La paz como continuación de la política por otros medios

Afirmar que la paz es la continuación de la política por otros medios puede tomar por sorpresa a incautos, y no, no es un juego de palabras. En esta afirmación pretendo condensar en un propósito, la paz, lo que ha sido la esencia de la política en Colombia por más de cuatro décadas. Es decir, la paz, o más bien, la pretensión de construir la paz en Colombia, es por antonomasia, la política en nuestro país.

 

Con esto no pretendo inventar la rueda, ya Clausewitz en las primeras décadas del siglo XIX había sostenido que la guerra era la continuación de la política por otros medios. Lo que busco advertir es que dado que en Colombia el uso de la violencia ha hecho parte constitutiva de la política, mal haríamos en creer que en un escenario de construcción de paz los intereses encontrados de las partes hasta no hace mucho enfrentadas fisicamente tienden a esfumarse.

 

La pugnacidad de esos intereses continua aunque puedan manifestarse de formas distintas en escenarios de construcción de paz. Para no irnos más lejos, si observamos el acuerdo de paz firmando entre el gobierno de Juan Manuel Santos en representación del Estado colombiano y las extintas FARC-EP, es posible identificar que en su integralidad, pero también en cada uno de los puntos que lo componen, subyace un pulso político que de no identificarse con claridad conduce a sendos errores en el quehacer político de las partes enfrentadas.

 

Puesto en plata blanca, a estas alturas es posible inferir que la pretensión de Juan Manuel Santos no era en estricto sentido realizar una reforma rural integral, garantizar una apertura democrática, superar el flagelo del narcotráfico y reparar a las víctimas del conflicto armado, sino que se trataba en estricto sentido de desmovilizar a las FARC-EP y buscar por medio de la trunca implementación del Acuerdo Final, especialmente en los puntos de reforma rural integral y sustitución de cultivos declarados de uso ilícito, dejar en una bancarrota política a su contraparte. En síntesis, derrotar estratégicamente a las extintas FARC-EP, lo cual, paradójicamente, hubiera sido imposible por una vía militar.

 

De esto eran plenamente conscientes las extintas FARC-EP y lo dejaron plasmado en las conclusiones de la última conferencia nacional guerrillera realizada a vísperas de la firma del Acuerdo Final. Sabían que la firma del Acuerdo Final no era garantía suficiente de cumplimiento y que debían empeñarse a fondo, ahora como partido político legal, en la implementación de lo acordado, ya que ahí estaba en juego su capital político, razón por la cual la gran mayoría de las y los excombatientes de las extintas FARC-EP se han mantenido fieles a lo pactado.

 

Paradójicamente, a casi ya seis años de la firma del Acuerdo Final, es posible afirmar que, por un lado, Juan Manuel Santos y las fuerzas políticas que el representa no lograron doblegar estratégicamente a las extintas FARC-EP, esto, en razón a que el proyecto político de esta insurgencia convertida en partido, es hoy en día nervio de las reivindicaciones sociales y populares a lo largo y ancho del país. La otra cara de la moneda presenta en cambio un saldo estratégico más prospero, mientras que en el táctico enfrenta serios desafíos, esto es, que mientras con el Acuerdo Final se logró allanar el camino para el éxito electoral, por primera vez en la historia de Colombia, de una fuerza política de izquierda, y por esa vía se estima que el Acuerdo Final podrá ser implementado en su integralidad, el partido político surgido de las extintas FARC-EP no ha logrado mayor receptividad entre los votantes y en un escenario de patrimonialización de toda la izquierda por parte del Pacto Histórico el horizonte tiende a ser más tormentoso.

 

Entonces, la construcción de paz es hoy en Colombia la continuación de la política por otros medios. En ella no solo esta en juego la desactivación de violencias directas emanadas por actores legales e ilegales, sino el horizonte de sentido de Colombia como Estado y como Nación.

 

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