Palabras por un libro

El último libro de Arturo Prado Lima es analizado por el también escritor Arturo Bolaños Martínez.

 

A finales de los de los años setenta del siglo XX la narrativa colombiana describe diversos rumbos temáticos y formales, que superan el maravilloso perfil del universal Macondo. Narrativa que nos proporciona obras vertidas bajo la óptica de la complejidad de la vida urbana, lo fugaz de los hechos y los sentimientos, lo horroroso y grotesco de la violencia, la descomposición y/o cambio de valores, la trashumancia y el desarraigo: la vida en otra parte. Sus personales circunstancias permiten y provocan al escritor colombiano Arturo Prado Lima la realización de textos como los contenidos en este libro El Oficio de ser invisible.

Prado Lima nació en Chambú (departamento de Nariño, Colombia), un lugar ubicado en las cumbres de los Andes, cerca a una hermosa e inmensa roca que bien se denomina el Dedo de Dios, al suroccidente del país. Chambú , es ya un nombre mítico en la literatura nariñense, que da título a la más importante novela de la tradición literaria regional*.

 

Rara vez, en la literatura colombiana y nariñense en particular, hablamos de tradición. En ocasiones aplicamos su nombre deplorando su ausencia, o escasamente empleamos el adjetivo para referirnos a que la obra de tal autor es “tradicional”. No nos referimos casi nunca, a “la tradición“ o a “una tradición”, si acaso no son pocas las ocasiones en que la palabra aparece como no sea en alguna frase de censura, y si de alguna otra manera aparece será en términos de vaga aprobación, con lo cual se quiere dar la idea, respecto del trabajo aprobado, de ser una “simpática construcción arqueológica”, en palabras de T.S. Elliot. Es poco probable que la palabra aparezca en los juicios sobre la obra de un escritor. Cada nación no solo tiene su propia tendencia creativa, sino también su correspondiente tendencia crítica, la crítica es “tan inevitable como la respiración misma” según el autor estadounidense de La tradición y el talento individual. Y es de decir que, esta manera de respirar, en Colombia y particularmente en Nariño, es escasa y cargada de un vaho de particular y lóbrego aliento.

 

Uno de los aspectos que emerge con mayor rapidez cuando elogiamos a un autor es insistir en aquellos trazos de su trabajo en los que menos similitud guarda con cualquier otro. En esta obra de Prado Lima existen, en ella encontramos lo individual, su esencia peculiar de autor. En tanto que abordamos a un autor libre de este prejuicio, es frecuente encontrar que no solo las mejores partes sino las de mayor individualidad de su obra, quizás sean aquellas en que sus antecesores reafirman su inmortalidad con mayor vigor. Esto también está en la obra de Prado Lima, sus lecturas y sus maestros emergen discretamente por entre estas páginas. Muchas de estas corrientes se han visto desvanecerse y la novedad es preferible a la repetición.

 

(La velocidad llama nuestra atención, produce excitación, nos saca del aburrimiento -ennui-, nada es aburrido si es lo bastante rápido. La velocidad es la bendición y la maldición, de la Edad Moderna, hallamos la contemplación, propia de las sociedades tradicionales, substituida por la sensación, la simultaneidad, la inmediatez y el impacto. Aquí llamo al lector a urgir entre estas páginas corriendo el riesgo de sentirse abandonado del suceso friki televisivo).

 

Más aún, la tradición entraña una significación de mayor alcance, no es algo que se herede, sino que además del esfuerzo continuo, del trabajo constante, implica el sentido histórico que reclama una percepción, no sólo del trascurso del pasado, sino de su misma presencia; este sentido histórico obliga al autor a escribir teniendo en cuenta a su propia generación, a la literatura de su país, a la literatura. Este sentido de lo temporal e intemporal, la conjunción de ellas, hace que un autor sea “tradicional”, que participe de una tradición. Y al mismo tiempo, esto permite que tal escritor tenga una conciencia más exacta de su lugar en el tiempo, de su propia contemporaneidad. En este sentido la obra de Prado Lima prolonga y enriquece de manera notable la tradición literaria en Nariño, en Colombia.

 

Narrador, poeta y periodista, comunicador en esencia, Prado Lima nos ha obsequiado obras poéticas como Cuando seamos libres de cuchillos (1991), Así es nuestro siempre (1993), De gritos y tardes femeninas (1997) y la novela La guerra sigue llorando afuera (2001). A demás de sus innumerables columnas, reportajes y opiniones en la prensa escrita y televisiva.

 

La distinción entre poeta y prosista “es un error vulgar” en palabras del poeta Percy Bysshe Shelley en su Defensa de la poesía. Todos los creadores por su cadencia armoniosa y rítmica que conllevan los elementos del verso, y por ser “eco de la música eterna” no necesariamente son poetas, ni siquiera en virtud de que sus palabras ponen al descubierto la permanente analogía de las cosas mediante imágenes que participan de la vida como algo verdadero. “Un poema es la imagen misma de la vida expresada en su eterna verdad, …es la creación de acciones de acuerdo con las inmutables formas de la naturaleza humana, tal como existen en la mente del creador” dice el poeta ingles. En esa dimensión, la obra del autor colombiano Prado Lima colma de satisfacción poética al lector de estos textos. Sin embargo, existe una diferencia con el cuento, el cuento es un inventario de hechos independientes, cuya vinculación no es otra que tiempo, lugar, circunstancia, causa y efecto; y estas premisas generales se cumplen con maestría y elocuencia, a veces con exceso de figuras, en El oficio de ser invisible de Arturo Prado Lima.

 

Estamos entonces, ante una obra del arte de la escritura. El lenguaje poético y el narrativo se funden en este libro.

 

Prado Lima descubre el pedazo de piel pegado en la tela, como un mapa solitario, que le sirve para entender que el arte eres tú, como lo es el montón de latas de cerveza que le sirve de guarida a las cucarachas, si lo miras desde el otro lado de sus convicciones secretas, o con los ojos de sus amigos poetas en Berlín. Las reflexiones sobre arte, sobre su movilidad y transformación continua, lo llevan a afirmar a través de sus personajes que el recuerdo en sí nunca puede ser arte, ni siquiera memoria, para continuar creyendo que la alegría de la tristeza sólo es posible pintarla cuando se escoge el lado y la distancia correcta que nada tiene que ver con el estado de ánimo. Para pintarlo se necesita cierta distancia para poderse ver a sí mismo, reflexiona el escritor desde su trecho recorrido. Y confirma que en cierta medida, este recóndito artificio era lo que le permitía a Rubén pintar las cosas con vida, y las morriñas crudas de su antiguo país. Y es consiente cuando se dio cuenta de que había llegado el momento de inventar una nueva soledad, una nueva tristeza, un nuevo orgullo y una nueva esperanza acorde con los nuevos tiempos. Con perspicacia Prado Lima no escoge el enemigo equivocado, antes, valora la vida en familia, los orígenes, la persistencia en el oficio ante el ruido de las moscas que ya empezaban a sobrevolar los cadáveres de nuestras dichas diarias amontonadas en el silencio aguado de las manos. Para no terminar con la sonrisa aplastada, como al protagonista de otro de sus cuentos, cuando nos dice que el cura le hizo tragar la cruz de Cristo, entera, y beber su sangre prefiere escribir y tocar el alma con las palabras.

 

Un día le preguntaron a uno de los editores literarios más importantes del mundo hispánico (Jorge Herralde, ed. Anagrama) qué es un libro? A lo que respondió: “es uno de los inventos más perfectos de la humanidad. Sirve para explorar lo de fuera e investigar en uno mismo. Es cómodo, portátil y no lleva enchufe”. La indagación en el mundo íntimo y las percepciones sobre el exterior, tanto como su valoración; queda en manos de cada lector que se aproxime a este objeto maravilloso que es un libro.

 

El oficio de ser invisible se convertirá en un grato compañero que hará posible advertir a quien hace de la literatura una de las causas supremas de su vida, y con ella y en ella, cuenta sus avatares y brega con sus sueños. Por mi parte, he disfrutado con sus historias; más allá de la satisfacción de saber que Arturo continua en su oficio de escritor, proporcionándonos el placer de su lectura y el conocimiento de su universo literario.

 

Arturo Bolaños Martínez.

 

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