Por: José Arteaga
(Twitter: @jdjarteaga)
Me llamó la atención hace unos días las declaraciones de Albeiro Camacho, presidente de la Federación de Sanandresitos de Colombia, Fesacol, al diario La República, en el que manifestaba sus expectativas de crecimiento en esta temporada navideña, este año, concretamente del 30% con relación al año pasado, sobre todo en juguetería y tecnología electrónica. Dice Camacho que los Sanandresitos se han visto beneficiados con la creación del Día Sin Iva, «pese a que esta fecha tuvo un enfoque en los grandes almacenes y el comercio formal».
Es interesante, para empezar, que los Sanandresito o San Andresito (no sé como llamarlos, la verdad), hayan conseguido sanear en su mayor parte su oscuro pasado y ofrecer un comercio legal, entrando en la dinámica de los centros comerciales colombianos. Aún quedan comerciantes anexos que venden productos sin declarar impuestos y están los grupos criminales que se han aprovechado de esas «zonas» de contrabando aún por legalizar y controlar. Según la DIAN estas «zonas» mueven sobre todo el sector de los licores, generando ganancias de hasta 300 millones de dólares.
Así, transitando entre lo legal, lo ilegal y sobre todo lo alegal, se han movido los San Andresitos desde que en 1960 un vendedor informal de Barranquilla, Álvaro Echeverri de Barros, montó un local para vender electrodomésticos traídos desde San Andrés por los que no había pagado impuestos. En diciembre de 1959 Alberto Lleras Camargo había declarado a San Andrés como puerto libre de Colombia, y aquella Ley 127 hizo que toda Colombia mirara a la isla como un paraíso donde encontrar de todo.
Y así fue, algún artículo comprado en San Andrés llegó a los hogares colombianos y el comercio formal se vio incapaz de competir con aquello. Personajes como Echeverri poblaron las ciudades e incluso algunos recorrieron los pueblos ofreciendo electrodomésticos que, literalmente, «les quitaban de las manos». Sin duda el Gobierno de turno y los siguientes no dimensionaron aquel aluvión de comerciantes sin licencia y sin impuestos, y en esa alegalidad las tiendas se agruparon y surgieron los Sanandresitos, cuyo espacio más grande fue el de la carrera 38 de Bogotá.
En todas las ciudades fue igual, pero hubo dos donde funcionó diferente: Cúcuta y Pasto. Cúcuta porque su cercanía con un país rico como era Venezuela (primer gobierno de Carlos Andrés Pérez), hacía innecesario un comercio de cosas que se podían comprar en San Cristóbal. Y además estaba Maicao, en La Guajira, centro comercial formal e informal por antonomasia, donde también se podía conseguir de todo.
Pasto, al igual que Ipiales, también era zona de frontera y con Tulcán al alcance de la mano, muchas cosas, sobre todo ropa y objetos de la canasta familiar, eran fáciles de conseguir. Estos dos sectores son los que le dieron vida a la plaza de mercado de Bomboná, nacida como mercado tradicional, pero convertida en mercado multi comercial.
Pero en mayo de 1979 Bomboná se incendió y la Alcaldía se vio obligada a crear un espacio alternativo. Así, en la esquina de la 15 con Calle Angosta nació el Mercado Artesanal, una especie de Bomboná más modesto. Bomboná fue reconstruida como edificio techado y el Mercado Artesanal, entretanto, no pudo subsistir con locales que pagaban arriendos ínfimos. Así que abrió sus puertas al comercio callejero de la zona, y este a la venta de aparatos eléctricos traídos desde Ecuador, Tumaco y Cali. Por eso la gente lo empezó a llamar San Andresito.
En fin, que desde 1987 existe la entidad que los agrupa, Fesacol, y que esta intenta que siempre haya controles que aseguren su legalidad. Hoy en día hay 600 centros comerciales en Colombia asociados a esta Federación. Una cifra enorme para un sector comercial que ofrece productos de China, Estados Unidos y Panamá, y que no se ha visto amilanado por el comercio electrónico. De hecho, se apoyan en este.
De todas maneras hay vacíos legales aún por establecer. Si bien los Sanadresitos ya no son una especie de «repúblicas independientes» o zonas francas al interior de las ciudades, la variable de vender con o sin factura hace que los precios cambien según el cliente y eso dificulta el control fiscal.
Y por otro lado el delito sigue allí merodeando. Para los delincuentes estos negocios siguen siendo un plato muy goloso, y eso que ya no vivimos en aquel boom del narcotráfico donde el lavado de activos era a gran escala. Hay una Policía Fiscal y Aduanera que está siempre vigilando y hay un plan operativo permanente de la DIAN.
En síntesis, son procesos de un sector en vías de desarrollo.