De la Luna a Marte.

Diana Trujillo, la ingeniera aeroespacial caleña de la NASA y directora de vuelo de la misión Marte 2020, recibió la Cruz de Plata de la Orden de Boyacá por su desempeño profesional. Su perseverancia (como el nombre de la nave robot que tripuló en la superficie de Marte, ya es conocida por todos. Llegó a Estados Unidos sin plata y sin saber inglés y le tocó empezar desde abajo hasta llegar a la Universidad de Maryland, donde se graduó. Un mérito increíble y un talento a toda prueba.

Su historia, que se reflejó en un libro titulado Mars Science Lab Engineer Diana Trujillo, escrito por Kari Cornell, nos deja, sin embargo, ante un desconocimiento profundo de todo lo que tenga que ver con el espacio. Si Diana Trujillo no se hubiese puesto de moda, no sabríamos del trabajo espacial y si vale la pena o no saber de la astronomía. Y lo que es peor, tampoco sabríamos si hay más mujeres colombianas detrás de proyectos de astrofísica y demás.

Cuentan Valentina Abril, Lauren Flor Torres y Andrea Guzmán en el portal Todo Es Ciencia, que en Colombia existen referentes muy importantes de la ciencia espacial como Paola Pinilla, física bogotana. La vida de ésta también ha sido como la de Trujillo, de muchísimo esfuerzo personal, y su campo de estudios es el de los modelos teóricos y observaciones de discos protoplanetarios, parte esencial del origen de los planetas. Pinilla recibió en 2018 el premio Sofja Kovalevskaja del Instituto Alexander Von Humboldt.

Como ellas, hay varias mujeres haciendo investigación en astrociencias. Hace poco supimos de Olga Pinzón y su tesis doctoral en la Universidad de Berna, sobre la composición del cometa 67P Churyumov/Gerasimenko. También supimos de Claudia Gutiérrez, experta en supernovas, de la Universidad de Chile y ahora en la Universidad de Turku en Finlandia. De Karla Peña Ramírez y sus investigaciones sobre población subestelar en regiones de formación estelar en la Universidad de Antofagasta. Y de Nataly Ospina y sus estudios de astrofísica multimensajera en la Universidad de Padua.

Y cuando el impacto de Trujillo baje, será noticia la cartagenera Liliana Villarreal, al frente de la construcción del cohete del sistema de lanzamiento espacial para la Misión Artemisa I. Esta es una misión no tripulada de la NASA, avanzadilla del programa de vuelo espacial Artemisa, que tiene como objetivo volver a explorar la luna después de más de medio siglo. Artemisa I saldrá con la nave Orión en noviembre de este año.

Hay un nexo que une a todas estas mujeres y también a otras investigadoras: son muy jóvenes, por lo que su talento aún tiene mucho que ofrecer. Y con la ventaja adicional, de servir de estímulo para que otras mujeres estudien carreras y licenciaturas relacionadas con la astrociencia. El paso al frente de un país en términos de ciencia se da cuando una generación trabaja en diferentes proyectos relacionados entre sí. Ya es una buena noticia hoy, pero será mejor mañana.

Sin embargo, insisto, sabemos muy poco de todas ellas, porque en la parrilla informativa de los medios, estos proyectos ocupan la última posición. Con la información de ciencia sucede como con la información de cultura: si no tiene una fecha marcada o no hace parte de una noticia de gran impacto como la de Trujillo, ocupa el rango de lo posible, no de lo informable.

Esto es, que cuando faltan cinco minutos para acabarse el noticiero, hay que estar atentos, porque puede que entre o puede que no. Si la discusión política se alarga, la ciencia no se da a conocer; y esa nota informativa estará «colgada» día tras día hasta que por fin entre cuando los políticos se vayan de vacaciones. No es sólo una triste realidad colombiana, no. Sucede en todas partes del mundo.

Si conociéramos mejor estas cosas, podríamos educar con el ejemplo a nuestros hijos y mostrarles que el camino de la ciencia es algo muy valioso. Pero al perderlas de vista, dejamos que sean los esfuerzos personales puntuales los que labren ese camino. Así que en este caso toca aprovechar el «boom Trujillo» para inculcar una maravillosa línea de estudio, realzada, además, por la presencia femenina.

Para el caso puntual de Nariño, los esfuerzos personales y los empeños han sido los que han determinado seguir en esta «carrera por la astrociencia». Fue Alberto Quijano Vodniza quien creó el Observatorio Astronómico de la Universidad de Nariño, y es el propio Quijano quien hizo que donaran dos hectáreas en la Loma del Centenario para construir el Centro de Ciencias. Por supuesto, esto lo presentó el anterior Gobernador como un logro gubernamental, aunque era evidente que se trataba de un logro del Observatorio y de Quijano. En fin.

El Observatorio ha permitido la realización de tesis que auguran un buen futuro: el prototipo de un radiotelescopio en 12 gigahertz es un proyecto de Jazmín Ordoñez, quien ya ha estado becada en la Escuela Latinoamericana de Astronomía Observacional y en el Instituto de Astrofísica, Optica y Electrónica en México. Allá también ha estado estudiando becada Socorro Mafla, además de estar en el Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Hay más tesis y estudios sobre curvas de luz de cuerpos celestes, sobre el polvo del cinturón de Kuiper, o sobre las colas cometarias. Y hay mucho talento en chicas como Nathalie Romo, María Ximena Portilla, Karla Reyes o Vilma Córdoba. Todo gracias al empeño de Quijano Vodniza.

Pero hace falta más. La Asociación de Astronomía de Colombia, ASASAC, hace cursos virtuales, uno de ellos de astrofísica para no físicos, y otros de astronomía y astronáutica para niños. Sería maravilloso que los niños conocieran esto, porque gracias a estos cursos e puede entender mejor la historia de nuestros ancestros. El cielo en cultura muisca, por ejemplo, ofrece una gran enseñanza sobre miles de años de una cultura observando el firmamento.

Es por donde hay que empezar.

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