argotty me pidió que le colaborara en la presentación de Edy Martínez al Premio Nacional Vida y Obra, que organiza desde 2002 el Ministerio de Cultura. El Premio es «un reconocimiento a los artistas, gestores culturales y/o portadores tradicionales; por el trabajo realizado a lo largo de su vida, con el cual han contribuido de manera significativa al desarrollo de la cultura y las artes y al enriquecimiento de los valores artísticos y culturales».

Pero no pasó, ignoro la razón. Habría estado muy bien por el valor simbólico y por la cuantía económica que, a pesar de no ser mucho, le habría venido muy bien. La convocatoria se presentó a través de la Gobernación de Nariño y su Secretaría de Cultura, pero no se ha vuelto a presentar. Muchas veces los esfuerzos requieren continuidad y respaldo. Hay una biografía extensa sobre Edy que elaboró en su momento Jairo Grijalba, pero tampoco ha tenido editorial. La podría publicar la Alcaldía de Pasto, digo yo.

Lo que si ha funcionado, al menos en el círculo cinematográfico, es el documental Viva Edy, de Carlos Ospina. Una pena la enorme dificultad que tienen los documentalistas de hoy para encontrar imágenes fílmicas de ese período histórico de la salsa y el latin jazz de los años 70. Hubo grabaciones, pero como en el caso de los programas de televisión de Izzy Sanabria, las cintas originales se reciclaron y la PBS (Televisión Pública) no acostumbraba a conservar copias. Las que hicieron camarógrafos aficionados fueron heredadas por sus familias cuando estos fallecieron, pero el polvo y la humedad deterioró las cintas.

La memoria no puede sufrir el deterioro de las cintas antiguas. La memoria debe mantener vivo a Edy, pero que bonito sería que él viviera sus años de vejez en plena tranquilidad con todas las garantías. Es lo justo y necesario.

Entonces pienso en la pensión vitalicia, que en términos legales en Colombia es un seguro mediante el cual «las personas que reúnen el capital para pensionarse, autorizan a su AFP a trasladar a la compañía de seguros que elijan el saldo acumulado en la cuenta de ahorro individual». El problema de Edy es que gran parte de sus ingresos han sido en el extranjero y posiblemente no hayan justificantes de muchos de sus trabajos.

Por eso la Alcaldía de Pasto podría solicitar una excepción ante el Gobierno a nombre de una gloria nacional como es Edy. Un bono pensional que le asegure sobrevivencia e invalidez. En 2020 la Secretaría de Recreación Cultura y Deporte de Bogotá mostró las bondades del programa Motivación al Ahorro, para ayudarle a los artistas adultos mayores a tener una pensión. Sería algo parecido, pero con la excepción citada en el caso de Edy.

La malo es que se avecina una reforma pensional y este marco de acción va a cambiar, reduciendo entre otras cosas el monto que los pensionados reciben. Por eso lo de Edy es urgente, pero a ver quien se pone las pilas en las administraciones públicas de turno ahora que se avecinan elecciones. «Después que yo dé mi último viaje, para qué quiero homenajes, que me recen y nada más», decía aquella canción de Tite Curet.

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