Por: Julián Bastidas Urresty
El 15 de junio de 2010 el gobernador de Nariño, Antonio Navarro Wolff, hizo sacar a la plaza principal de Pasto, la urna que -se dice- contiene los huesos de Agustín Agualongo. Su intención era rendir honores al miliciano pastuso, convertido en héroe por luchar obstinadamente contra los patriotas en las Guerras de la Independencia.
Ese día hubo misa solemne en la plaza principal con presencia de las autoridades cívicas, militares y del alto clero encabezado por el señor Obispo, que desfiló, no bajo palio sino bajo un paraguas pues llovía en la ciudad. En el centro de la plaza se levanta la estatua del general Antonio Nariño.
El gobernador Navarro, exmilitante guerrillero, con ánimo populista y en fragrante contradicción ideológica,sostuvo que se debía quitar la estatua del Precursor de la Independencia, traductor de los Derechos del Hombre, y en su lugar colocar la de Agualongo, el más realista de los pastusos, defensor a ultranza de Fernando VII, el rey más godo y absolutista de la corona española.
El culto a Agualongo nació en Pasto cuando fervorosos historiadores, unos versados y otros mucho menos, todos con gran amor a la tierra, lo situaron como paradigma de los militares pastusos que resistieron, es cierto con gran valor, a los ejércitos libertadores. Algunos, con argumentos más cercanos al fanatismo que a la realidad histórica lograron convertirlo en héroe valiente y victorioso. Su nombre lo lleva el más alto edificio de Pasto, un enorme puente, un barrio, un centro cultural y una escuela. Otros historiadores dicen que el rey de España le concedió el grado de Brigadier General de los Ejércitos Reales, y los más fanáticos afirman que venció e hizo llorar a Simón Bolívar. En fin, ¿son ciertas estas afirmaciones, es Agualongo merecedor de tantos honores? ¿es su osamenta la que reposa en la histórica iglesia de San Juan de Pasto?
Mediante archivos históricos se puede constatar que Agualongo no estuvo en las grandes batallas donde los pastusos, en apoyo al ejército español, vencieron al general Nariño cuando intentó entrar a Pasto, a Manuel Valdés en Jenoy, y pusieron en aprieto a Simón Bolívar en la batalla de Bomboná. Mientras se combatía en Bomboná, Agualongo hacia parte del ejército realista de Melchor Aymerich que fue vencido por el general Antonio José de Sucre, en Quito, en la batalla de Pichincha.
El nombre de Agualongo se hizo notorio a finales de 1822, al unirse al español Benito Boves y a Estanislao Merchancano para insurreccionar al pueblo pastuso, sobre todo indígena, traicionando el acuerdo de paz que tres meses antes había firmado Pasto con el Libertador en virtud de la Capitulación de Berruecos. Se levantaron sin atender la súplica de las autoridades civiles, religiosas y de las familias notables que se acogieron al gobierno republicano y se negaron a continuar la guerra. Hasta el alto clero rechazó la acción de Agualongo y sus amigos. El Vicario de Pasto, Aurelio Rosero, la calificó de “infame tumulto y criminal bochinche”.
Se puede afirmar que con este levantamiento termina la fase gloriosa de la lucha pastusa en defensa de sus convicciones y se inicia el más doloroso capítulo de su historia que traerá dolor a la población y ruina de la ciudad. El 24 de diciembre de 1822, para sofocar la sublevación, las tropas del general Antonio José de Sucre irrumpieron en Pasto con extrema violencia. En el informe oficial Sucre escribe que, al verse derrotados, Agualongo, Boves y Merchancano huyeron hacia Sibundoy abandonando la población que sufrió la crudeza de la represión patriota. Enemigos de Bolívar le culpan de haber comandado en persona esta acción olvidando que ese día se encontraba en Ecuador preparando el avance de la campaña Libertadora en el sur del continente.
En reciente conferencia, la señora presidenta de la Academia Nariñense de Historia, con base en la memoria oral, culpó a Agualongo de hacer fusilar a la heroína ipialeña Josefina Obando.
¿Fue Agualongo Brigadier General de los Ejércitos Reales?
Sobre los grados militares de Agualongo existe un documento del 19 de septiembre de 1819 donde consta que es teniente de milicias, es decir, civiles que en ocasiones apoyan al ejército regular. El máximo grado que concedieron los españoles a los valientes pastusos que defendieron la causa del Rey fue el de coronel de Milicias. En la batalla de Pichincha Agualongo actuó como capitán y cayó prisionero. Fue amnistiado y liberado gracias a su condición de “paisano”, dice el informe oficial.
El grado de General de Brigada de los Ejércitos Reales difícilmente lo alcanzaron altos oficiales españoles como Melchor Aymerich, Toribio Montes, que se alistaron en el ejército a los 15 años de edad, o Pablo Morillo, veterano de Waterloo, que lo hizo a los 13 años. Agualongo se presentó al regimiento de milicias de Pasto a los 31 años. Más adelante, cuando fue capturado, la Gaceta de Colombia del 25 de julio de 1824, informó que Agualongo “con otros cabecillas se había arrogado títulos militares”.
Agualongo venció a Bolívar?
Agualongo estuvo en triunfos menores. El más importante lo obtuvo ante el coronel Juan José Flores, arrebatándole unas 500 armas. Pero actuales “agualonguistas” afirman que su héroe también derrotó a Simón Bolívar. Sin embargo, la única vez que los dos se encontraron fue en la batalla de Ibarra, cuando, animado por el triunfo sobre Flores, Agualongo decidió tomarse la ciudad de Quito. El Libertador lo esperó con lo mejor de su ejército en la llanura en Ibarra, con la idea de acabar con los rebeldes que le impedían continuar su gloriosa campaña libertadora y le cortaban toda comunicación con Bogotá. El encuentro armado tuvo lugar el 17 de julio de 1823, en condiciones muy favorables a la caballería patriota. La impericia de Agualongo tuvo un precio muy alto al enfrentar, mal armado y con poca disciplina y estrategia, al experimentado ejército de Bolívar. Más de 800 pastusos quedaron muertos en el campo de batalla. En el ejército del Libertador se contaron trece muertos y ocho heridos. Entre los desaciertos de Agualongo ninguno fue tan costoso como éste. Talvez fue la única derrota, pero la peor debacle de los pastusos en las guerras de la Independencia.
El temerario Agualongo cometió otro grave error cuando llevó su lucha a Barbacoas, sin cerciorarse de las dificultades topográficas y climáticas de ese agreste territorio de la selva pacífica. Trató de apoderarse del oro allí almacenado por Tomás Cipriano de Mosquera para sustentar las finanzas del ejército libertador. En el combate, Mosquera fue alcanzado por una bala que le rompió varios dientes y el hueso maxilar cuyas astillas le quedaron incrustadas en la boca y le impedirán, de por vida, modular bien las palabras. De los hombres de Agualongo hubo 100 muertos, 150 fueron capturados y 36 oficiales fusilados, inculpados de incendiario. Agualongo emprendió el camino de regreso a su tierra. Vencido en Pichincha, en Ibarra y en Barbacoas, comprobó que le eran adversas las batallas que sostenía fuera de su territorio natal. Peor aún, el general José María Obando lo esperó en El Castigo, le apresó y le condujo a Popayán.
La entrada de Agualongo a Popayán atrajo la curiosidad de muchos curiosos que querían conocerlo, pero se decepcionaron al ver pasar a un hombre de piel cetrina y de muy baja estatura. Como si la raza indígena no fuera capaz de grandes logros, otro historiador afirma que Agualongo era integrante de la “realeza pastusa” y su apellido tenía origen italiano. Sin embargo, este apellido es frecuente en grupos indígenas del vecino territorio ecuatoriano, especialmente en la provincia de Tungurahua y en la población de San Luis de Agualongo.
¿Son los huesos de Agualongo los que reposan en Pasto?
Agualongo fue condenado a muerte por conspiración. El martes 13 de julio de 1824, se cumplió la sentencia. Ciento cuarenta años después, el eminente historiador pastuso Emiliano Díaz del Castillo fue a Popayán en busca de los restos de Agualongo que, según suponía, estaban depositados en la cripta de la iglesia de San Francisco. Cálculo incierto si se piensa que este lugar era destinado para inhumar los muertos de la alta jerarquía eclesiástica, de mártires de la patria y de las familias nobles de Popayán, entre éstas los Mosquera que tanto sufrieron por la grave herida que sufrió Tomás Cipriano en el ataque de Agualongo, tan sólo 43 días atrás. En dramáticas cartas enviadas desde Barbacoas, Tomás Cipriano dice a su padre que padece de continuas hemorragias y teme morir si no llega pronto el auxilio médico. Es entonces poco probable que el cadáver del indomable guerrillero indígena haya sido enterrado junto a los muertos de la alta jerarquía popayaneja, es decir, no serían los huesos que sacaron de la iglesia de San Juan de Pasto a la plaza de Nariño para rendirles homenaje.
Es innegable el gran espíritu guerrero de los pastusos defendiendo sus convicciones, una cualidad casi legendaria que Bolívar exaltó al llamarles los numantinos de América. Pero sobresalientes jefes pastusos como De la Villota, Zambrano, Santacruz, Nieto Polo, entre otros, fueron opacados y todo su valor lo concentraron los historiadores en un solo nombre: Agualongo. El mismo Estanislao Merchancano ha sido olvidado a pesar de que fue comandante de milicias, vencedor en las batallas de Jenoy y Bomboná.
El levantamiento de Agualongo fue fatal para los habitantes de Pasto pues sufrieron graves consecuencias. En este episodio murieron más de 2.000 pastusos, cantidad mayor a la suma de los que perecieron en todas las honrosas batallas anteriores, entre 1809 y abril de 1822. Agualongo siempre defendió la religión católica que creyó era atacada por herejes. Murió sin saber que dio su vida por Fernando VII, el peor monarca de España en todos los tiempos, el que tanto se opuso, con su política autoritaria y represiva, al establecimiento de las instituciones liberales.
Finalmente es importante señalar que no todos los pastusos fueron realistas y recibieron altas distinciones por combatir contra el yugo español. En la Quinta de San Pedro Alejandrino hay un pedestal en memoria de ellos: Prudencio España, Manuel Guerrero, Miguel de Santacruz, Custodio Rivera, Manuel Ortiz Zamora, Francisco Muñoz de Ayala, Dominga Burbano y Luisa Góngora.
Nota- Es evidente que este artículo no será del agrado de muchas personas de Pasto, pero lo expuesto está fundamentado en documentos veraces mencionados en mi libro “Salvador Jiménez, un obispo en las guerras de la independencia”.