Compre la orquesta

Por: Camilo Eraso

 

Al igual que otros avances tecnológicos, la televisión llegó a Pasto varios años después que al resto del país. Por los años sesenta del siglo veinte, las diversiones familiares consistían en juegos de cartas, dominó o perinola. Era usual sintonizar las radionovelas de turno, los noticieros y los conciertos de grupos musicales o cantantes en los radio teatros.

Francisco “Pacho” Muñoz, popularmente conocido como el Tío Pachito, llegó a la radio por accidente. Por su locuacidad, ingenio y creatividad se ubicó, en corto tiempo, como uno de los locutores más populares, llegando a inesperados niveles de audiencia.

Tuvo su primer trabajo como auxiliar de equipos, encargado de trasladar e instalar micrófonos y cables para las transmisiones radiales remotas. Una tarde de domingo, en ausencia del titular, el director le ofreció el reto de relatar el partido de fútbol. Desde ese momento, se convirtió en narrador deportivo y luego, en lector de noticias, presentador de musicales y animador de programas.

Dedicó sus espacios radiales a dos actividades principales: la realización de franjas musicales que atendían solicitudes de los oyentes por un lado, y la conducción de programas infantiles de variedades y concursos por el otro. En mi niñez, no me perdía sus programas. Incluso llegué a participar en algún concurso y me gané un bono de la Librería Bolivariana.

El comienzo musical del Tío Pachito fue difícil, porque no tenía conocimientos de géneros, compositores, intérpretes y canciones modernas; sus nociones se limitaban al estrecho marco de melodías y ritmos campesinos de Pupiales, su pueblo natal. Cuando se veía a gatas en los diálogos con los oyentes, el técnico de la mesa de control era su consueta. El Tío Pachito con presteza se apropió de su papel y aprovechó esta experiencia como trampolín para crear “Tardes Dominicales”. Este espacio, difundido por la emisora Ecos de Pasto, presentaba a grupos artísticos de los pueblos en el Teatro Javeriano, que hace parte del colegio en donde estudié toda la vida. El programa lo catapultó a la fama por la inmensa audiencia entre los municipios del departamento. Su popularidad a nivel local era algo parecido a lo logrado por Pacheco con sus programas nacionales de televisión.

Los programas eran divertidos y el Tío Pachito siempre nos sacaba una sonrisa con sus apuntes graciosos.

En un acercamiento de la televisión nacional a las regiones, en los años ochenta del siglo pasado, llegó a Pasto el programa-concurso “Compre la Orquesta”, presentado por Pacheco. El programa se emitía el domingo a las ocho de la noche, en la franja de máxima audiencia. El concursante recibía una suma de dinero; en cada turno seleccionaba y compraba un instrumento que tocaba las cinco notas iniciales de la canción; el participante debía descubrir el nombre de la pieza musical. Así continuaba con la compra de instrumentos hasta acertar con el título de la canción o hasta agotar el dinero recibido. Al atinar, caían serpentinas, confeti y bombas multicolores en simultánea con la interpretación por toda la orquesta. El ganador se hacía acreedor al dinero que tuviera en su poder en ese momento. Al agotar el dinero recibido, el competidor quedaba eliminado, recibía un premio de consolación y cedía el turno al siguiente concursante.

Los productores llegaron a la ciudad para preparar el programa. Tenían que escoger el teatro, la orquesta y, en especial, los concursantes. El director de producción se reunió con la gerente de la oficina municipal de cultura para hacer una lista de teatros, examinar sus características y determinar aquel que cumpliera con los requerimientos del concurso. Visitaron las instalaciones de los tres finalistas y escogieron al Teatro Imperial, porque además de tener un número apropiado de sillas, poseía un escenario amplio para la orquesta  y una arquitectura con dos pisos de balcones, similar a la del Teatro Colón de Bogotá.

El director musical, con la asesoría de los directivos de la Banda Departamental y la oficina de cultura, revisó la lista de las agrupaciones musicales más destacadas. La mayoría eran conjuntos pequeños que no cumplían con el requisito de una orquesta completa, esto es con instrumentos de cuerda, viento y percusión. La única que calificó fue El Alma Nariñense. Después de escucharla tocando en una fiesta de matrimonio, hicieron contacto con su director, Nohoro Bastidas, para contratarlo.

Realizaron un casting para escoger a los tres concursantes entre personajes representativos y reconocidos por la ciudadanía. Esta selección era clave para la publicidad y la audiencia del programa. Seleccionaron al líder político del partido mayoritario, a la reina del carnaval de negros y blancos y a un representante de los medios de comunicación. El asistente del director visitó al Tío Pachito: iba a tener el honor de ser uno de los concursantes y le expresó que esperaba contar con su participación.

─Gracias joven, qué honor. Pero vea, a mí las cámaras me generan pánico, nunca he salido en televisión y me da miedo quedar en ridículo ─el Tío Pachito, entre sorprendido y asustado, apenas podía balbucear─. Déjeme pensarlo y consultarlo con la familia. Venga mañana para darle mi respuesta.

Al llegar a casa, Luz Marina, su esposa, notó algo extraño en su semblante. Le preguntó si le pasaba algo y el Tío Pachito se limitó a contestar que tenía una noticia para compartir con la familia durante la cena.

A medida que iban llegando, Luz Marina les decía a sus hijos que Francisco tenía algo para comentarles en la noche, que debía ser importante porque lo notaba preocupado. Todos quedaron en suspenso y, durante el resto de la tarde,  tratando de adivinar.

Al sentarse a la mesa, Mónica Patricia, la hija menor le dijo:

─Papá, nos tienes intrigados. Cuéntanos de qué se trata.

El Tío Pachito carraspeó, paseó su mirada uno a uno por su esposa e hijos y, cuando la tensión llegó al máximo, les dijo:

─Hoy fueron a la emisora para hacerme una propuesta y no he podido decidir si la acepto o no ─miro a cada uno a los ojos─. Les pido su consejo.

─Papi, suéltalo de una vez porque no aguanto más esta angustia, −dijo ansioso el hijo mayor.

Pachito se quedó unos segundos en silencio, tomó unos sorbos de agua y prosiguió:

─Me invitaron para participar en el programa de televisión Compre la Orquesta que van a emitir, en directo, desde el Teatro Imperial dentro de dos semanas ─se levantó y puso las manos sobre la mesa─. Uds. saben que siento pánico al frente de una cámara y no quiero hacer el oso nacional pero, de otra parte, es una oportunidad para hacer conocer mi nombre a nivel nacional. ¿Qué opinan?

─¡Bravo! ¡Púchicas!- gritaron todos. −Mi marido al lado de Pacheco en la televisión. ¡Será lo máximo! −agregó Luz Marina entusiasmada.

Al saltar, casi tumban la lámpara del comedor. Le dieron abrazos y besos de felicitación. Fue un espaldarazo grupal.

El Tío Pachito se sintió apabullado y orgulloso por el apoyo entusiasta de su familia.

─Dios les pague. Me convencieron. Mañana le diré al joven de la televisión que acepto. ─Pachito miró fijo a su esposa─. Por ahora, mujer, dame una agüita de toronjil.

Al final de la cena, levantaron los vasos de jugo y brindaron por la decisión. Libardo, el hijo mayor, tuvo la idea de pedir prestada la cámara de un amigo para hacer simulaciones del concurso, revisar los videos y corregir. Además el ejercicio ayudaría para que su padre le perdiera el miedo a las cámaras.

El Tío Pachito le contó al director de la emisora, quien lo felicitó y le agradeció porque el nombre de la estación de radio aparecería en televisión, lo cual sería publicidad gratuita.

El futuro concursante, acompañado por su familia, fue al almacén Valher, de la esquina del parque principal, y con la asesoría de su propietario y algunas sugerencias de los productores del programa, compró una pinta completa: vestido azul oscuro, camisa blanca y corbata roja con azul. Una combinación estudiada para destacarse ante las luces y las cámaras.

En las noches, dos veces en la semana, simulaban un programa en donde uno de sus hijos hacía de camarógrafo y la hija menor dirigía la actuación, las poses y el tono de voz. Después, entre todos comentaban el video y sugerían aspectos por mejorar. El Tío Pachito tomó confianza, se sintió más seguro, a tal punto que esperaba ansioso el día para estar en la televisión.

Una comitiva numerosa de la programadora llegó a la ciudad con un cargamento de equipos. Armaron la escenografía y montaron los sistemas de video, sonido y luces. Con el teatro equipado, llamaron a los concursantes para hacer una prueba, a puerta cerrada, con el fin de identificar las fallas y dar  pautas a los participantes.

La asesora de imagen invitó al Tío Pachito a pasar a la sala de maquillaje.

─Mire señorita, yo soy muy macho, a mí no me van a maquillar. ─comentó indignado el Tío Pachito─. Eso está bien para otro tipo de personas. Yo no me dejo embadurnar con porquerías.

La asesora, con paciencia, le explicó que no era el tipo de maquillaje que le aplicaban a las mujeres o a las reinas. Se trataba de algo discreto, en especial para evitar el brillo de la piel y asegurar la apariencia del peinado.

El Tío Pachito aceptó a regañadientes y advirtió que no le fueran a aplicar colorete o rubor en las mejillas, porque quería aparecer tal como era en su vida diaria. El concursante estuvo atento y concentrado durante el simulacro. En su turno, tan pronto como sonó la melodía, acertó el título con el tercer instrumento. Se hubiera ganado cuatrocientos mil pesos, que para ese entonces era una cantidad nada desdeñable.

Al terminar la prueba, fue a la emisora para realizar el programa infantil de la tarde y comentó al personal técnico y al director el buen resultado. Se veía sonriente, calmado, tranquilo, con su temperamento habitual. Recibió contento las felicitaciones de sus compañeros y jefes.

Durante la cena de ese día, respondió las preguntas de sus hijos ante los oídos atentos de su esposa; describió los pasos del programa y contó que al escoger el clarinete, como tercer instrumento, la orquesta interpretó las primeras notas de la Pollera Colorá, cuyo título acertó.

En los días siguientes continuó con las actividades cotidianas y en las noches mantuvo los ensayos con sus hijos, quienes le daban consejos y le sugerían aplicar su malicia para la selección de los instrumentos.

Llegó el anhelado día. Era una tarde oscura y helada, que hacía contraste con el calor del público que abarrotaba el teatro. Reservaron asientos en la primera fila de platea para los tres concursantes y sus familiares. Las boletas se entregaron por medio de rifas entre los compradores de la mayor cadena local de supermercados.

Yo pasaba una temporada de vacaciones universitarias en la ciudad. Por conocerlo desde mi niñez, y por admirar su tesón y espíritu de superación, conseguí boleta para asistir al concurso.

En primer lugar concursó la reina, ataviada con traje largo de fiesta cubierto de lentejuelas y canutillos. Por solicitud del público, hizo un corto desfile por el escenario. Su participación no resultó exitosa porque entre los cinco instrumentos que seleccionó, ninguno llevaba la melodía. Con el acompañamiento y la percusión se podía llegar a descubrir el ritmo, pero era imposible acertar el nombre de la canción. Sus intentos por adivinar fueron fallidos. Apenas se le acabó el dinero, volvió a desfilar, pero esta vez hacia la salida.

Al Tío Pachito le correspondió el segundo turno. En el escenario, saludó a Pacheco y después de hacer una venia y levantar sus manos, para animar al público, se ubicó frente del micrófono asignado al concursante. Pacheco le hizo algunas preguntas sobre su profesión, sus actividades principales y sus programas de radio. El Tío Pachito respondió con seguridad; al final de la corta entrevista Pacheco lo llamó colega y le dio un abrazo. Enseguida le entregó seiscientos mil pesos, le preguntó si tenía dudas sobre la mecánica del concurso y Pacheco dio inicio a su participación.

Pacheco informó que el primer instrumento era cortesía de Compre la Orquesta y por tanto no tenía costo. El Tío Pachito miró a los músicos tratando de adivinar, por la expresión del rostro, quién llevaba la melodía. El público -a gritos- le sugería uno y otro instrumento. El concursante se agachó, con la cabeza entre sus manos, pensó por unos segundos y escogió el órgano, interpretado por el director de la orquesta.

El órgano dejó escuchar las primeras cinco notas de una canción colombiana muy conocida.

Pacheco le solicitó:

─Tío Pachito, dígame el título de esa canción. Es muy fácil. Creo que toda Colombia lo conoce ─añadió Pacheco, tal vez para presionarlo y acelerar su respuesta.

El público se puso de pie y empezó a aplaudir, estaban seguros que el Tío Pachito iba a ganar todo el dinero.

─La Guabina Chiquinquireña ─respondió el Tío Pachito, mirando al público.

Del público salió un “uy nooo” generalizado que invadió el teatro. Pacheco, sorprendido, le dijo:

─Tío Pachito, entrégueme cien mil pesos y escoja el siguiente instrumento.

El público le decía el nombre de la canción, pero era tal la algarabía que no se podía entender lo que decían. El Tío Pachito posó su mirada en el animador del programa y le dijo:

─Usted es Pacheco y yo soy Pachito o sea que somos casi tocayos; los dos somos presentadores de programas. Tiene que ayudarme─. Luego, mirando a los ojos al intérprete, escogió la flauta.

Pacheco, con tono alegre y entusiasta, respondió a la solicitud de Pachito y ordenó:

─Que toque toda la orquesta para darle gusto a Pachito. Voy a ayudarle para que se gane el premio.

La orquesta completa interpretó las cinco primeras notas de la canción. Pacheco, casi retándolo, agregó:

─Tío Pachito, le regalé toda la orquesta para que acierte y se lleve ese montón de plata.

El Tío Pachito miró a los músicos, puso sus ojos en Pacheco, luego miró al público que gritaba de forma ensordecedora y contestó:

─¡El bunde tolimense!

Pacheco se agarró la cabeza con las dos manos, levantó los ojos al cielo y comentó:

─No puede ser, Tío Pachito. Es imposible que no conozca el nombre de esta canción tan popular. Deme otros cien mil pesos y le hago sonar toda la orquesta, ya no solo con las cinco primeras notas, sino con la canción completa. ¡Que suene toda la orquesta!

Los músicos interpretaron los primeros treinta segundos de la canción. El público de pie, gritaba desesperado. Entre ellos había quienes se reían a carcajadas, una señora se agarraba de los pelos con los ojos desorbitados. El Tío Pachito, impasible en su puesto, mostró tranquilidad y replicó:

─Antioqueñita

Pacheco con cara de asombro le pidió otros cien mil pesos. Volvió a hacer sonar la orquesta completa; la escena del desacierto se repitió hasta que al concursante se le acabó el dinero y  quedó eliminado.

Pacheco le preguntó al público el nombre de la canción y mil personas, al unísono, gritaron:

─¡Campesina santandereana!

Al salir del teatro, en medio de empujones, me acerqué y le pregunté:

─¿Tío Pachito, cómo fue posible que no supiera el nombre de una canción tan conocida?

A lo cual, el Tío Pachito, de manera pícara, me respondió:

─¡Pero joven, claro que yo sabía el nombre de la canción! Lo supe desde que sonó el órgano, ─ante mi cara de sorpresa, continuó ─pero no quise decirlo, ¿sabe por qué? ─Yo no tenía ni idea, me parecía un desacierto. ─Pues,  porque quería aparecer en televisión el mayor tiempo posible─.

»¿Les parece poco que por seiscientos mil pesos toda Colombia sepa quién es Francisco “Pacho” Muñoz? Logré tener diez minutos de imagen en primer plano, en el horario de mayor audiencia, por esa pequeña suma de dinero.

¿Qué pasó después? Las personas especulaban sobre lo sucedido. Algunos decían que fue producto de los nervios ante las luces y las cámaras. Otros rodaron el chisme de que Pachito lo hizo a propósito, para ganar imagen en televisión. Este rumor tomó tal fuerza que la astucia del Tío Pachito se volvió motivo de admiración, quien luego confirmó la jugada en una entrevista para una revista nacional de farándula. Nunca supe si el tío Pachito logró ganar más dinero con esta estrategia, pero con seguridad ganó más popularidad.

Camilo Eraso – Junio, 2021

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