Peregrinaje y regalos: expresiones de la devoción a la virgen de Las Lajas, siglos XVIII y XIX

El 15 de septiembre de 2022, como todos los años, se celebró la fiesta de Virgen de Nuestra Señora del Rosario de Las Lajas. Con ocasión de esa fiesta, compartiré algunos hechos que revelan la antigua y profunda relación que se estableció desde mediados del siglo XVIII y el siglo XIX entre las personas del actual departamento de Nariño y de la hoy República del Ecuador con esta imagen sagrada. Es una devoción solida que se mantiene desde hace aproximadamente 265 años, pero aún no se ha podido definir con precisión la fecha exacta cuándo inició. Esta información es valiosa para la historia de la iglesia nariñense y de nuestras costumbres religiosas porque permite analizar como los habitantes de esos territorios le demostraron fe a su “Divina Mestiza”, que es el otro apelativo que la gente le da a la Virgen de Las Lajas.

El fervor por la imagen empezó hace aproximadamente 265 años, cuando la virgen adquirió fama de milagrosa y con su hermosa imagen cautivó a moradores de diversos lugares, quienes emprendieron romerías de varios días para visitarla, para pedirle su ayuda o agradecerle los favores que les concedió. Con seguridad, el bonito paisaje del entorno atravesado por el río Guáitara contribuyó a darle fama al lugar. Los peregrinajes para visitar a la Virgen de Las Lajas comenzaron a popularizarse en la mitad del siglo XVIII. Sin embargo, el primer dato escrito, que por ahora se tiene, lo refirió fray Juan de Santa Gertrudis, franciscano, de origen español, cuando realizó una romería a ese sitio alrededor del año 1758. El religioso fue invitado por un matrimonio  quien había prometido visitar a  “Nuestra Señora”, como era llamada la imagen; la pareja pagó los gastos del viaje y de la celebración de la misa en la pequeña capilla de techo de paja; en ese peregrinaje también participó una señora cuyo hijo estaba casi ciego.

Fray Juan  escribió al respecto:  “Dejamos el camino real, que iba a dar al pueblo de Ipiales que allí se descubría a cosa de una legua, y tomamos a mano izquierda. Así llegamos al pueblecito de Las Lajas. […]”. Agrega el sacerdote que los indios del pueblo de Potosí preguntaban si se celebraría la misa, cuando la respuesta era afirmativa, la escuchaban desde aquellas peñas; por otro lado, junto a la capilla había  recipientes clavados en las piedras que donde la gente colocaba una especie de velas de sebo, de esa manera, la virgen siempre tenía luz porque las romerías eran continuas a lo largo del año.

Desde esa época, los devotos de la virgen de Las Lajas que salieron de Pasto vencieron las dificultades del recorrido que representaba un viaje de ida y vuelta de seis a ocho días, dormir en la intemperie o en las haciendas de conocidos, preparar las provisiones de viaje con semanas de anticipación. Entre los alimentos que llevó el grupo de romeros liderados por el fraile Juan de Santa Gertrudis se encontraban: envueltos de choclo al que les agregaban ají, diversos dulces de ralladuras de cítricos, carne seca y pan. Los peregrinos debieron solicitar prestadas o alquiladas las cabalgaduras y buscar los peones que les ayudarían a conducir los enseres. Todo lo anterior valía la pena para cumplir las promesas de pedir o agradecer a la Virgen por los favores recibidos o por recibir. Los habitantes del norte del actual Ecuador emprendieron viajes similares con los mismos propósitos.

El continúo ir y venir de peregrinos provocó un aumentó de la devoción, en esas circunstancias, el sacerdote Eusebio Mejía encargado del lugar, luego de obtener los respectivos permisos religiosos, emprendió la construcción de una capilla más amplia para albergar con mayor comodidad a los católicos y para que fuera más suntuosa; pues la popularidad de la virgen aumentaba.  Entre 1795 y 1803 se levantó una capilla en medio de lajas, detrás de una cascada de agua y a pocos metros del curso del río Guáitara. Una construcción de esa naturaleza y el deseo del padre Mejía y de sus devotos de darle magnificencia al lugar hizo que gente de las provincias de Pasto, Los Pastos, Barbacoas y de diversos lugares de la Real Audiencia de Quito realizaran donaciones en dinero o en especie para cumplir con ese propósito.

Al  mismo tiempo, para la construcción de la capilla el famoso ciego Rivera recogió dinero en el norte de Quito, otras personas en forma voluntaria entregaron recursos, entre quienes donaron diez pesos  se encuentran: el religiosos barbacoano Ildefonso Díaz del Castillo, un pupialeño de apellido Enríquez y el sacerdote tumaqueño Manuel Andrade. Entretanto, una viuda tulcaneña legó un  peso y un indio entregó dos pesos de limosna. Por su parte, doña Paula Delgado de Pasto aportó doce pesos. Don Francisco Sarasti, en 1806 cuando se desempeñó como alcalde ordinario de Pasto, recogió algunas limosnas, también entregó dinero de sus propios bienes; además, donó dos atriles de madera barnizados con chapas de plata para la capilla. El órgano que se toca en el santuario de las Lajas fue un regalo del religioso barbacoano Ildefonso del Castillo y se estrenó el año 1803.

En la colonia fue común que los fieles hombres o mujeres le donaran a la virgen de su devoción joyas, dinero u oro para elaborar joyas como demostraciones de cariño y gratitud. Con las alhajas las imágenes ganaban realce; para citar unos ejemplos tanto la Virgen de Chiquinquirá en Boyacá como la Virgen de Atocha en Barbacoas recibieron alhajas de sus devotos; igualmente, la virgen de Las Lajas recibió esos presentes. Entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, la esposa del  señor Vinueza residentes  en Otavalo le mandó un par zarcillos grandes de oro y el capitán Polo, vecino de Cuenca (Ecuador) le donó un prendedor de oro con un diamante fino en el centro rodeado de ocho chispas. Estos son unos pequeños ejemplos de donaciones, entre los numerosos casos que hay.

Debido al incremento de las devociones, el número de los peregrinos aumentó. Por esa razón, el sacerdote de Las Lajas, Eusebio Mejía en 1808 mandó a construir una casa nueva para los romeros, él gastó en maíz para chicha y papas para la comida de los indios que hicieron esa construcción. Además había un potrero en donde pastaron los caballos y las mulas de los peregrinos.  Igualmente, la hacienda El Puente la donó el  rico sacerdote barbacoano Ildefonso Díaz del Castillo para el culto de la virgen.

Despues de la guerra de independencia, algunos testadores como una demostración de su fervor hacia la virgen y con la intención qué a través del peregrinaje se le retribuyan los  favores pedidos, les solicitaron a sus familiares que hicieran un peregrinaje  a ese destino. Ese fue el caso de José María de la Barrera quien narró qué cuando lo llevaban prisionero, aunque no dice a dónde ni en qué época; pidió la protección a la “mestiza” a quién le prometió una romería y mandarle a celebrarle una misa. Barrera sobrevivió a esa experiencia, años después, les solicitó a su esposa o  alguna de sus  hijas, que peregrinaran a la capilla de la virgen de Las Lajas para cumplir con el ofrecimiento. Igualmente, Bárbara Burbano en su testamento expresó que le debía a la virgen una visita y una misa. El adjetivo posesivo “mí” que con frecuencia usaron los otorgantes para referirse a las advocaciones de la Virgen, refleja la cercanía entre la persona y la madre de Dios. La virgen “es” del que solicita la misa, le pertenece.

A lo largo del siglo XIX, la mestiza continúo recibiendo joyas: en 1867, en su testamento, la ipialeña Bárbara Chavez dejó un rosario con corales para uso de la Virgen; asimismo, en 1885, el bogotano Ignacio García Tejada, residente en Túquerres, legó dos ornamentos. Las manifestaciones de afecto, devoción y solicitudes a Nuestra Señora de las Lajas también se expresaron de formas más sencillas y económicas: en Pasto, el 26 de septiembre de 1803, doña Francisca Rosero recuerda en su testamento que a Nuestra Señora de las Lajas le hizo “promesas”, aunque no explica qué tipo de promesas. A lo largo del siglo XIX, en los testamentos de habitantes de las inmediaciones del Santuario de Las Lajas, hay numerosas referencias a misas y a “ceras”, en alusión a los cirios destinados a alumbrar a la Virgen. Eso ocurrió  en 1872, cuando Águeda Riascos residente en Iles, ordenó en su testamento misas y velas para la imagen; igualmente en 1888, Mariana Yela, desde Ancuya dejó un cirio destinado a la virgen a la imagen. La imagen de la Virgen fue convertida en una alhaja, Leonor Yagues, vecina de Ipiales, en 1864 tenía un relicario con “la imagen de la señora de Las Lajas”, elaborado en plata.

Las anteriores menciones son una pequeña muestra  de los infinitos testimonios de fe que en la colonia y en el siglo XIX numerosas personas de diferentes lugares sintieron hacia Nuestra Señora del Rosario de Las Lajas, quienes buscaron la protección y la ayuda de la “mestiza” y en reciprocidad le ofrendaron: peregrinajes, dinero, diferentes objetos como joyas, haciendas, misas, velas de diferentes materiales, ornamentos y adornos para la iglesia. Devoción que en 2022 se mantiene viva, prueba de ello es el continúo peregrinar al Santuario de Las Lajas de gente de todo el mundo.

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