José A. Galán: ¿Un traidor?

Refundida en letras menudas, y casi oculta, figura en la Historia Extensa de Colombia, página 257, tomo IV, una carta escrita por el charaleño dirigente Comunero y considerado como “un arrogante criollo, reputado entre la muchedumbre rebelde como un hombre de mucho animo, consagrado por plebiscito espontáneo y autentico como capitán- comandante”.
Su leyenda dibuja las páginas de los textos de historia y su figura arrogante y enhiesta acompaña siempre la creación de una leyenda mítica que sobrepasa los límites de la condición humana. Intransigente, indomable, de carácter fuerte y recio; era, sin duda alguna, el hombre destinado por la historia para sellar con broche de oro la magna empresa de la libertad americana.
Se le encomienda, por parte de Berbeo, la misión de capturar y eliminar al regente Gutiérrez de Piñeres. Al respecto expresa Enrique Caballero Escobar (Lecturas Dominicales El Espectador – abril 18 de 1993) que “la presa no era difícil. El regente encarnaba el mando supremo, la contraparte del pueblo, el malo de la película, el ganglio infartado de la nación. Parecía –y lo era en esos momentos- muy fácil apresar y aun ejecutar al fugitivo sin escolta, al personaje en quien se polarizaba la odiosidad de los vasallos extorsionados e indignados. Cortar la cabeza equivalía a obtener la victoria o, por lo menos, a casar la guerra en grande. Por el contrario, dejarle ir río abajo fue el error que aseguró la implacable reacción de las autoridades españolas. Para cogerlo vivo o muerto sólo bastaba un pequeño escuadrón volante. Y un hombre resuelto…”. Y ese hombre era José A. Galán, por lo menos todo indicaba que él lo era.
El mismo Caballero Escobar expresa en la nota ya citada y referenciada que “No hay ruido más funeral que el del bronce de una estatua que cae”. Pues bien, eso es lo que acontece con Galán, quien, como escribimos al comienzo de esta pequeña crónica, envía una carta a doña Ignacia Bodega en la cual le solicita el envío de unos aditamentos personales como un “sombrero de primera, una buena redecilla y mis pañuelos finos…”; y enredada entre estas peticiones una soslayada misiva dirigida a su supuesta presa, al regente Gutiérrez de Piñeres, advirtiéndole sobre la tarea que se la ha encomendado y sugiriéndole vías de escape para que él no pueda llevar a cabo su misión sin que sobre su cabeza pese el estigma de la traición a la causa comunera.
Las recomendaciones de Galán a Piñeres no pueden ser más explícitas: “Repito a vuestra merced una prevención: que Usía no se vaya para abajo, si sigue, pues tiene mucha gente en contra. Se ocultará como digo, y luego seguirá su destino, hablando, si quiere usted, conmigo a solas…” ; “Suplico a usted que me haga el favor, por nuestro amo y señor y por mi Señora del Socorro, se retire, aunque sea en una montaña debajo de la tierra, por evitar alguna ruina que pueda padecer esa villa y vuestra merced, si lo encuentran los comuneros, y esto sin que lo sienta la tropa, para que a mí no me sobrevenga nada….”. Bien lo expresa Caballero Escobar “Ternura con la tropa ignorante, vale decir, con el pueblo iluso, es lo que produce esta cadena de traiciones”.
Posteriormente José A .Galán es traicionado por la Iglesia, en cabeza del arzobispo Antonio Caballero y Góngora, quien irrespeta y desconoce las capitulaciones firmadas como parte de un armisticio.
Lo cierto es que la historia de Colombia está llena de imprecisiones que se repiten maquinalmente una y otra vez en los textos escolares y especializados. Compartimos el criterio de Caballero escobar cuando expresa que “si Berbeo se hubiera adueñado de esta misiva repugnante habría tenido que fusilar a Galán sentado sobre un tambor, con su sombrero de primera, su redecilla y sus pañuelos finos”.

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