A buen entendedor…

Por: José Luis Chaves López

Aún el cielo estaba oscuro pues no había amanecido y ya muchos estaban afanados en sus tareas y ocupaciones.

“No por mucho madrugar…”, comentó ácidamente la mantis religiosa dirigiéndose a la hormiga, quien desde hacía un par de horas se afanaba en sus actividades.

“A Dios rogando…” respondió la hormiga, sin dejar de trabajar, haciendo alusión a la actitud religiosa de la mantis, con sus manos puestas como si orara, pero que no hacía nada más y, a pesar de su comportamiento santucho, se la pasaba criticando a los demás. Definitivamente, “el hábito no…”.

La mantis no quiso darse por aludida y mientras miraba la gran cantidad de alimento que la hormiga había acumulado, y que esperaba que le diera algo, dijo: “recuerda que el mucho abarca…”.

Ante este comentario, la hormiga que ya sabía para dónde iban las intenciones de la mantis, pero que no quería enfrascarse tan temprano en una discusión, murmuro: “a palabras necias…” y se calló.

Esto le dolió a la mantis, que nunca se había caracterizado por hacer amistad con los demás y menos con los insectos, y también susurró: “arrieros somos y…”, pero como no quería retirarse perdedora y sin comida contraatacó: “el que parte y comparte…”, esperando que la hormiga se conmoviera y, con cargo de conciencia, se sintiera obligada a repartir. Y, además, te vine a pedir a ti porque “el que a buen árbol se arrima…”.

En vez de estar hablando, le contestó la hormiga, esfuérzate y has algo, porque “al que no lleva la carga…”. Por eso, mantis, en vez de discutir conmigo ponte a recolectar tu propia comida, pues el invierno se acerca de prisa y sabes que “camarón que se duerme…”.

Nuevamente, la mantis se sintió tocada en su amor propio, pero no encontraba la manera de cobrar venganza. Se quedó mirando a la hormiga que continuaba acumulando comida y la envidia hizo su aparición.

Y, mientras consideraba qué otra cosa podría decir, la hormiga trató de remediar la situación. Por eso, contigo y conmigo y para no discutir, “entre más amistad…”. Y sin considerar la posibilidad de ofrecerse a repartir su comida, la hormiga continuó: “el que no trabaja…”.

La mantis asintió, al tiempo que replicaba, trabajar si es mi propósito, pero sabes que “del dicho al hecho…”, por eso te vine a pedir comida porque “el que no llora…”, te pido me des cualquier cosa, porque “con buena hambre…”. No importa que sea comida vieja o esté sucia, sabes que “mugre que no mata…”. Nadie me quiere ayudar, ni siquiera mi familia. “Cría cuervos…”, me dijo alguno de ellos, pero no sé qué significa.

“De tal palo…”, razonó para sí la hormiga que no quería ofender, pero si replicó en voz alta: con razón mantis, con tu manera de ser qué esperabas: “cría fama y…”. Y, “con esos amigos que tienes…”. Por eso, es verdad la sentencia: “dime con quién andas y…”.

Y por supuesto que te entiendo, mantis, te entiendo, pero también sabes que “el que se mete a redentor…”.

Eso es verdad, dijo la mantis, pero recuerda que: “el que come solo…”

Y la hormiga susurró, pues no quería iniciar una guerra: “pero, lleno y satisfecho”. No se soltó a las carcajadas, (no era posible, porque las hormigas no pueden reírse), pero lo dicho si le hizo gracia.

Sin embargo, el daño ya estaba hecho pues la mantis la escuchó y la hormiga se ganó una poderosa enemiga y de ahora en adelante debía cuidarse de lo que dijera, pero se dio valor pensando: “a lo hecho…”. Y luego, buscando menguar el golpe que le asestó a la mantis, con delicadeza le insinuó, “ayúdate, que …”.

La hormiga sabía que las mantis comen pequeños insectos y ella era pequeña y además… era un insecto. Si no encontraba la manera de calmarla la llevaba perdida.

La mantis parecía conciliadora, pero, aunque no estaba dispuesta a retirarse derrotada, aunque la hormiga la había herido profundamente, dio media vuelta, considerando que “indio que huye…”. Y, mientras volvía, como el perro del Chavo del ocho a su árbol (tampoco era posible, las mantis no tienen rabo), sentenció: “el que tiene enemigos…”.

Era la segunda vez que la mantis la amenazaba y la hormiga volvió a recordar que: “las mantis comen pequeños insectos” y… oh… ella era pequeña y además… insecto y se estremeció imaginando sirviéndole de postre.

Iba a gritarle unas cuantas verdades a la mantis que ya se alejaba, pero recordó lo que siempre le decía la reina hormiga para que una discusión no se agrandara: “machete…”.

Se dio fuerzas pensando que “después de la tempestad…”, pero esto no la consoló porque le retumbaban las palabras de la mantis. “El que tiene enemigos…”.

Y, ya ni ganas de trabajar tenía, sabía que le esperaban largas noches de insomnio.

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