Por: Vicente Pérez Silva
A mis tres hijos: Vicente Leonardo, Francisco de Paula y Fernando Aníbal; privilegiados, porque “tienen doble ancestro de don Quijote y Quimbaya…”
A mis tres hermanos: Hernando Cabarcas Antequera, Mauricio Chaves Bustos y Gerardo Gómez Morales, en la Cofradía de nuestro Amo y Señor don Quijote, con el saludable jarabe de Fierabrás…
A mis hermanos Quijotes y Sanchos del universo, con solidaridad en la adversidad, y, en todo tiempo, sin contagio alguno de “pandemia” …
Este episodio ocurre en un lugar, en dónde no aparece mancha alguna qué recordar ni qué reprochar. Un lugar, atractivo y atrayente, en dónde unos distinguidos académicos se reunían a comentar y exaltar la inmensidad del Quijote.
De pronto, de manera inusitada, llega un intruso, con ínfulas de sabelotodo, cuando un académico de nota hacía esta pregunta y él mismo se daba la respuesta:
¿Y por qué el extraordinario interés que a todos despierta el Quijote? Porque allí está, viva y real la comedia humana, porque allí cada cual se observa así propio en uno de sus múltiples anhelos; porque allí se siente palpitar, sordo y atormentado, el corazón de la humanidad.
Con la prontitud de un rayo, el intruso de marras se levanta todo peripuesto y presuntuoso, y, con subida entonación interrumpe al expositor con estas palabras: yo también he manoseado, me he entretenido y desvelado con las desventuradas aventuras y las hondas pesadumbres vividas y padecidas por don Quijote.
Ante esta manifestación, el susodicho e intrigado académico le inquiere sobre su parecer. A lo cual, ni corto ni perezoso, le responde con la sonoridad y el hechizo de este juego de vocablos:
Quejas y más quejas de don Quijote…
Quejidos y más quejidos de un tal Quijano…
Quijadas y más quijadas de Sancho Panza…
Quejumbres y más quejumbres de Dulcinea…
(“Quijotes y Quijotadas” de un escribano…).
Entre el sortilegio y encantamiento de estas invocaciones, como por ensalmo, se enreda en el telar de la memoria la figura legendaria del fraile Agustino Alonso Quijada, según se refiere, el modelo auténtico de don Quijote.
En la urdimbre maravillosa y enigmática de las palabras, más que en su sentido literal, en todo el esplendor de su expresión hiperbólica o metafórica, dicho entrometido personaje concluye con este interrogante:
¿Puede concebirse en el discurrir de unas vidas atribuladas, con tantas quejas y quejidos, con tantas quijadas y quejumbres, cuyo único anhelo es desfacer agrabios y propender por la justicia y bienandanza de la humanidad?
Ciertamente, prorrumpió, en voz baja, su interlocutor, nada, absolutamente nada que extrañar. Apenas, son las quejas indeseadas e imperceptibles de “aquel hombre que llevaba en el alma tantos desengaños, tantas heridas, tantos desmanes, tantos alfilerazos en el cuerpo…”.
Todo acaba, con la fugacidad de un sueño. Sumidos en el más profundo desconsuelo, con el alma en las espaldas, los académicos del cuento, echado al olvido por el historiador de cabecera del Manchego, abandonaron el recinto, entre pensativos y risueños, y sus sombras se perdieron en el embrujo de otras sombras…
ANGASNOY (Refugio del Cóndor), La Calera, residencia campestre de mis hijos Libia Patricia y Merceano Melo, otro Quijote, entre un bosque de Bonsay; a los 31 días del mes de marzo, del desventurado año 2.020).