Abejas sin aguijón

Por: José Arteaga

(Twitter: @jdjarteaga)

En el mundo hay 20.000 clases de abejas, en Colombia habitan 500. Todas producen miel, todas polinizan las flores y todas son parte esencial del medio ambiente. Sin abejas la naturaleza desaparecería tal cual la conocemos y el mundo estaría condenado. Sin abejas no hay futuro, pero cada día mueren millones. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, lo aduce a los cambios en el uso de la tierra, las prácticas agrícolas intensivas, el uso de plaguicidas, las plagas agrícolas, el cambio climático, la urbanización agresiva que las saca de su hábitat y el desconocimiento general.

Uno de esos cambios en el uso de la tierra es el cultivo de coca, los laboratorios y las pistas clandestinas; en suma, el narcotráfico. Y aunque el escenario para esta forma de delito esté cambiando por el auge de las drogas sintéticas, sigue siendo un problema gravísimo. Colombia produce 1.000 toneladas al año, y para eso las mafias necesitan ponerse fuera del radar de las autoridades ocupando reservas naturales, selvas y bosques indómitos, territorios indígenas y hasta patrimonios de la humanidad. Es contradictorio, pero las peculiaridades de la ley que protege la naturaleza protege también al delito.

Justamente en esos territorios protegidos habita la abeja melipona, una especie sin aguijón que es conocida como «La abeja sagrada» o «Angelita» porque su miel tiene propiedades curativas. No es la única propiedad. Esta miel contiene más fructosa que glucosa, lo que impide la cristalización y la convierte en un producto gourmet. Cuenta Ana Guadarrama en The Gourmet Journal que «su sabor cambia según la región en la que se recolecta, pudiendo ser floral, ácido, amaderado, incluso alcohólico».

La abeja melipona produce un polen con un valor proteínico 50% mayor que el de las demás abejas. En el sur de México, estado de Oaxaca, esta abeja sagrada contribuye al mejorar la calidad del achiote, el aguacate, la calabaza, el chile habanero, el pepino, la sandía y el tomate.

Cuenta Alejandra de Vengoechea en su excelente reportaje sobre Guanía para el diario El País, que en esta región, «el resultado fue mágico: poco a poco las abejas polinizaron —se calcula que una abeja poliniza 2.000 metros lineales de bosque— y aparecieron por toda La Ceiba árboles de mangos, de açai, de arazá. La miel empezó a extraerse con pequeñas jeringas que llenaban frascos de 130 mililitros, la cantidad exacta para transportar en los aviones. Los turistas quedaron tan impactados con ‘La ruta de la miel’, como la bautizaron, que el producto se vendió en un abrir y cerrar de ojos».

La meliponicultura es un proyecto en auge en Guainía. La Ceiba, a la que alude el artículo, es un resguardo indígena de 167 habitantes (34 familias) de las etnias Puinave, Kurripako y Tukano. Que han creado la Asociación de meliponicultores de Guainía, Asomegua. La Fundación Biológica Aroma Verde trabaja en pro de su desarrollo, al igual que la firma suiza Ricola AG, muy popular en Europa por fabricar caramelos e infusiones basados en hierbas naturales.

Es fantástico. La abeja melipona le está ganando la batalla a los narcos en regiones como Oaxaca y Guainía. Sus habitantes, indígenas en su gran mayoría, han ido dando el paso hacia otras fuentes de ingreso y de trabajo, alejándose del cultivo de coca.

Este tipo de abeja y sus 40 especies reconocidas, habita toda la región Neotropical, desde Argentina hasta México, incluyendo las islas más grandes del Caribe. Es su territorio. Por eso para los Incas y los Mayas era sagrada. Sin embargo, el tiempo se les agota. Un estudio de la Universidad de Kansas y la Universidad Nacional de Colombia, demostró que siete de esas 40 especies desparecerán en el año 2050 porque el cambio climático ha afectado de muerte a su entorno natural.

Todas las causas que aduce la FAO hacen que las abejas en general busquen otros entornos de forma desesperada. Por eso las ciudades ven como hay nidos de abejas en nichos y entresijos de paredes y otros lugares. Como la gente teme a su aguijón y las confunde con las avispas, las espanta y estas al final acaban muriendo. Por eso en Medellín el equipo de Gestión del Riesgo del Área Metropolitana del Valle de Aburrá creó brigadas de rescatistas de abejas.

Pero insisto, todas estas iniciativas son pocas porque no hay una conciencia generalizada sobre la importancia de las abejas. Se enseña en los colegios, pero mientras los niños las valoran, sus padres desconocen todo lo relativo a ellas. Ya lo decíamos en esta columna hace algún tiempo: De seguir así, para el año 2035 se tendría que declarar una emergencia alimentaria por el declive de los productos polinizados por las abejas.

Y eso afecta de lleno a departamentos agrícolas como Nariño que tiene, entre otros problemas, cerca de 10.000 hectáreas de cultivo de coca en su territorio, llámese selva, resguardo o parque natural. Y aunque es verdad que Nariño hay más abejas euglosinas que meliponas, es urgente tomar acciones.

¿Qué hacer? Educar primero, por supuesto; investigar después; legislar más tarde. En ese orden de ideas, el conocimiento de la problemática debe llegar a toda la población y eso equivale a campañas públicas que nuestros gobernantes no ven como algo urgente. La investigación, por su parte, contribuye al censo, como el que realizó el Grupo de Investigación en Orquídeas, Ecología y Sistemática Vegetal, de la Universidad Nacional y la Universidad Javeriana de Cali, que permitió conocer la diversificación de las abejas euglosinas.

Por su parte, la Ley 2193 de 2022 tiene por objeto incentivar, fomentar y proteger la apicultura y sus actividades complementarias. Pero es una ley que necesita actualizarse y mejorarse. La meliponicultura debería estar incluida y no lo está. Sin embargo, es un paso adelante.

Y luego vienen las acciones, siendo la más compleja la lucha contra el narcocultivo. Pero mientras esta lucha pasa por la dialéctica y retórica política, la empresa privada busca mantener vivo el campo productor con importación de abejas desde Argentina y las comunidades campesinas más conscientes buscan rescatar enjambres silvestres y reforestar sus huertas con la crianza de abejas. Así lo hace la Asociación Indígena Agroecológica Reviviendo el Verde de Nuestro Campo Puma-Maki, en Guachucal.

En síntesis, estamos haciendo cosas bien, pero no las suficientes y sobre todo, no articulados. Universidades investigando por un lado, empresa privada trabajando por el otro, campesinos con alternativas independientes por otro, indígenas de Guainía desarrollando acciones en su entorno, indígenas del Cauca pensando en todo menos en esto, y Gobierno sin un plan de mejora concreto.

También lo decíamos en esta columna: de cada 10 alimentos que se venden en el país, siete son polinizados por las abejas, por lo cual diferentes organizaciones, como la ONU, han calificado a las abejas como la especie «más importante del mundo».

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