La construcción sigue siendo uno de los negocios más lucrativos de todos los tiempos. La necesidad de una vivienda para suplir una de las necesidades básicas de todo ser humano, lleva a que las familias hagan un esfuerzo grande para pagar un valor que, en la mayoría de los casos, se hace a través de un crédito hipotecario con una entidad bancaria. Los bancos son unos verdaderos ‘chupasangre’ al obtener jugosas ganancias, y todo a costa de un esfuerzo descomunal al pagar un crédito por varios años con desventaja para el usuario y con todas las ventajas para el banco.
A pesar de la actual crisis ocasionada por la pandemia del Covid 19, con la recesión económica y la pérdida de empleo, no se ha logrado atajar los precios de la vivienda, cada vez es más costosa.
Los anuncios que difunden información sobre los negocios en el ramo se encargan de ofrecerle el oro y el moro. Son anuncios maquillados, que en muchas ocasiones no se ajustan a la realidad; ya se han comprobado casos en los cuales se presentan denuncias del incumplimiento de las constructoras que no se comprometen con lo que anuncian; entre otras cosas, la entrega de edificios con fallas en los sistemas hidráulicos, de energía y de otros servicios, pero también fallas estructurales.
Uno de los factores más preocupantes en la actualidad es el tipo de vivienda que se construye, carente de espacios para la realización humana como el encuentro, el diálogo, la práctica de la actividad física. Con la peor parte corren los niños, pues en estas edificaciones se convierten en un factor perturbador.
Observamos con preocupación que cada vez la gente vive en espacios más reducidos que presentan hacinamiento en algunos casos. Los entes reguladores de las licencias de control como las curadurías autorizan las construcciones bajo procedimientos irregulares, sin importarles el ordenamiento territorial, sin importar lo verdaderamente importante como el ser humano.
Quienes habitamos en este tipo de conjuntos no tenemos áreas verdes donde se pueda sacar una mascota a pasear, y si la hay es un espacio muy pequeño que ya se encuentra ocupado por otras personas. La ciudad carece de espacios donde se pueda hacer un poco de ejercicio, caminar, expiar el estrés. Estamos sometidos a la alta contaminación auditiva y de material particulado. Hay muy poca vegetación urbana que permita oxigenar nuestros pulmones.
Y cuando hay un campo deportivo para el esparcimiento y la recreación, se lo cubre con cemento en la construcción de un hospital o aulas escolares. Desafortunadamente, tenemos una inversión de los valores: se le brinda más importancia a lo lucrativo sacrificando el bienestar de la gente.
En un conjunto residencial se convirtió en problema que habite un niño, dándole prioridad a una mascota. El niño es considerado un potencial riesgo para algún vecino energúmeno que ve en él un peligro porque le puede rayar el carro o estrellarle el balón.
La intolerancia ha crecido tanto que se les olvidó que también fueron niños. Pero el problema fundamental a que se ven abocadas ciudades como Pasto es la carencia de espacios públicos para la recreación, de allí que los centros comerciales se vean atiborrados de gente. Estos lugares no ofrecen las alternativas para despertar la creatividad y la salud mental; no eres bien visto si ocupas una un asiento y no consumes; solo les interesas en la medida que consumas.
Ahora, con estos tiempos de pandemia, se ha logrado observar el grado de hacinamiento presente en las unidades residenciales, porque sin un razonamiento lógico se nos confinó en espacios reducidos, en donde la convivencia se tornaba complicada, con altas cargas de estrés, problemas de insomnio y sin un espacio amable donde recibir un poco de aire puro. Se necesitan más espacios amigables con el sentido humano; ciudades pensadas a escala de los niños, pues solo de esta manera podemos sentir el confort de los espacios ideales.