Por
Omar Raul Martinez Guerra
Y no era que no le gustara la canción. Eso no es ni será posible en quien haya nacido entre las montañas de Nariño, ni más faltaba. Más bien se lamentaba el cómo, en unos 200 años de historia republicana, no hubiésemos sido capaces de inventar una alternativa. Así, mientras en la costa del Caribe pasaban del paseo al porro y de éste a la cumbia, luego al vallenato, con excepcional brillantez, que en los años sesenta pusieron a bailar al mundo entero con la Pollera Colorá, nosotros en el sur no éramos capaces de componer al menos una segunda Guaneña.
Fue un lamento previo a la reunión del comité directivo en el INEM en un día decembrino de los años ochenta, proferido por Alfredo Paz Meneses, su rector (qepd). Podía sonar cuestionable, pero Alfredo era un hombre amante de la música, promotor de la cultura regional y creyente sin igual en el poder innato de la educación como la formula sobrenatural para explorar y capitalizar las virtudes latentes de los niños y las niñas, no solamente para convertirles en ciudadanos integrales sino en artistas y humanistas, en científicos, en creativos y creadores. Eduardo Galeano, el escritor uruguayo, decía que en América Latina morían anualmente miles de poetas, músicos y genios sin saber en vida que lo eran. Todo por culpa de la execrable impunidad con la cual las élites han manejado sus países, en donde el tesoro nacional en cada uno ha sido esculcado siempre por ladrones ilustrados de cuello blanco, hoy menos ilustrados, pero más ladinos.
Por decir algo, amaba su oficio de educador tanto como cuidaba de los jardines y sus flores, sus prados y pasadizos, sus ventanas y pabellones, con un celo absoluto e inigualable: tanto quería la presencia de los árboles y parques limpios y floridos, pretendiendo extender su pasión a la ciudad de Pasto como presidente del Club de Leones, algo menos posible que en el mismo INEM, en donde era el jefe. No todos sabían que, al lado de su personalidad recia y exigente como ninguna, – lo cual no lo exoneraba de algunas malquerencias- existía el alma de un ser humano comprometido con el bienestar de la gente en su trabajo desde las aulas.
Previo a la formal y aburrida agenda del susodicho comité, lanzó su retadora lamentación:
- Escuché una canción esta mañana, más o menos a las 4 a.m., fascinante. Tan fascinante que volví a un desvelo de siempre: ¿porque los costeños del Caribe componen tanta música alegre y hermosa todas las semanas, y en cambio nosotros solamente tenemos La Guaneña?
Quiso darnos el nombre de la canción, pero no lo recordó. Venciendo el amistoso protocolo, llamó directamente a su casa, para preguntarle a la empleada de su casa, una avispada mujer de Tumaco o Barbacoas, no lo recuerdo.
- Ole, Colombia, (ese era su nombre) ¿cómo se llama esa canción que oímos esta madrugada?
- El mochuelo, doctor
¡Si, El Mochuelo!
“En enero Joche se cogió, en enero Joche se cogió
un mochuelo en las montañas de María
Y me lo regaló no más, para la novia mía…”
Sobra decir que necesitamos de ciertos días para escucharlo, porque no había otra manera. Realmente una tonada espectacular, preciosa, única, propia para las fiestas decembrinas y de las dos o tres décadas siguientes, regalada al mundo por Otto Serge y Rafael Ricardo. https://www.youtube.com/watch?v=bFbu93JjpWY
Desde entonces quedé con la misma inquietud de nuestro extraordinario amigo, no superada cuando escucho toda cuña publicitaria sobre ungüentos, eventos o almacenes; todo mensaje radial sobre políticos en campaña; todo preliminar al noticiero local, todo gol del Deportivo Pasto- hoy en día en Facebook o Instagram- cuya cortina musical o jingle no sea la Guaneña.
La Guaneña, el himno majestuoso de un llamado a la ofensiva, nos identifica en el más lejano punto del planeta. Escucharla en cualquier país distinto a Colombia, entre más remoto, mejor, es motivo justificado para revivir la nostalgia y desgranar el llanto, porque simboliza el motivo más profundo de nuestro arraigo a una tierra andina y de volcanes. Más que el Himno Nacional o al Departamento. Aparte de todo y para mi gusto, la versión del maestro pamplonés Oriol Rangel es la mejor de todas, una maravilla colosal, aunque no la más conocida ni menos la más replicada. https://www.youtube.com/watch?v=9XIAsZIAKjE
Esta identidad solo se mantiene en Nariño. En la misma costa atlántica no ocurre igual, no existe una canción imperecedera. Tampoco en Bogotá, en donde los clásicos bambucos de la añoranza santafereña existen casi solamente en los viejos acetatos de Long play y 78 revoluciones. Sería ridículo creer que los jóvenes capitalinos sepan de El Cuchipe o El Cucarachero. Quizás sea un poco parecido únicamente en el Tolima, en donde el himno verdadero es el Bunde Tolimense, compuesto en el siglo veinte. Pero es una exaltación al amor territorial, en tanto que la Guaneña es además de lo antes dicho, un cántico al combate, surgido en el alma de las guerras extraviadas entre las fuerzas criollas y las libertadoras, que imagina una valerosa campesina vestida de ñapanga, animando y celebrando las indoblegables tropas realistas.
Nariño tiene una fama nacional de ser tierra de músicos. (“como, ¿usted es pastuso y no toca la guitarra”?) algo, que no está fuera de la realidad. Pero a diferencia de lo ocurrente en el Caribe, ésta, la guitarra, es el instrumento por excelencia. Mi amigo Chucho Naspirán cautivó a centenas y centenas de docentes y de estudiantes en incontables previos a seminarios y talleres del Ministerio de Educación, por el pais entero. Con su voz y su guitarra, llevado por un soñador y hacedor portentoso, Luis Ángel Parra Garcés, quien convenció a las Naciones Unidas que la drogadicción era un problema prevenible si se echaba mano del amor por la vida y una educación integral en donde la música era parte sustancial de la creatividad prodigiosa.
En la Costa pasaron al acordeón y al dominio del tambor, con gran versatilidad, aunque no siempre con igual fortuna, como puede verse o escucharse en los gritos lastimeros de vallenatos advenedizos, aunque muy solicitados. En Nariño hay un historial de buena música y consagrados artistas (Faustino Arias y su Noches de Bocagrande; Maruja Hinestrosa y el Cafetero, más las interpretaciones de Bolívar Meza y su Ronda Lírica con El Minanchurito, El Cachiri y muchas más.) primando el bambuco, el pasacalle y el inmarcesible bolero. Pero la vida de la Guaneña es eterna.
Sin embargo, la pregunta sigue vigente. ¿por qué no logramos construir nueva música con expansión en el tiempo y en el espacio como alguien muy anónimo lo hiciera en tan lejanos tiempos?
En honor a la justicia, pensaría que lo más aproximado a una nueva canción, digamos alternativa, lo fue la de Raul Rosero, dedicada a Pasto, y pare de contar. Es una opinión estrictamente personal.
“Valle de Atrìz,
Mirando al mar, ´
Porque Colombia empieza aquí,
Te quiero más.”
Lo anterior contrasta con el extraordinario desarrollo musical de las nuevas generaciones, con creaciones y adaptaciones de mucha calidad y ensueño, pero de manera alguna con el impacto de cuanto se consideraría como un éxito estelar. Allí están los jóvenes, Lucio Feullet, Bambarabamba, Trigo Negro…No puedo hablar del maestro Eddy Martinez, un fuera de serie en el mundo del piano, el jazz y la salsa. Eso es otra cosa.
La Guaneña va en las venas de quien nace en el Nariño andino, está sentenciado. La calidez de las tonalidades se mantiene por los años de los años, favorecido talvez por la propia idiosincrasia, proclive al buen romance, a la suavidad de las formas y colores, a la tonalidad etérea y al encanto melodioso de los mensajes entrañables, que siempre han primado en su pueblo. Mis hermanos Luis Carlos y Jaime Eduardo se aprendieron de memoria todos y cada uno de los boleros grabados por los tríos. Uno de ellos conserva en riguroso orden alfabético cada una de las canciones, disco por disco, volumen por volumen. Han sido leales a la creación vernácula, de modo que jamás le dieron un solo minuto a lo exportado por el viejo mundo, la revolución de la música electrónica, traída por los Beatles y por los Rolling Stones. Hubiera sido la peor herejía. Considero que aún hoy, ese sentimiento por lo propio se mantiene en nuestros jóvenes actuales, lo que no significa que por razones de la globalización dejen de compartirla con los tedios del reguetón o el K Pop coreano en plena boga.
A todas estas, sospecho que la inquietud sobre la primacía de la Guaneña parece insuperable, pero una cosa es su valor inmensurable y su arraigo absoluto en el corazón del sureño. Y otra, quiero decir, su manoseo publicitario en los medios locales, que la vuelven ropa de planchar. Más allá de eso mantengo la inquietud: ¿será posible una segunda Guaneña?
Enero 21 de 2022