Por: José Luis Chaves López
1819 – 25 de julio
La batalla está perdida. El ejército realista envuelve a los soldados patriotas, debilitados por la caminata que habían realizado cruzando el Páramo de Pisba y por las condiciones del clima en el pantano donde se desarrolla esta lucha. Bolívar, en un acto desesperado, se vuelve a su lugarteniente Rondón y le grita: “coronel, salve usted la patria”, mientras él, lleno de miedo, se esconde en una cueva del Cerro de Tutazá. Como resultado, gracias al arrojo y valentía de Rondón, el ejército patriota gana la batalla.
Abuela, dice uno de los chicos que escuchaban la historia, eso ya lo sabíamos. Y agrega, ¡por favor, cuéntanos algo que no sepamos!
1819 – 7 de agosto
Ese sábado, en la mañana, el ejército realista se desplaza hasta Santafé. Querían llegar a la capital para unirse al ejército del Virrey Sámano y organizarse contra los soldados patriotas. Para conseguirlo escogieron el Camino Real que lleva de Tunja a Santafé de Bogotá y que pasa por el Puente de Boyacá. Al saber esto, Bolívar ordenó la marcha de su ejército hacia ese puente. Había que tomarlo para impedir a Barreiro llegar a la capital. Bolívar, cobardemente no intervino en la batalla. Se situó a bastante distancia de la lucha y se puso a buen resguardo, sabiendo que, si el combate se perdía, él podía huir y ponerse a salvo. El resultado de la batalla también lo sabemos. El ejército patriota gana la batalla. Vuelve a repetir la abuela.
Otra vez no, otra vez no, dice nuevamente otro de los chicos. ¡Ya te dijimos que nos contaras algo que no sepamos!
1822 – 24 de diciembre
Al escuchar la fecha, la infantil audiencia se acomodó en sus sillas. Esta parte no la conocían y no sabían qué les diría la abuela, pero de lo que sí estaban seguros era de su deliciosa facilidad para contar historias.
Ella continúo: los que creían que con la batalla de Boyacá volvería la paz y la tranquilidad al Nuevo Reino de Granada, porque estaba saciada la sed de sangre de Bolívar y satisfecha su ansia de poder, estaban equivocados. A este personaje no le cabían en su pequeño cuerpo ni su enorme ego ni su afán vengativo de emperador de América, como deseaba proclamarse.
Volvió su mirada hacia el sur y se acordó que Pasto era bastión español y que los pastusos jamás quisieron dejar de pertenecer a la Corona española y, por supuesto, nunca lo aceptaron a él ni aceptaron que la independencia debía depender solamente de sus “ideales”. Nosotros “no queremos ser liberados de quienes son nuestros amigos y protectores”, decían los pastusos, pero Bolívar no concebía en su mente que alguien distinto a él gobernara.
¿Y entonces qué pasó abuela? Dijo alguien de la infantil audiencia. Las miradas de reproche por la interrupción no se hicieron esperar. Y la abuela, en tono conciliador, continuó: como Bolívar estaba lleno de asesina venganza porque Pasto no se rendía a sus pretensiones, ordenó al general Sucre tomar la ciudad a como diera lugar, incluso le mandó “borrarla de la faz de la tierra y que de ese lugar no quedara ni el recuerdo”. Pero, él no vino pues sabía lo que podía sucederle si hacia enojar a los pastusos, así que cobardemente envió a otros.
Escuchen lo que me contó mi bisabuela, dijo la matrona: ese día, Pasto fue invadido, abusado y masacrado. La libertad de la que tanto se ufanaba Bolívar se cubrió de sangre. En la calle que ahora conocemos como El Colorado, porque ríos de sangre corrieron por ella, la muerte se hizo presente. Los soldados de Sucre, con él a la cabeza, cumpliendo órdenes de Bolívar, llenaron la ciudad de muertos, de violaciones las iglesias y de represión la valentía de un pueblo que quería vivir en paz.
¿Por qué pasó eso? Preguntó una niña, mientras abría tremendos ojos, presa de un sentimiento que no podía describir. Esta vez no hubo reproches y nadie más habló. No podían concebir semejante realidad cuando en el colegio les habían contado otra historia. Era evidente que alguien estaba equivocado, la historia o la abuela. Y, sin dudarlo, ya sabían quién estaba mintiendo. Los libros de historia con que los engañaban en el colegio.
Ella aprovechó el silencio del auditorio para terminar su narración. En defensa de la palabra empeñada, puesto que se había comprometido con los españoles a respetarse y convivir en paz, el pueblo pastuso no secundó el afán desmedido de poder de Bolívar y eso les costó la vida, el destierro y la humillación. Niños, concluyó la abuela, no podemos seguir idealizando a Bolívar y continuar mostrándolo como el “dios salvador” de América. Definitivamente la historia está mal contada, pero la realidad no ha cambiado y Pasto sigue siendo el paria de este país, pues para el poder central no existimos y sólo damos problemas. Y luego, cerró los ojos, ya anegados de lágrimas por los recuerdos, y guardó silencio mientras esperaba la reacción de su pequeño auditorio.
Recuperados de la impresión, uno de los niños sentenció: “como esto siga así, Colombia perderá a Nariño como ya perdió a Panamá”. Y todos asintieron. No había ya nada más qué decir.