Por: José Arteaga
(Twitter: @jdjarteaga)
Hay una canción del intérprete panameño Felipe Argote titulada «La Salsa No Ha Muerto», donde luego de hacer un recorrido por músicos y canciones clásicas, dice: «Que buenos tiempos aquellos, lástima que terminaron. Ya nadie escucha la salsa, pensé, sólo bachata y reggae… Cuando de pronto encontré a este grupo musical». Por supuesto se trata de una especie de promoción de su banda que cuenta con Víctor Jaramillo como invitado, pero refleja un poco un sentimiento que suele acompañar a un paisano suyo, Rubén Blades, quien acompañado de la orquesta panameña de Roberto Delgado, recorre el mundo recibiendo premios y llenando escenarios.
Si, es verdad, Blades es clase aparte. Es un punto de referencia para varias generaciones y mucha de la gente que va a sus conciertos lo hace pensando que alguna vez hay que verlo. Y un día ya no estará, como todo en esta vida. Los artistas de su generación maravillosa han ido desapareciendo uno a uno en los últimos años. Pero recuerdo que el propio Blades tenía un vídeo show titulado SDRB donde, entre otras cosas, presentaba nuevas bandas y artistas de salsa en diferentes ciudades del mundo. Y se trataba de gente joven, con sus estilos individuales, por supuesto.
Esa idea es la que mantiene con mucha efectividad Felipe Valero aka DJ El Chino, en su web El Solar Latin Club. Todos los días El Chino presenta un nuevo artista que puede venir de los rincones más recónditos: Vientos del Caribe de Alemania, Irya de Finlandia, Ricky Campanelli de Canadá, Choco y sus Cómplices de Luxemburgo, La Marcha de Francia, Los Gran Daneses de Dinamarca, Chachachalina de Holanda, La Máxima 79 de Italia, Mateo Lorenzo y su Yambequé de Australia, Eliane Correa & La Evolución de Gran Bretaña, o Tromboranga de España, sólo por citar unos cuantos. En suma, hay músicos haciendo salsa en todas partes del mundo, sin contar Estados Unidos, el país donde más florecen bandas: Akokan, Los Hacheros, La Moderna Tradición, Charanga Pacho, The Echo Park Project, Cuarteto Guataca, The Inca Band, Boogaloo Assassins, The Latin Dead… En fin.
La invasión de la música urbana ha extendido la creencia que el fenómeno salsero estaba enterrado y su sonido mandado a recoger. No ha sido así por varias razones. Una, es que los nuevos músicos de hoy son hijos de los amantes de la salsa de ayer, es decir, se han criado escuchando a Lavoe, Colón y Palmieri en sus casas, y eso, se quiera o no, marca una influencia. Otra, es que la industria y la academia que ha acompañado al sonido sigue siendo muy fuerte. Me refiero a las fábricas de instrumentos de percusión. Congas, bongós, güiros y claves se venden como espuma. Y las escuelas de baile de salsa tienen una afluencia increíble en todas las ciudades.
Hay quien aduce que es precisamente el baile el que ha mantenido a la salsa de pie. Se necesita música para poner a bailar, y mejor si es en vivo y en directo. Los famosos Salsa Congress, o encuentros itinerantes de bailarines, son una muestra efectiva de ello. Y también es verdad que la salsa tiene un ADN reivindicativo y rebelde. Hay una resistencia a la moda y a la comodidad de otras músicas. «A ver si son capaces de hacer lo que hacemos nosotros», se vendrían a preguntar.
En este sentido, en lo que llevamos de siglo XXI, la salsa se ha convertido en el nuevo jazz. Lo decía Juancho Valencia, director de Puerto Candelaria, en la presentación del libro Salsa en Colombia, editado por Sergio Santana: «Hacer salsa no es fácil. Hay que crear un formato, hacer arreglos, orquestar, e interpretar con una serie de elementos que necesitan conocimiento musical y dominio del tema». Quizás por ello, muchísimos músicos acuden a la salsa como fuente de aprendizaje o consolidación del mismo. No hay un género musical que ofrezca tanta riqueza al integrar folclor, afro, jazz, Caribe urbano y tradición antillana, eso sin contar las fusiones y mezclas, o la adaptación de estándares. Para músicos recién egresados de la academia, tocar salsa hoy es como tocar jazz hace 50 años: una forma de adquirir experiencia en todos los frentes.
Bien, dicho esto, sale a flote la pregunta del millón: ¿y dónde suena todo eso?, ¿si hay tanta salsa, dónde está?
La respuesta tiene que ver con la evolución de los medios de comunicación. Blogs y redes han derivado en emisoras alternativas online de radio que plantan cara a las grandes cadenas y emisoras tradicionales chapadas a la antigua. Hace poco un amigo me sacaba en cara que aún existen estaciones de radio que mantienen vigente el sistema de cupos (clientes publicitarios que pautan en un programa determinado). Una práctica horrible que obliga al periodista a pagarle a la estación de radio para conservar su puesto. Pero aún así estas radios siguen siendo muy escuchadas y allí es donde el reggaetón y la música de moda campa a sus anchas. Las emisoras alternativas, en cambio, ofrecen una programación con salsa, pero carecen de mecanismos y estrategias de comunicación que las hagan más escuchadas.
Radio Gladys Palmera en España luchó contra esos vicios y esas tradiciones renuentes al cambio, y ganó la batalla. Su caso hoy es un referente en América Latina y ha inspirado a muchas personas a crear sus propias estaciones radiales con programación salsera como Herencia Rumbera en Lima, Sandunga Radio en Miami o La Música de Maelo en Bogotá. ¿Qué es difícil? Claro que es difícil, es como un escalador tratando de subir un ochomil, porque mientras las orquestas abundan y las radios nacen, el mainstream se centra sólo en la música urbana y el pop, y la atención mediática únicamente en sus estrellas.
Esto ha llevado a que los amantes de la salsa queden en un limbo, porque por un lado sienten el embate de otras músicas y quieren «defenderse» de ellas, y por otro lado desconocen todo lo nuevo que se está haciendo. Twitter está lleno de defensores de la salsa con decenas de miles de «corazoncitos» cada día. Buenísimo, maravilloso, pero sin pretenderlo han creado un ghetto donde sólo acceden unos cuantos y que es visto por la mayoría como «esos viejitos hablando de salsa». Y además, está aquello de «perro no come perro, pero salsero si come salsero».
Gary Domínguez intentó y consiguió en el marco de la Feria de Cali abrir al público hacia todas las miradas posibles en torno a la salsa, pero un supuesto «cambio» político sacó a Gary y destrozó todo aquello, generando una debacle financiera y un enfrentamiento absurdo entre dos fuerzas de movimiento salsero en la ciudad que es conocida como «La capital de la salsa». Yo personalmente siempre lamentaré lo que le hicieron a Gary. No tienen perdón ninguno y lo más triste es que los culpables siguen tan campantes por ahí, dictando charlas, organizando eventos, pontificando en redes.
Es verdad que como dice Sergio Santana, ya no hay boom salsero. Las cifras de ventas por un vinilo no son ni de lejos las de antaño. Para empezar ya no existe aquel criterio de medición de Disco de Oro o Disco de Platino. Vivimos otra época. Pasamos del vinilo al CD, del CD al mp3 y del mp3 a las plataformas online. ¿Cuál es el siguiente paso tecnológico? No lo sé, pero hoy por hoy el streaming existe. Gladys Palmera a partir de septiembre le apostará a ello (y a su magnífico archivo, por supuesto). Y la salsa debe ganar presencia mediática y mantener su estatus de gran música.
Richie Viera escribió hace poco que lo que necesita la salsa es dejarse de tonterías generaciones y aplaudir las relaciones entre las nuevas estrellas de lo urbano y los artistas salseros. Eso está bien. Lo he dicho muchas veces, el peor remedio es una pelea. Hacer las paces con el trap resuelve dilemas y ofrece alternativas. Pero hay que tener en cuenta que estas músicas urbanas sólo son una parte de las músicas con más visibilidad en el mundo. También están el forró, el funk carioca, el Bollywood Sound, el K-Pop, todos con miles de millones de visualizaciones en Youtube y millones de fanáticos. Curiosamente estas músicas con tantos seguidores también son invisibles en Colombia, agarrado al reggaetón con uñas y dientes.
La salsa existe y vive bien, pero podría vivir mejor.