En la semana pasada, la comunidad internacional reiteró su respaldo a la “paz total” del gobierno de Gustavo Petro, a través del espaldarazo entregado por el Consejo de Seguridad de la ONU.
Aunque entiendo a la oposición, en especial a la más recalcitrante, porque ha demostrado que el resentimiento hacia Petro es su principal argumento; es necesario hacer un alto en el camino y reflexionar que una “paz total” nos beneficia a todos los colombianos, también a usted que está leyendo estas líneas y de pronto es antipetrista. A quienes sí les conviene que continúe la guerra es a los que viven de ella, tanto económica como políticamente.
Como estoy seguro de que usted no pertenece a ninguno de los sectores mencionados, lo invito a apoyar y a aplaudir un proceso de paz basado en el diálogo con todos los grupos delincuenciales que a Colombia le ha hecho tanto daño. No se deje llevar por el antipetrismo o por la emoción política o porque no le quiere dar la razón a su familiar progresista. Este es un tema estructural, el cual, de conquistarse, podría cambiar por completo la historia de terror del país.
Por supuesto que no será un camino fácil, eso nunca se ha dado en Colombia, hay de por medio grandes intereses poderosos nacionales e internacionales para que no haya paz en esta tierra. Sin embargo, no por eso debemos desistir, alguien debía comandar ese proyecto, y pues guste o no, la iniciativa, incluso en campaña, la tuvo Gustavo Petro.
Claro que hubo errores en el proceso de La Habana, la población en general, las comunidades indígenas, los afrodescendientes y los campesinos asentados en lugares recónditos del país, continúan con la violencia y el narcotráfico, y ni qué hablar de los reinsertados, alguien se ha preguntado, ¿cómo están en las zonas PDET?
Santos pertenece a una élite, por eso su interés estuvo en mantener ese estatus y no en velar por los más vulnerables. Hoy habrá una diferencia, ya que hay altos funcionarios que conocen y han sido víctimas del terror. Eso ayudará, sin duda, a encaminar un buen proceso de paz.
Por: Emilio Jiménez Santiusti