Lo sucedido hace algunas semanas con un maltratador de un perro Snauchzer en Pasto, volvió a poner los focos sobre las leyes que castigan el maltrato animal, en este caso a los animales domésticos. La ley más trascendente hasta el momento es la 1774 de 2016 que modifica la ley 84 de 1989 y clasifica a los animales como seres sintientes, por lo que deben recibir especial protección.
Pero aún así, el concejal Fidel Martínez, representante de las Organizaciones de Defensa y Protección Animal de Pasto, e impulsor de dicha reforma, decía que hacía falta tres cosas básicas para una convivencia adecuada en la materia: una legislación protectora, una garantía de bienestar, y una educación relacionada. Las tres van de la mano, desde luego, aunque a veces parece que leyes y educación no están relacionadas.
Por ejemplo, el uso de la pólvora. Todos sabemos que los sonidos fuertes generan reacciones de dolor auditivo en perros y gatos. El oído de los perros está diseñado para tolerar niveles de sonidos más bajos que los humanos, por lo que el uso indiscriminado de la pólvora en navidad puede acarrear estrés y fobia en los animales. ¿Se acercan las leyes a esta circunstancia a la hora de restringir en espacios y horarios la pirotecnia?
La educación es clave. Hay dinámicas específicas para educar a los perros en la tolerancia paulatina de sonidos fuertes. Se hace a temprana edad y consiste en replicar estos sonidos en internet, aumentando sus decibelios poco a poco hasta llegar a un límite. No se evita el dolor, pero si se combaten la fobia y el estrés.
Pero así como hay terapias para animales, tiene que haber educación para humanos. En esta columna hablábamos hace dos años del proyecto del colegio Santiago Pérez del Tunal, en Bogotá, cuando se creó el Club de Niños Animalistas, en el que medio centenar de niñas y niños de primaria fomentan el respeto a los animales con actividades lúdicas y recreativas. El efecto ha sido multiplicador.
Pasto tiene muchos líderes en materia de defensa y educación. También hemos hablado aquí de Álvaro Erazo y su albergue de perros en Jamondino, de Andrea Delgado, impulsora del proyecto Viviendas Familias Multiespecie, de los organizadores de los eventos en parques con motivo del Día Mundial de los Animales. También de todos esos seres anónimos que comparten su amor por los animales en redes o comparten su indignación en WhatsApp cuando suceden casos como el del maltratador del Schnauzer. Y hay varios ejemplos a seguir por la forma en que educan a sus familias en estos temas. Esos son Diego Caicedo, por ejemplo, o Teresa Olarte.
Pero hay un punto adicional en la educación, y es entender que esto no es un asunto de bajo nivel e importancia. Tiene que ver con nuestro funcionamiento como sociedad. Según un estudio, el 30% de los casos de maltrato animal lo hacen personas jóvenes; con lo cual su reacción frente a los animales la reproducirán con su entorno humano. En otras palabras, «los maltratadores de animales son más propensos a ser maltratadores familiares en el futuro».
La publicación Journal of the American Academy of Psychiatry and the Law dice que las personas que maltratan animales suelen presentar trastorno de personalidad antisocial. Eso es un camino abierto hacia la criminalidad. Y aunque estas personas suelen provenir de familias disfuncionales, no se puede uno descuidar con lo que nuestros hijos ven por ahí. «Al vivirlo desde la infancia, sus efectos negativos se perciben como normales», dice Juan Armando Corbin en la web Psicología y Mente.
Estamos en pañales en cuanto a conocimiento de lo que es el maltrato animal y como controlarlo, decíamos en esa columna de hace dos años. Pero insisto, el secreto está en la educación. Si conseguimos que los niños crezcan con una conciencia animalista, la implementación de mejoras y protecciones será más fácil, porque la evolución de una ley dependerá del respaldo ciudadano que esos adultos del mañana le darán.