¿Y dónde están los maestros?

Un maestro de escuela con vocación verdadera salva vidas, inspira a luchar por los sueños, infunde coraje, enseña el cuidado frente a lobos feroces.

La empatía de un maestro es el regalo más valioso que a veces tenemos; porque la pobreza, la violencia, la angustia o la tristeza suelen rumiar y morder detrás de cualquier esquina.

Entender que la vida es un viaje y no el destino, además de procurar ser felices a pesar de las dificultades lo aprendemos de maestros que nos hablan desde su corazón.

Amor propio, quererse uno mismo, tener estima por el cuerpo, la mente y el alma, lo enseñan los maestros comprometidos.

En casa suelen decir: “cuídese mucho”, pero no dicen de qué, de quién, ni cómo.  Y es en el salón de clases, con profesores que nos hablan de la dignidad humana y el manejo de emociones, que aprendemos de los peligros que nos acechan.

Un maestro sabe que muchos de sus estudiantes necesitan sanar, crecer, despertar; y por eso, sus clases son espacios seguros donde la curiosidad y el esfuerzo se manifiestan para explorar los conocimientos que requerimos para sobre-vivir.

Poder enseñar, cuidar, despertar vocaciones… es un privilegio que requiere humanidad y amor. La misión de un maestro va más allá de las palabras escritas en un tablero.

Los maestros hablan con su ejemplo. Su sacrificio y esfuerzo son luz en las tinieblas de las nuevas generaciones.

No fallen, por favor. Son esperanza.

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