Por: Alejandro Reyes[1]
“Sólo podemos comprender la importancia del discurso en los procesos sociales
y en las relaciones de poder contemporáneos si reconocemos
que el discurso constituye la sociedad y a la cultura, así como es constituido por ellas».
Fairclough y Wodak (2005)
Una mirada curiosa de la relación lenguaje/poder, a través de estrategias discursivas requiere, no sólo entender que la política se construye a través de los discursos y por medio de éstos, sino que es necesario involucrar las tres dimensiones que comprometan lo cognitivo, lo lingüístico y lo social para entender cómo los individuos interactúan dentro de determinado contexto y cómo a partir de éste se construyen nuevos mundos que son transmitidos a otros individuosy así sucesivamente, a través de la interacción social, por medio de la cual se evidencian ideologías, creencias y demás saberes propios de una cultura.
En este sentido, debo decir que no puedo aceptar un calificativo como “vándalo” para millones de personas que nos movilizamos de manera pacífica y decidida por nuestros derechos, sobre todo porque pienso que las palabras son poderosas, y la verdad merece ser nombrada por como en efecto es, y no bajo ridículos eufemismos que aceptan falsedades como la de que el obrero, el estudiante, la campesina, la negra del manglar y cualquiera de los que hoy caminamos hacia este nacimiento que nos llama somos vándalos. Hay que nombrar lo inevitable en todo parto, nacerá una nueva Colombia, no me cabe la menor duda, ¿cómo?, pienso que las asambleas populares que se adelantan en todo el territorio nacional nos lo harán saber, debemos seguir impulsando ese importante esfuerzo y no perder de vista que el pueblo es superior a sus dirigentes, reconociendo en el lenguaje un campo de disputa.
La palabra es creadora, razón por la cual siempre es importante ser conscientemente responsable de lo que se dice, sobre todo de cómo se nombra algo o alguien, y estoy absolutamente convencido como profesional forestal y empresario que no marchamos precisamente por capricho, que no somos vándalos a sueldo y muchísimo menos personas que se mueven por voluntades ajenas, nos mueve un departamento lleno de profundas necesidades y enquistado en un feudalismo político insoportable. Llamar vándalo y lo peor, aceptar el calificativo y usarlo dizque de retorica, es absolutamente inaceptable.
No somos vándalos, vándalos quienes asaltan a ley armada el bolsillo vapuleado de los pueblos colombianos en medio de la peor crisis del siglo XXI. Vándalos quienes asesinan niños bajo el improperio grotesco e inhumano de que son “maquinas de guerra”. Vándalos aquellos que en lugar de impartir justicia sabiamente, se venden por tres pesos traicionando el digno cargo de impartir justicia que estos pueblos estoicos le confiaron.
Vándalos los que usurpan en comités ilegítimos el derecho de los pueblos a manifestarse ante la ignominia, y luego se venden por un fin de semana con aguardiente en Girardot. Vándalos los que trafican votos a cambio de las necesidades y el hambre de los nariñenses y colombianos. Vándalos los que manipulan las leyes para vender la soberanía nacional a cualquier multinacional criminal. Vándalos quienes se roban la comida de los niños en los colegios públicos. Vándalos aquellos que trafican con la salud de toda una nación a la espera de que algunos centavos apaguen el desesperante ardor de su alma miserable.
Vándalos los que sacrifican la vida de los páramos, el agua y los bosques en el ensangrentado altar de los mercados. Vándalos los que se lucran traficando fauna y flora. Vándalos los que autorizan en las regiones de Colombia la barbarie en los bosques para meter vacas, sembrar coca o apropiarse de los “baldíos” de la nación.
Vándalos ellos, que le roban los ojos y las almas a los jóvenes que hoy despiertan en un país en ruinas. Vándalos los asesinos de siempre que cortan cabezas como flores y las exhiben con ayuda de sus medios comprados para sembrar miedo y acallar a sangre y fuego la voluntad del pueblo. Vándalos quienes han hecho de su cargo público un penoso lodazal de monedas, indigno siquiera de ser nombrado. Vándalo él, que tiene en sus pesadillas 6402 razones para padecer ese invivible presente que se merece a cada letra. Vándalo usted señor y señora congresista, que venden su campo, su agua, sus pueblos.
Usted, lector, lectora, que para en las calles buscando empujar un país que se resiste a avanzar sumido entre odios de ayer, muerte y tristeza, usted, no merece otro calificativo que el de heroína y héroe. En las calles estan los pueblos, en la vereda, en la comuna estan los pueblos, en el corregimiento estan, señalando la hora de un espíritu poderoso que viene despertando consciencias por toda la América Latina y el mundo entero. Llego la hora de saber si el pueblo es pueblo, o solo una manada de ovejas pastoreadas por lobos llenos de caretas y eufemismos baratos.
Las palabras y el lenguaje son un escenario de disputa política como ampliamente han explicado Wittgestein y Rorty. Irremediablemente debe iluminarse con las palabras apropiadas al sentido de lo que somos de lo que vivimos y lo que anhelamos. El significado de la palabra es un fenómeno del pensamiento, sólo en la medida en que el pensamiento está ligado a la palabra y encarnado en ella. Nadie más que los proxenetas del verbo merecen el calificativo de vándalos, no aceptemos, ni simplifiquemos en retorica lo que es un escenario de disputa política hoy en Colombia. El fuego y la palabra queman dicen los abuelos Muinane en la Amazonía, cuidado con aceptar el intercambio de papeles en este realismo mágico que habitamos y nos habita en el país de la canela.
¡Verís!.
[1] Alejandro Reyes. Ingeniero forestal, director de Raiz Fuerza Natural S.A.S, presidente de la Mesa Departamental de Cambio Climático de Nariño y Consejero Departamental de Paz, Reconciliación y Convivencia.