Este texto lo escribí para el último mes del anterior año, 2022. Por alguna indisposición en mi salud, no me fue posible compartirlo en la fecha señalada. Con mucho gusto lo hago hoy.
Buenas tardes:
Me contaba Doña Angélica, mi madre, que nací un domingo en la mañana. Ella se encontraba al frente de nuestro negocio en la plaza de mercado, y yo, que he sido un “hacedor de lo que me da la gana”, me le vine. Ustedes comprenderán este momento para ella.
Más tarde, en mis estudios, empecé a ver -con desconcierto al comienzo- que a la mayoría de mis compañeros no les agradaba la lectura tanto como a mí. Casi a ninguno. También con sorpresa empecé a darme cuenta de que me gustaba llevar la contraria en voz alta en clase, cuando no estaba de acuerdo. Por ejemplo, el profe de quinto de bachillerato (hoy grado décimo) al que habíamos bautizado de El Loco Moncayo, juez del Sandoná de entonces, me echó de clases por una “disertación” mía sobre el libro La Violencia en Colombia, en la que él estaba en completo desacuerdo (no recuerdo el nombre del juez-profe. Pregunté a Guido, a Nelson y a Héctor Ovidio, y tampoco; sólo lo recuerdan como El Loco Moncayo; ésta es la historia de los hombres).
En ese entonces, yo no había descubierto aún que deseaba con toda mi alma ser escritor. Algo vine a apercibirlo cuando alguna respetabilísima mano amiga se posó en mi hombro en son de señalármelo, después de la lectura de algún texto mío, intuición que cobró vigencia plena cuando terminando mi juventud, yo ya me desempeñaba como profe de Química y Biología en un colegio de Medellín.
Para conseguir algo que aún no es propio nuestro pero que uno sabe que es desaforadamente de uno, se necesita pasión. La pasión te obliga a la disciplina. Empecé por estudiar la literatura griega y de ahí pasé a la latinoamericana, la española, la norteamericana, la europea en general, leyendo y releyendo estas literaturas, apoyado siempre en manos y hombros amigos.
Mi temerosa incógnita era entonces: ¿y si no sirvo para ésto, es decir, para ser escritor?, porque me le había entregado con todo. En 1988 gané mi Primer Premio Nacional de Poesía, en Bogotá. Me sirvió para dos cosas: para publicar -con el escaso dinero del premio- una parte de un libro de mi padre en unión de -Orlando y Julio- dos primos míos y para sospechar que sí, que sí servía como escritor. Que había que seguir trabajando más duro, pero que echara pa’lante. Y seguí; dándome en la cabeza muchas veces.
Siempre hubo personas incondicionales que me prendían una vela -a manera de linterna- para que yo encontrara y continuara un camino que a veces se difuminaba. Siempre les he expresado mi agradecimiento a ellas, hacen parte de los sitios más cálidos e indelebles de mi corazón.
Jamás he escrito para un premio, aunque he ganado varios. Mis textos los amontono, antes en hojas escritas a máquina, hoy en el computador. El momento menos pensado, de repente, los despido, los veo volar; se van hacia alguna revista o a un periódico o libro o a un concurso. No escribo para ningún premio, es verdad, pero jamás negaré que han hinchado mi vanidad (y algún poquito mi bolsillo) cuando los he ganado y recibido.
Con este Premio Sombrero Sandoneño (así propongo hoy -con respeto- este mínimo cambio), estoy feliz. Feliz, feliz. Es la gente, el aire, el sol, la luna y son las calles de mi propio pueblo -al que tercamente llevo en mi corazón- con sus muertos y sus vivos quienes me lo conceden. ¡Cómo no voy a estar feliz y agradecido!
Muchas gracias.
Medellín-Sandoná, 17 de diciembre de 2022