Sucedió en noviembre del año pasado en el muro de Colección Gladys Palmera, tras la publicación de una foto de Miguelito Valdés de esta colección con una marca de agua. Un electricista peruano que se hace llamar Pedro Mauricio escribe: «No deberían ponerle esa marca de agua a las imágenes». A continuación hay una primera respuesta de otra persona: «Yo estoy de acuerdo que se las coloquen. Son gráficas exclusivas de Gladys Palmera. Hay unos por allí que las copian y se las adjudican». Pedro Mauricio no dice nada. Pero luego entra otra respuesta de un fotógrafo venezolano apodado Guarachando con Ozzie: «Hay programas que las eliminan», y ahí si Pedro Mauricio responde: «Ozzie gracias!!!». En un breve instante un diálogo en redes sobre piratería entre dos personas dispuestas a saltarse la ley.
Tiempo después supe que este señor Pedro Mauricio ya había tenido problemas con la Asociación de Coleccionistas de Salsa de Caracas por esta misma razón en 2014 y 2016. El no es capaz de deducir que la foto en cuestión fue buscada, encontrada, se viajó a traerla junto a otras, se adquirieron los derechos de uso y se pagaron los de publicación; en la colección se digitalizó, se limpió, se curó, se compraron las bolsas y los archivadores adecuados, se indexó, se subió a la base de datos, se contrató a un especialista para que contara su historia y finalmente se le puso una marca de agua para publicarla en redes.
Ya sé lo que piensan: un pirata con las herramientas adecuadas elimina la marca y luego vende la foto. Si, es verdad, pero mal haría Gladys Palmera en guardarla y no darla a conocer. Se trata de hacer públicas unas cosas que por otros medios no tendrían esa posibilidad, y eso tiene un valor añadido más allá del económico.
Bien, dejemos aquí el capítulo fotos y vamos al capítulo libros.
Leticia Blanco, del diario El Mundo, sacaba a la luz hace un tiempo unos datos estadísticos escandalosos: «el valor de mercado de los casi 600 millones de contenidos pirateados (en España) es de 5.277 millones de euros. Las novedades son las que peor salen paradas: 7 de cada 10 libros pirateados tenían menos de un año. Un 33% de los encuestados lee libros a los que accede de forma fraudulenta».
El Centro Español de Derechos Reprográficos, CEDRO, detecta cada mes más de 152.000 páginas de enlace fraudulentas de las que finalmente 112.092 son desindexadas. Blanco cita a Daniel Fernández, presidente de CEDRO, diciendo que ha cerrado grupos de Facebook que compartían libros y 122 canales de Telegram con 400.000 usuarios en los que se compartían ebooks, diarios y revistas. ‘Con Facebook sí que llegamos a un acuerdo. ¡Pero es que hay gente que envía libros por Whatsapp! Estamos hablando con ellos y aunque es la misma empresa que Facebook, nos dicen que son departamentos distintos’, lamenta Fernández».
El caso colombiano lo resume un amigo de la siguiente manera: «Sucedió que estoy yo presentado un libro y alguien me dice ‘mira que en tal almacén tienen tu libro por tal precio’. Fuimos y ahí estaba colocado el libro. Yo entré, lo pregunté y dije ‘mira, ¿qué vale este libro? ¡Ah, vale tanto’. Lo miré, lo ojee, una copia de malísima calidad. La portada no se veía tan mala, pero las interiores si. Mi conclusión es que alguien adquirió una copia digital, pagó tres o cuatro dólares, lo descargó en su computadora y me imagino que de ahí se hicieron esas impresiones…. Pero lo que pasa es que una cosa es un pdf para leerlo en la computadora y otro un pdf de alta calidad para impresión y por eso esas copias son de mala calidad».
Es una buena explicación para lo que sucede hoy, pero ¿Y lo que viene pasando desde hace años? Ya hace bastante tiempo otro amigo me escribió diciéndome algo que me dejó estupefacto: «Te cuento que ayer me fui a viniliar por el centro de Medellin y en un almacén de discos que también vende libros de salsa y otras musicas, encontré tu libro de Lucho Bermudez pirata!!! Es un tipo de Cali dedicado sólo a esto y ha pirateado el de Rondón, Ulloa, Hiram, La Lupe y hasta una cartilla de Lavoe del año 2033».
Lo de estupefacto es porque no esperaba que un libro mío «mereciera» el ser pirateado. Por eso yo le contesté medio en broma medio en serio: «no sé si sentirme alagado o llamar a la policía».
Dicho esto, no hay espacio suficiente aquí para hablar de la piratería musical. Los tiempos del vinilo dejaron un cementerio de pequeñas casas discográficas cerradas, derechos de autor que pasaron de los músicos a sus familias, catálogos que las grandes compañías desconocen y una enorme dificultad para encontrar a quien pagarle por una obra original. En ese mar navegó la piratería de CDs con audios sacados de los propios vinilos, pues nunca se buscó un master.
Hoy estos piratas han pasado al mundo digital sin ningún problema ni reparo, pero como la legislación va a paso de tortuga respecto a la tecnología y las tiendas no tienen especialistas que revisen el producto, la música pirata llega hasta Amazon. Cuando el comprador lo ve allí confía ciegamente en que es de calidad aunque no lo sea.
Al respecto, debo anotar que Amazon parece haber perdido el control de sus filtros de piratería ante la avalancha de productor que maneja. El otro día hablaba con un técnico electrónico experto en la materia y me contaba que la mitad de los componentes que vende son de origen pirata o mejor, no legal. Cuando una compañía electrónica, por ejemplo, fabrica componentes y ensamblaje en China, hay muchos de esos componentes que no pasan el control de calidad. La compañía los desecha, pero la fábrica china los vende a través de Amazon.
Me he ido por las ramas. Volvamos a los libros en pdf. ¿Quién los filtra en redes? Leticia Blanco cree que no existe un sólo culpable, o al menos eso demuestran las pruebas del delito. Una editorial tiene irremediablemente que usar pdf para trabajar con el diseñador y el corrector, pero también con la imprenta; y a la hora de promocionar, con los periodistas. Eso sin contar el pdf que se usa en la versión digital o para leer en Kindle o libro electrónico. Los manuscritos que se envían a los periodistas llevan ya marcas de agua, y aunque sólo la versión final sea de alta calidad «es tremendamente fácil compartir un archivo».
En España CEDRO y en Argentina CADRA crearon el Servicio de Antipiratería Digital (SAD). El servicio no sólo detecta las obras que circulan por la web sin sus correspondientes derechos de autor, sino que además solicita de forma automática su retiro o el bloqueo de su acceso. También, detecta los archivos publicados sin permiso de periódicos y revistas, y solicita que se retiren de Internet.
Es algo parecido a lo de la fotografía, donde existe la COPYTRACK GmbH, creada en Alemania y Estados Unidos conjuntamente. YouTube, por su parte, tiene su propio sistema de rastreadores para vídeos no autorizados por infracciones de contenido y de música. Los textos aún no han llegado a esta superficie.
El resumen de todo esto es que a sol de hoy el 40% de los libros que se publica acaba siendo compartido ilegalmente. ¿Solución? Muchos creen, pero es sólo un albur, que un día exista el Netflix de los libros. Se discute mucho al resto, pero las cifras apuntan a ello, tanto las de lectores de eBooks, como las de los propios servicios de suscripción de cualquier tipo.
¿Se acuerdan de Kim Dotcom? Era el hacker fundador de Megaupload, un sitio web de servicio de alojamiento de archivos desde donde te podías descargar de todo. En la primera década de este siglo, cuando todos grabábamos en CD’s vírgenes (me incluyo) todo tipo de cosas, Dotcom se hacía millonario a causa de nuestra ignorancia en la materia. En 2012 fue capturado en Nueva Zelanda y condenado por fraude con tarjetas de crédito, piratería informática, abuso de información y malversación. Un año después de que el FBI cerrara Megaupload, Dotcom abrió un sitio similar, el cual finalmente vino a perder fuerza con la aparición de las plataformas de suscripción tipo Netflix.
Si, es luchar contra molinos de viento. Vamos a ver si el Mercado Único Digital, creado a expensas de la Comunidad Económica Europea, va marcando el ritmo de las acciones. La pena es que a no ser que intervenga la industria privada, veo muy lejos de estas iniciativas a países como Colombia, donde el Gobierno de turno no ha ofrecido un plan que aúne legalidad, cultura y tecnología, que son las tres piedras angulares de esta cruzada.
Epílogo. Colección Gladys Palmera le preguntó al susodicho interesado en infringir la ley lo siguiente: «Pedro Mauricio gracias por tu interés. Pero quisiéramos saber la razón de tu inquietud. ¿Crees que esta marca dificulta el visionado de las imágenes? Si es así, estaremos encantados de aceptar tus sugerencias. Un saludo cordial». Hasta ahora no ha habido respuesta.