Por Albeiro Arciniegas
A raíz de que el cuento “El monstruo de mi cuarto” del joven escritor Miguel Ángel López, en un caso inusual, se volviera viral en las redes, tras ganar un concurso de cuento en la ciudad de Medellín, uno que otro de nuestros escritores nacionales se pronunció con una advertencia insólita: “Señores, estamos engañados, somos imbéciles; se trata de un caso de plagio”. Terrible acusación.
Entre las razones para sustentar el supuesto plagio, después de comparar dos textos: “El diablo es puerco” de Lesly Natalia Jácome y “El monstruo de mi cuarto” del joven autor galardonado, se plantea que en uno de los textos hay un demonio y en el otro un monstruo, en ambos aparece la madre como tercer personaje y ambos se narran en primera persona.
Sí, así como lo leen. ¡Que se narran en primera persona! Es cuando pregunto: ¿En Colombia andamos tan mal, tan carentes de una crítica literaria seria, bien fundamentada y escrita con la cabeza y no con las segregaciones del hígado?
Primero, los dos textos, si bien abordan un tema común, el del abuso en el hogar, son escritos con intensiones narrativas distintas, con atmósferas diferentes, comparten sí una misma estructura que se basa en guardar el dato, la información escondida para la palabra final. Recurso utilizado por Julio Cortázar en “Las manos que crecen” o Jorge Luis Borges en “Hombre de la esquina rosada”, después de acudir a una estupenda elipsis. Su utilización puede crear un eco intertextual, una especie de vaso comunicante, un puente imaginario entre los diferentes textos, acaso; pero jamás servirá para justificar un plagio.
Cito algunas coincidencias notables en la literatura latinoamericana. “¡Y eran una sola sombra larga!”, escribe José Asunción Silva en su poema Nocturno. “Y eran una sola sombra, tambaleante”, escribe el inolvidable Juan Rulfo en uno de sus cuentos: No oyes ladrar los perros. Hay dos cuentos, El ahogado de Álvaro Cepeda Samudio y El ahogado más hermoso del mundo de Gabriel García Márquez, un mismo tema, dos cuentos completamente diferentes; el uno bastante cinematográfico y el otro en la desmesura del realismo mágico.
A veces los títulos de las obras se citan unas a otras y ese recurso que se conoce también como intertextualidad es un juego que enriquece los textos y produce ecos que jamás podrían llamarse plagios. Ejemplo: El discurso del método (René Descartes), El recurso del método (Alejo Carpentier).
Es más, un cuento puede originar otras maneras de ser contado, ocurre con Caperucita Roja que registra versiones distintas, basta para ello imaginar que el lobo es bueno o que quien cuenta la historia es el lobo y todo cambia. Entonces, sustentar un plagio en literatura no es un trabajo tan a la ligera, menos con argumentos peregrinos que no resisten el menor análisis.
Además, ensañarse así con un chico de 15 años me parece rufián y canallesco; más bien una posición inspirada por la envidia y el éxito ajeno. Palabras más, palabras menos, se plantea que el joven escritor ya tiene dos deudas en un sólo libro y se agrega: “Qué pesar con este muchacho. Tan joven y con esas mañas”. Duro, lapidario; así, como lo leen. Una sentencia de autoelegidos aduaneros de la literatura nacional, de censores implacables que, por supuesto, los lectores en el país no tenemos por qué compartir, más cuando quien lo plantea no lo hace desde un sustento teórico fundamentado.
Si paramos bolas a estos “críticos literarios” pronto tendremos que dejar de leer o escribir pues parece que exigen un grado de originalidad, una pureza estilística, una innovación en la metáfora, una renovación de la estructura y las formas de narrar que está más allá de la capacidad humana. Ignoran las palabras de ese viejo sabio que era Borges: “La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido”. La idea es concretar ese sueño a través de un poema, un cuento, una novela, y cuando un autor lo logra, digámosle gracias.
Hoy se habla mucho de “El monstruo de mi cuarto” (Miguel Ángel ya salió a desmentir a quienes lo acusan de plagio); pasará la ola como todo en la inmediatez de estos días que se van como la espuma, quizá para su autor vendrán otras escrituras, otros cuentos, y con el transcurso del tiempo podrá ver que el camino de las letras es hermoso, así abunden espinas y guijarros, ante lo cual debe estar prevenido, pues resulta inevitable.
Sólo un último dato, hice conocer mi inconformismo y mis razones a una de las personas que planteó el plagio y sólo recibí esta respuesta: “Pero qué imbécil resultó usted, escritor profesional”. Las dos últimas palabras me las escribió, claro, con sarcasmo. Luego procedió a bloquearme. Es de sabios callar, pero hay razones que es mejor expresarlas porque ilustran.