Rotación de cargos

Por: José Arteaga

(Twitter: @jdjarteaga)

Todos mis amigos que trabajan en cargos públicos culturales están convencidos que el nuevo Gobierno, sea cual sea, cambiará los puestos técnicos en las empresas. «Lo normal es que cambien», dice uno. «Cada cuatro años volvemos a empezar de cero», dice otro. Y revisando la historia, así ha sido desde siempre, con lo cual no es de extrañar que se vea como algo normal.

Pero esto, a todas luces, es una anomalía y un problema para el desarrollo, porque como lo explica el analista Marc Fortuño, «la función pública profesional y políticamente imparcial garantiza un alto nivel de competencia, integridad y continuidad en desarrollar un asesoramiento sobre políticas y una aplicación que sirva para al interés público». En otras palabras, es muy complicado desarrollar planes a largo plazo, si los equipos de trabajo son removidos.

Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en su estudio Government at a Glance, lo habitual ante un cambio de Gobierno es proceder a una rotación en tres niveles: gabinete ministerial, cargos de alto nivel y cargos de nivel intermedio. En la Comunidad Europea, un país como España, por ejemplo, tiene un altísimo promedio de sustitución de cargos, lo que incide en su planificación para el desarrollo, en tanto que Holanda y Noruega casi no cambian, y muchas veces hasta los ministros se mantienen porque el trabajo que están haciendo, si es bueno, se encuentra por encima de su filiación política.

Sé que me acusarán de ser idealista si pienso que ese es el espejo en el cual se debe mirar Colombia, pero la propia OCDE advierte que una sustitución general, favorece el ascenso de personas no cualificadas y daña la imagen de las instituciones. Colombia, por cierto, es miembro de la OCDE desde 2020 y espera cumplir aún con una serie de recomendaciones. Esta es una de ellas.

Una de las quejas habituales del sector cultural es que los nuevos directivos no suelen tener un alto conocimiento de la gestión de la cultura; de allí que se suelan tomar malas decisiones o se opte por aplicar estrategias revaluadas. El público en general ve esto como un abandono del Estado a un sector fundamental de su progreso, pero no es un abandono en el sentido estricto de la palabra, sino la falta de una revisión del sector y la ausencia de control de las capacidades de su nuevo equipo.

Esto no quiere decir que entre los nuevos no llegue una mente brillante o un trabajador a destajo, el cual seguramente desarrolle una estrategia, un plan o un proyecto de ley muy valioso. Eso es lo que debería quedar. Se me vienen a la cabeza varios buenos gestores, cuyas ideas quedaron truncas porque llegó un nuevo equipo y las archivó. Es como si pavimentas una carretera. En cuatro años llegas a la mitad y esperas que tu sustituto pavimente la otra mitad, pero este en lugar de hacerlo, construye una nueva carretera.

Hay administraciones públicas que son un desastre en la mayoría de sectores, pero consiguen hacer algo bien en un solo sector. Ese sector debería explotarse por la administración que lo releva en el poder. En Nariño, por ejemplo, la de Camilo Romero fue deficiente en muchos aspectos, pero su manejo de la comunicación fue bueno. John Rojas llegó y barrió con todo, incluyendo el modelo de comunicación que pudo haber mantenido. Cambiemos de nombre, de departamento y de filiación política, y veremos este caso repetido mil veces.

Uno de los problemas de estos tiempos de polarización política es que no vemos nada bueno en el adversario, ni siquiera un detalle pequeño. Y como los gobernantes se deben a sus electores, remover todos los cargos y archivar todos los planes, es su forma de mostrar que esa visión tan radical es correcta.

Vuelvo a citar a la OCDE: «estas prácticas pueden minar la profesionalidad de los empleados públicos, quienes se ven obligados a apostar por un bando para progresar en su carrera profesional».

Una víctima habitual de los países que cambian tanto suele ser la televisión estatal. En España los bandazos de RTVE por culpa de las remociones ya son tradición. En Venezuela se ha visto tristemente desde el tiempo en que Hugo Chaves llegó al poder. En Colombia, suelen ser los empleados medios los que «salvan la patria» al intentar no cambiar lo bueno anterior y, por el contrario, sumarlo a producciones nuevas. Pero la sensación de inestabilidad persiste.

Además, hay un hecho más complejo: si no hay estabilidad, no hay supervisión adecuada. Las supervisiones se centran más en las tareas del personal y no tanto en el cumplimiento de objetivos. Al final se pierde el norte y no hay una evaluación para mejorar.

Lo normal, pues, es que este viejo sistema, tan anticuado que ya cumple dos siglos, continúe. Los procesos de planificación cultural estratégica seguirán teniendo una visión de cuatrienio. Y todos lo acabamos sufriendo porque como en el fútbol, cada cuatro años hay que clasificarse para el Mundial.

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