El poeta de “caminante, no hay camino al andar” nació un 26 de julio de 1875 en Sevilla. Se llamaba Antonio Machado y terminó su bachillerato a los 25 años, en Madrid, para luego dedicarse a la docencia de por vida. En un viaje a París conoció la poesía de Rubén Darío y escribió Soledades, su primer libro, con tendencia modernista. Luego conoció el simbolismo de Verlaine y se dejó influir por su obra. Iniciaba el siglo XX.
A los 32 años consiguió su primer empleo de maestro en Soria y se incorporó a la sociedad de una manera más realista. Al leerlo, uno descubre a un defensor del medio ambiente, a un tipo que presta atención a los detalles y que hace llamados a disfrutar la naturaleza, a vivir bien.
Machado se casó con Leonor a quien invitó a pasear por París antes de que falleciera a temprana edad y fuera enterrada en el cementerio El Espino de Soria. Hasta ese lugar llegan turistas para leer en voz alta los versos de amor que el poeta le escribiera: “Sentí tu mano en la mía, / tu mano de compañera, / tu voz de niña en mi oído / como una campana nueva, / como una campana virgen / de un alba de primavera”.
“A un olmo seco” es un gran poema. Lo escribió Machado cuando su Leonor moría y fue tanta su desolación de viudo que pensó en suicidarse. Sin embargo, el tener pendiente la publicación de un libro lo salvó.
Los poemas de Machado son fotografías del paisaje. Para él, donde Soria, no era una ciudad de postales, era una ciudad para el pensamiento.
Como maestro de escuela enseñó a reflexionar sobre la ética y la moral hasta convertirse en un referente social. “Los jóvenes son la revolución en marcha”, decía. Por esos días conoció en Baeza a un jovencito que declamaba y tocaba el piano, llamado Federico García Lorca, a quien años después el franquismo asesinó. Entonces, Machado le escribió un poema inmortal que nos eriza la piel cada que lo leemos: “El crimen fue en Granada” (disponible en www.poemas-del-alma.com/el-crimen-fue-en-granada.htm).
En 1819 se trasladó a Segovia, donde dio cátedras nocturnas a la clase obrera. Como sus versos no eran retorcidos ni intelectuales y usaba la palabra común, la gente comenzó a recitar su obra. “Caminante son tus huellas el camino, nada más…”, por ejemplo, es un clásico para los declamadores.
Un día conoció a Pilar de Valderrama, mujer casada y con tres hijos. El amor otoñal que vivía le brindó momentos y consecuencias. “En el amor, locura es lo sensato”, escribió.
En 1931 maestros y artistas celebraron la llegada al poder del Partido Republicano. Hubo fiesta en las calles y muchos creían que por fin habría una oportunidad para todos, pero el fascismo, de la mano de los militares, se tomó el poder a la fuerza y miles de españoles tuvieron que huir y exiliarse. Entre ellos estaban Antonio Machado y su familia.
Al principio se refugió en Valencia; no obstante, pronto debió caminar hasta Collioure, Francia, donde murió. Su tumba es hoy casi un museo que recibe a visitantes del mundo entero, porque es el símbolo de los intelectuales en el exilio.
Cada año, los nietos de los exiliados por el franquismo peregrinan de España a Francia haciendo el recorrido que hizo Machado en busca de salvar su vida. Y leen poemas como “Estos días azules, este sol de la infancia…” que habla del paraíso que todos tuvimos al ser niños y que pronto se pierde para siempre.