Para aventurarnos a proferir una expresión de este paradójico o exagerado tenor, nos parece lo más indicado apoyarla en unos contados testimonios que los estimamos de la mayor credibilidad, por la categoría de los personajes de quienes provienen; y, por cuanto fueron testigos presenciales del más lamentado y lamentable desastre de que nos da cuenta la historia. Una batalla considerada la más cruel, sanguinaria e inhumana de cuentas se libraron en aras de nuestra independencia del yugo español.
Con esta finalidad, en primer término contamos con El Diario histórico del Estado Mayor General Libertador, suscrito por el general Bartolomé Salóm, correspondiente al día 8, escribe:
La división se empleó en recoger los heridos, fusiles, morrales, etc., en reunir los dispersos y en enterrar a los muertos.
Movimientos – Ocurrencias…
En este día supimos la pérdida total del ejército, que fue la de un General, un Coronel, seis Tenientes Coroneles, diez y seis oficiales y trescientos y siete soldados heridos, y un Capitán y ocho oficiales muertos y ciento siete soldados…
El General Manuel Antonio López, lo hace en los siguientes términos:
El Libertador se declaró vencedor, porque quedó dueño del campo, de las artillerías y de algunos heridos; pero para conseguirlo fue necesario superar muchos obstáculos, derramar mucha sangre, hacinar cadáver sobre cadáver y ostentar un lujo extraordinario de heroísmo…
Y agrega:
En los pocos momentos que restaban del crepúsculo, quedó reducido a casi un cuadro. La noche sobrevino y sus sombras salvaron aquella heroica división de una destrucción completa…
El General José María Ovando, nos hace partícipes de estas desgarradoras palabras:
En la mañana del día siguiente, se hicieron siete montones de cadáveres formidables, que se reunieron para quemarlos. Otro mayor montón de un batallón que hizo fuego a la altura de un derrumbe, han sido arrojados los cadáveres a la quebrada, y también otros que murieron cerca de esta misma en distintas partes…
Y concluye con esta afirmación:
Ambos combatientes perdieron la batalla; nosotros la fuerza, los españoles el campo.
Daniel Florencio O’Leary, nos hace la siguiente descripción:
La refriega fue sangrienta en extremo y la preciosa sangre colombiana corrió a torrentes… El libertador ocupó el campo de batalla no para celebrar el triunfo de Bomboná, sino para lamentar la preciosa sangre que había costado. La noche impidió la persecución y el estado lastimoso de la tropa la hizo imposible al día siguiente. La división de vanguardia, entre muertos y heridos, perdió dos tercios de su fuerza, y de estos, casi todos los jefes… Los realistas tuvieron pocos muertos y heridos durante el combate, porque peleaban detrás de trincheras; Pero cuando comenzó la retirada, los cuerpos se dispersaron y el Coronel García, entro casi solo en Pasto. No fue menor el estrago hecho en las filas del Vencedor…
Lo anterior, sin que echemos de menos el escueto reconocimiento que profiere el jefe realista, con estas expresiones:
En pocos momentos, los batallones Bogotá, Vargas y escuadrones de Guías, al mando del General Pedro León Torres, fueron masacrados y reducidos a la mitad por el fuego de metralla de los realistas que desde posiciones tan ventajosas disparaban sobre seguro y los cañones causaron el destrozo más sangriento, que los sensibles desmayarían al ver los cadáveres unos sobre otros… Esta acción fue y puede ser la más memorable que se haya dado en América, por la obstinación y constancia de uno y otro ejército.
No nos queda la menor duda, la suerte de la batalla de Bomboná fue objeto de las más funestas consecuencias: torrentes de sangre, desolación y muerte. Bien sabemos que, mediante no pocas y valiosas publicaciones se han hecho reparos y criticas; igualmente, se han suscitado controversias, en pro y en contra de los dos poderosos contrincantes, Bolívar y Basilio García. ¿Que hubo errores? Faltaba menos. Sobra decirlo, los generales y comandantes de los ejércitos son hombres de carne y hueso, al igual de los soldados que los conforman. Susceptibles, desde luego, de aciertos o equivocaciones; con mayor razón, si tenemos en cuenta las confusas circunstancias que ocurren en el trascurso tormentoso de un combate
La verdad de Perogrullo, en el sentido de que las batallas tienen inexorablemente vencedores y vencidos, nos trae a la memoria una sugestiva anécdota y su atinado comentario:
Se refiere, que cierta vez, un distinguido escritor pregunto a un general:
“¿Qué representa una batalla ganada?”
El general respondió: “Es una batalla que el ejército cree ganada “.
Esta frase ingeniosa es profunda: En la confusión, cuando los dos ejércitos están desorientados en medio del humo de los cañones, de la embriaguez de la muerte, en la batahola de la carnicería, hay un momento en que un ejército proclama: La victoria es nuestra.
Traemos a cuento esta anécdota, con una salvedad: en la batalla que nos ocupa y estremece, dichos contrincantes, uno y otro, se atribuyen y declaran la victoria
A nuestro parecer, no obstante la decisión de sus propósitos, en sometimiento y la libertad, el poderío y despliegue de sus fuerzas, los testimonios antes trascritos, nos inducen a expresar que, en últimas, Bolívar y Basilio García fueron los vencedores de un desastre, de un gran desastre, tan lamentado como lamentable.
Si incurrimos en una exageración o en un despropósito, para el logro de mayores y mejores luces, contamos entre otras, con las obras galardonadas de los historiadores Nemesiano Rincón, Guillermo Narváez Dulce, Jaime Ovando, Achicanoy; con ponderadas páginas del maestro Ignacio Rodríguez Guerrero y Emiliano Díaz del Castillo; y con la muy documentada obra titulada Campaña del Sur – 1822 – Bomboná Pichincha (Bogotá, 1972), del mayor del ejército colombiano José Roberto Ibáñez. Se trata, de una seria investigación, profusamente ilustrada con gráficas y mapas que facilitan, de manera objetiva, la mayor compresión de lugares, posiciones y recorridos de los ejércitos actuantes en tan intrincada conflagración.
La batalla de Bomboná, con tan nefastos resultados, ha concluido, envuelta entre las sombras de la noche, de la confusión, la desesperación y del fracaso. Se refiere que tuvo lugar en un día domingo de Pascua que, a la postre, resultó en un domingo floreciente de sangre y de muerte. Llegada la noche, acallado el estrepito de las detonaciones de fusiles y cañones, la luna ilumina un campo de batalla en ruinas, colmado de cadáveres y heridos; mientras el volcán Galeras, antaño llamado Urcunina, “montaña de fuego”, luego de haber padecido los más duros golpes que repercutían en sus entrañas, prosigue “la guardia postrera” de su heredad terriblemente maltratada.
Nada más que lamentar, el alcance de un triunfo rotundo, se había escapado de las manos férreas de los dos ejércitos enfrentados.
Está, a grandes rasgos, la batalla del ayer lejano, que ahora recordamos. Hoy, cuando vivimos y padecemos otra suerte de batallas que nos atormentan y comprometen para que no seamos indiferentes a la realidad; ni muchos menos, ajenos, ni inferiores, a nuestra tradición de un pueblo inteligente y emprendedor, altivo y fuerte.
Fiel al imperativo categórico de nariñense integral y devoto de nuestra historia, así lo deseamos y así lo queremos.
VICENTE PÉREZ SILVA
Angasnoy (Refugio del cóndor), 1 de abril del 2022.
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