Por: José Luis Chaves López
Así comenzó el abuelo esta historia para sus nietos. Anteriormente y en muchas ocasiones él les había contado cuentos, pero esta tarde parecía especial pues nunca había iniciado de esta manera. Con ojos de sorpresa y ansiedad, Sarah volteó a ver a su hermano. Con la mirada lo interrogaba, algo pasaba, pero él estaba igualmente sorprendido y no sabía qué sucedía. Apenas la niña iba a abrir la boca para preguntar por qué hablaba en pasado y ya el abuelo colocaba el dedo sobre sus labios para indicarles silencio. Así que por lo pronto, aunque la ansiedad los recomía debían guardar silencio.
“Hubo una vez…”
Los dos o tres segundos que el abuelo demoró en continuar su narración a los chicos se les hicieron eternos. Por fin continuó,
“…un extraordinario animal, que se llamó Jukumari. Grande, fuerte, de hocico corto y cinco dedos en manos y patas con garras largas y filosas.”
Volvía a hablar en pasado.
Para este momento, la imaginación de los niños ya volaba, pero no podían hacerse una idea sobre lo dicho por el abuelo. Les encantaba ver los transformers, pero esta descripción no correspondía con nada que vieran en películas de ficción.
El abuelo continuó, “Lo que lo hacía especial era la presencia de manchas blancas o amarillentas alrededor de los ojos.”
Ah, por fin. Con esa descripción semejaba un oso de anteojos. Pero, y ¿por qué el abuelo hablaba en pasado? Sarah se atrevió a preguntar, aunque no lo hizo sobre el tiempo:
“¿Por qué se llamó así, abuelo?”
“Jukumari significa en lengua de los Pastos el ‘espíritu de los Andes.” Respondió el anciano.
El abuelo siguió diciendo:
“Era un animal solitario, le gustaba tanto estar en el suelo como trepar a los árboles, su cuerpo, de lejos, se parecía al de los gorilas y los grandes chimpancés. Por eso, en muchas comunidades de los bosques andinos se originaron mitos y leyendas que contaban de ‘hombres salvajes peludos que vivian en la selva’. Ya se pueden imaginar la impresión que causaba en las gentes. Y desafortunadamente esa impresión fue el origen de sus males.”
La intriga era aún más grande. ¿Hacia dónde iba la historia? Para este momento, los niños escuchaban con los oídos y con los ojos, pues no le perdían respiración a su abuelo. Y, extrañamente su respiración era pesada y ´gruesa´. No sabían qué pensar. Pero…, ¿por qué se demoraba tanto en continuar? Querían saber todo sobre esa creatura y querían saberlo ya.
“Para los indígenas era un animal totémico. Lo respetaban y lo veneraban porque él protegía el lugar donde vivía la tribu cuando marcaba su territorio y, por eso, otros animales no se atrevían a entrar”.
Para este momento, la narración del abuelo ya no era un cuento y los niños así lo percibieron. Ahora podían preguntar y saber más. Sarah lo hizo de nuevo:
“¿Abuelo, pero por qué le tenían miedo y lo empezaron a perseguir? El oso no ataca a las personas, al contrario, huye de ellas, entonces ¿por qué?”
Con expresión triste y melancólica, como quien recuerda tiempos felices pero lejanos, el abuelo mirando a través de la abierta ventana que daba al bosque respondió:
“La ignorancia y el miedo sin razón de ser de las gentes hizo que empezaran a perseguirlo. Se le consideraba un peligro y una ‘plaga’. Otros lo hicieron por ‘deporte’ e incluso por superstición, pues creían que sus garras posían propiedades medicinales. Jukumari se adentró cada vez más en el bosque y hasta cambió de alimentación y se tuvo que volver omnívoro. Ese fue el principio de su fin. No se pudo adaptar y sus crías comenzaron a morir muy jóvenes. Por cada año que pasaba eran cada vez menos. Prácticamente había desaparecido”.
Los niños ya ni siquiera parpadeaban. La expresión del abuelo los conmocionaba y sentían que estaban a punto de presenciar un evento extraordinario. Lo veían diferente. No podrían explicarlo pero lo percibían grande y poderoso, incluso su rostro había cambiado. ¿Había manchas amarillentas alrededor de sus ojos?
Cerca ya de caer la noche y después de un profundo silencio, el abuelo continuó:
“Pero Jukumari no puede desaparecer, el espíritu de los Andes no puede morir. La leyenda dice que en noches como esta de hoy asume otra apariencia, llena de años y sabiduría.”
Para este momento, la expresión del abuelo era totalmente diferente y las manchas alrededor de sus ojos eran ya visibles pues estaban muy marcadas, dándole a su cara un aspecto solemne y misterioso.
Rompiendo el silencio en que habían quedado un gruñido de oso se escuchó en el bosque y el abuelo se levantó como si lo hubieran sacudido. Al ponerse de pie era gigantesco y los niños no recordaban haberlo visto así. Se quitó la chaqueta, de un salto se trepó a la ventana y volviendo la cara hacia los niños se despidió:
“Recuerden siempre cuánto los quiero. Un día ustedes me reemplazarán, las leyendas no pueden morir.”
Dio otro salto, cayó en el prado detrás de la casa y corriendo a cuatro patas se adentró en el bosque. Retumbaban sus palabras, “las leyendas no pueden morir. De ustedes depende que no mueran”.