“Esa cercanía al mar nos embriagaba los sentidos y nos hacía más alegres, seguros, contemplativos y soñadores”, quizá esta frase de su relato Mediterráneos, nos permita sintetizar el pensamiento de su autor en este libro que, desde el título mismo, es una reivindicación a toda esa riqueza cultural del Pacífico colombiano, particularmente el nariñense, que ha estado invisibilizado hasta por los propios serranos, como bien nos llaman a quienes nacimos en las montañas allende los límites más septentrionales de Ricaurte. “Bocagrande de Tumaco”, como un grito que busca mostrarle al mundo que la bella composición de Faustino Arias Reinel, “Noches de Bocagrande”, relata el idilio de una pareja en la bella isla cercana a Tumaco, y no al Bocagrande de Cartagena, ya que incluso importantes periodistas y personajes públicos la han trasladado de lugar, desvirtuando el sentir del poeta barbacoano.
Procedentes de Campania o de Lombardía, llegaron los Manzi a Colombia a inicios del siglo XX, por eso esa morriña marinera que transita en toda la obra de Moro, quizá la nostalgia heredada que los llevó a sus ancestros a buscar también el mar, junto a otro grupo de italianos que buscaban fortuna y mejores venturas en tierras lejanas, encontrándola en Tumaco, próspera ciudad en donde el comercio de la tagua y del oro atraía a un sinnúmero de aventureros. Es por ello por lo que en el libro las palabras recuperan un mestizaje no solamente de sangre, sino de gustos y de querencias: ahí las viandas tumaqueñas corren parejas con las italianas, en donde el chirarán y la chillangua aroman también la ancestralidad, como lo hace el orégano o el estragón.
El escritor recupera el tiempo a través de la palabra, que opera como probera, y nos transporta a espacios y lugares que parecen también nuestros; recupera los recorridos hechos en su infancia, bien en canoa, tren o automóvil, buscando desenmarañar los caminos que lo llevaron a puertos seguros, lugares que se inmortalizan con fragancias recibidas o con recuerdos que se vuelven estatuarias de museos internos que no se quieren perder. Barbacoas, Tangareal, Junín, Bucheli, Cajapi, entre otros, son lugares que visitamos a través de esas palabras que generosamente se acompañan de sentimiento y lucidez, en un acto amable que transita por todo el libro.
Pero hay una línea que sostiene el entramado de todos los relatos, y es el valor a la amistad que el autor resalta constantemente, “a ellos, esta memoria traída a la mente como una impresión imborrable de nuestro pueblo amado”, por eso están siempre presentes, aún en la ausencia física, están como personajes omnipresentes en el sentir de esa saudade que se habita en cada relato. Ahí los amigos van y vienen, se sostienen en la memoria, pero aún más, en el afecto: “Era la voz salvadora de Eduardo que me rescataba de la inminente noche tormentosa de la selva”, reflexiona bellamente en el relato “Perdidos en El Morro”, acaso un afianzamiento de esa constancia amistosa.
Moro Manzi hace años que reside en Cali, pero Tumaco es su especie de paraíso recobrado, por eso su casa -que parecía un barco- se sigue manteniendo en pie, las calles donde creció, los parques y particularmente las playas, siguen estando habitadas por ese aquel que todos dejamos de ser: el niño, el adolescente, el joven, pero que se mantienen como una constancia para poder seguir el camino desde el lugar que se habite y que implica siempre partir nuevamente, “De esta manera recuerdo mi calle del Comercio, llena de añoranzas, de amores, de tíos, primos, amigas, amigos, de mi vida que hoy trata de acercarse a mi memoria para que sea presente, para que sepa que nada se olvida cuanto todo ha sido felicidad”, la memoria como un fármaco que nos permite seguir avanzando sobre los lomos del tiempo.
Manzi, M. (2022). Bocagrande de Tumaco. Relatos. Madrid: Pigmalión.