Las glorietas

Por: José Arteaga

(Twitter: @jdjarteaga)

A propósito del retraso (uno más) de la famosa Glorieta Chapal que ha estado en la agenda de tres alcaldes de Pasto, sin que acabe de arrancar en serio nunca, quisiera hacer una reflexión acerca de las glorietas, rotondas, redomas o «rompoids», que tantos dolores de cabeza ha causado en Colombia.

Aclaremos primero que hay una diferencia técnica: rotonda se usa cuando es en carretera y glorieta cuando es perímetro urbano. En cualquier caso, estos anillos de circulación sin semáforo alrededor de una isleta, nacieron en 1909 en Letchworth, Inglaterra, en 1909. No está muy claro si fueron los británicos mismo quienes popularizaron esta alternativa vial, pero hoy en día, más de un siglo después, es Francia la número uno en la materia.

De acuerdo con un estudio de la web estadística Erdavis, en Francia hay 967 rotondas por cada millón de habitantes. El segundo lugar lo ocupa España con 591, el tercero Inglaterra con 498, y hay que irse muy lejos en la tabla para encontrar un país que no sea europeo: Estados Unidos con apenas 73. Hay algo raro en todo esto, ¿verdad? Una sola ciudad, Carmel, en Indiana, tiene el 4% de todas las rotondas que hay en suelo estadounidense. En ese país, sin duda, no gustan.

Quizás la razón para ello sea la amplitud de sus vías y la exitosa tendencia americana a construir puentes en cualquier lugar donde haya dificultades de cruce. Dada la influencia de Estados Unidos en nuestro urbanismo, Colombia durante años ha seguido ese mismo camino, al igual que otros países de América Latina. Y eso que construir un puente es carísimo y genera mucho tiempo de trancones hasta que está terminado.

Pero claro, cuando tienes muchos puentes y pocas rotondas, tus hábitos de conducción se ven afectados. Las glorietas de la calle 80 en Bogotá son, de lejos, los sitios donde más accidentes de tránsito generan en la capital debido a que los conductores no saben cómo comportarse en ellas. No saben que hay que disminuir la velocidad antes de entrar, que la prelación la tiene el que va dentro, que sólo se puede salir cuando se va por el carril derecho… En fin, cosas elementales que se desconocen. A eso ha llevado la falta de práctica.

Indudablemente hay países que han solucionado el tema cambiando las reglas de tráfico. En Portugal, por ejemplo, el carril derecho sólo se usa para salir; en España son cada vez más comunes las turbo-rotondas, que evitan aglomeraciones de vehículos mediante señales sobre el pavimento; y en Holanda, tierra de bicicletas, las rotondas tienen carril bici exterior que da prioridad de paso a los ciclistas.

Llegados a este punto hay que decir que las rotondas ofrecen ventajas se miren por donde se miren.

La primera es la de la accidentalidad, por supuesto. Aunque haya muchos accidentes en la calle 80 de Bogotá, estos no han sido graves en su inmensa mayoría por la reducción natural de velocidad en la circulación en redondo.

La segunda es la del tiempo. Aunque a mí personalmente me desespera una ciudad como Pamplona, en España, donde abundan; si mido el tiempo de traslado de un sitio a otro con glorietas o con semáforos, resulta ser más rápido con glorietas. La sensación mental es que se va despacio. Pero eso es mejor que detenerse en cada luz roja.

Y la tercera es medioambiental. Un cruce de puentes genera mucho smog y grandes dificultades para los peatones. El paisaje urbano no tiene nada que ver y las isletas son proclives de tener árboles y zonas verdes.

En síntesis es una cuestión funcional. No en todas partes se pueden construir rotondas por flujo de tráfico o por simple topografía, además, se requiere más espacio en las inmediaciones de la intersección para construirlas. Pero también es una cuestión de hábito. No debemos verlas como un problema, sino como una solución a nuestras insoportables dificultades de movilidad.

Ahora, como dice un amigo, que hayan tenido que pasar tres alcaldes de una ciudad para construir una rotonda de acceso y salida de la misma, como dicen en Barranquilla, ¡manda cáscara!

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