Un maestro de escuela con vocación verdadera salva vidas, inspira a luchar por los sueños, infunde coraje, enseña el cuidado frente a lobos feroces.
La empatía de un maestro es el regalo más valioso que a veces tenemos; porque la pobreza, la violencia, la angustia o la tristeza suelen rumiar y morder detrás de cualquier esquina.
Entender que la vida es un viaje y no el destino, además de procurar ser felices a pesar de las dificultades lo aprendemos de maestros que nos hablan desde su corazón.
Amor propio, quererse uno mismo, tener estima por el cuerpo, la mente y el alma, lo enseñan los maestros comprometidos.
En casa suelen decir: “cuídese mucho”, pero no dicen de qué, de quién, ni cómo. Y es en el salón de clases, con profesores que nos hablan de la dignidad humana y el manejo de emociones, que aprendemos de los peligros que nos acechan.
Un maestro sabe que muchos de sus estudiantes necesitan sanar, crecer, despertar; y por eso, sus clases son espacios seguros donde la curiosidad y el esfuerzo se manifiestan para explorar los conocimientos que requerimos para sobre-vivir.
Poder enseñar, cuidar, despertar vocaciones… es un privilegio que requiere humanidad y amor. La misión de un maestro va más allá de las palabras escritas en un tablero.
Los maestros hablan con su ejemplo. Su sacrificio y esfuerzo son luz en las tinieblas de las nuevas generaciones.
No fallen, por favor. Son esperanza.